Liga de Campeones

La ilusión le duró una hora al Villarreal

Tenía la eliminatoria igualada al descanso con los goles de Dia y Coquelin. Pero el Liverpool le devolvió a la realidad en la segunda mitad

Sadio Mane celebra el tercer tanto del Liverpool contra el Villarreal
Sadio Mane celebra el tercer tanto del Liverpool contra el VillarrealAlberto SaizAgencia AP

Todos pensaban que era imposible. Todos menos Unai Emery, que tenía un plan, y los jugadores del Villarreal, que se lo creyeron. Y durante una hora vivieron con la ilusión de viajar a París. Empujados por el gol de Boulaye Dia a los tres minutos, que les hizo darse cuenta de que se podía, y animados por el gol de Coquelin a cinco minutos de que terminara la primera mitad pensaron que la final era una cosa posible.

El Villarreal devoró al Liverpool en esa primera mitad. La presión asfixiante que acostumbra a hacer el equipo era la que sufría de Capoue y Coquelin, que no paraban de correr y no paraban de llegar. Capoue es el medio centro, pero apareció en la banda derecha para poner los dos goles. Y Coquelin apareció para rematar el segundo como si fuera un delantero centro de los de toda la vida.

El Villarreal se anticipaba al Liverpool en todo, en la presión y en el juego aéreo. Y pensaba que París no estaba tan lejos como parecía, a pesar de no poder contar con Gerard Moreno en plenitud. El internacional español volvió a quejarse de sus molestias musculares a la media hora de juego. Pero aguantó sobre el césped con otro vendaje en la pierna.

Todo estaba encaminado a que se cumpliera el plan. Hasta que llegó el descanso y todo se derrumbó. Con la entrada de Luis Díaz en el campo, el Liverpool pudo parecerse a sí mismo, a ese equipo que arrolló al Villarreal hace sólo seis días.

Empezó a dominar la pelota, a jugar en el campo del equipo local y a probar que Rulli podía ser una ayuda para llegar a la final. A la hora de partido marcó Fabinho entre las piernas del portero. Y la ilusión que había construido el Villarreal desapareció.

Luis Díaz calcó el gol de Coquelin, rematando un gran centro de Alexander-Arnold con la izquierda. El lateral compensaba su error en el gol del francés, al que dejó rematar sin molestar siquiera para el cabezazo. Pero el Liverpool de la segunda parte era diferente. Y el Villarreal comprendía que ya no tenía nada que hacer.

Gerard Moreno regresó al campo tras el descanso, pero no pudo terminar el partido. Sin él y sin Danjuma, que ni siquiera pudo saltar al césped, el Villarreal no tenía gol para intentar la remontada. Y tampoco tenía el ánimo. La hazaña era posible una vez. Volver a ponerse con dos goles de ventaja para forzar, al menos, la prórroga era una tarea sobrehumana.

Cada minuto sobre el campo era ya un castigo, porque se sentía incapaz de alcanzar algo que casi había tocado con las manos. Y nada estaba ya en su sitio. Y menos que nada su portero, Rulli, que salió a despejar un balón fuera del área y llegó tarde a la carrera de Mané, que corrió solo para marcar el tercero.

Era el gol que ponía las cosas en su sitio. El mejor equipo de Europa en este momento recuperaba el sitio en la final que había visto peligrar durante sesenta minutos. El Liverpool contaba con la experiencia previa de la Juventus y del Bayern de Múnich, a los que habían dejado los amarillos por el camino, y recuperó su juego y su lugar.

Poco le importaba ya al Villarreal la expulsión de Capoue por dos amarillas. Segundos antes podía haber sido Pau Torres el expulsado por una entrada a destiempo y en el centro del campo a Mané. Pero se queda con el orgullo de haber competido con uno de los mejores del mundo hasta el final. Tiene el mérito de haber sido capaz de llevar al límite al Liverpool, un equipo que ha ganado seis veces la Liga de Campeones y que hace tres años la ganó por última vez.

El Villarreal «sólo» tiene detrás un pueblo de 50.000 personas y un título continental, la Liga Europa que ganó la temporada pasada. Y ahora, otra semifinal de Champions que le deja a las puertas de París. Igual que hace dieciséis años. Entonces fue el penalti que falló Riquelme lo que le separó de una prórroga que podía haberle llevado a la final. Esta vez la prórroga la tuvo en las manos.

El plan de Emery era real y su equipo se sintió el Liverpool durante unos minutos. Nunca había llegado tan lejos el técnico vasco – aunque ningún entrenador ha ganado más veces la Liga Europa que él–, pero demostró que sigue estando entre la élite continental. Como su equipo, que siempre recordará aquella vez que fue capaz de igualar la eliminatoria al Liverpool. Hasta la próxima.