Amarcord

De la Copa de Europa a la Champions: final en París o cuando todo ha cambiado menos el campeón

El Real Madrid, inmutable en su voracidad, sumó su primer título europeo en la misma ciudad en la que ha ganado el más reciente

El Real Madrid levantó su primera Copa de Europa ante el Stade Reims.
El Real Madrid levantó su primera Copa de Europa ante el Stade Reims.EFEUPI

El Parque de los Príncipes, coqueta bombonera cerca del Bosque de Bolonia, se parece como un huevo a una castaña al Stade de France, platillo volante aterrizado en el suburbio de Saint Denis. Enfrente estaban los viticultores de Reims, capital de la Champaña en cuyo escudo luce el corcho de una botella de espumoso y cuyo palmarés permanece intacto desde hace seis decenios. Se vivía bajo la ley de IV República, una cuasi monarquía en la que reinaba Charles De Gaulle que aún conservaba un vasto imperio colonial (Senegal, Indochina, Argelia…). No era la Copa de Europa la competición de clubes más importante del globo, en fin, sino un torneo impulsado con más voluntarismo que medios por el director del diario “L’Équipe”, Gabriel Hanot, y por Raimundo Saporta, sefardita afrancesado de la diáspora de Constantinopla que ejercía de mano derecha de Santiago Bernabéu.

Era otro mundo, y también otro fútbol, el de 1955. Pero un elemento permanece inmutable desde la primera temporada en la que se disputó oficialmente la Copa de Europa, antecesora de la Liga de Campeones: la supremacía del Real Madrid sobre el panorama balompédico continental. Un dominio sustentado, cómo no, en las cualidades de sus futbolistas; y también, porque la alta competición es sobre todo una batalla psicológica, en el control de las emociones, el dominio del tiro y la capacidad para penetrar en la cabeza del otro. Una creencia en la victoria, en suma, que resulta indispensable para alcanzarla.

«Hemos cumplido sencillamente con nuestro deber», dijo ese enemigo de la alharaca que era Bernabéu tras levantar su capitán, Miguel Muñoz, aquella primera Copa de Europa. Pero esa obligación autoimpuesta de reinar en el Viejo Continente era una carrera de obstáculos formidable que vivió su primer episodio esa tarde parisina. El Stade de Reims, base de la selección francesa que dos años después fue tercera en un Mundial donde sólo hincó la rodilla ante un chiquillo apodado Pelé, fue un rival a la altura de la leyenda madridista. A los diez minutos, Leblond y Templin habían puesto el 2-0, equilibrado antes del descanso por Di Stéfano y Rial. Los galos persistieron con un tercer gol, obra de Michel Hidalgo, al cuarto de hora de la segunda parte, antes de que empatasen los merengues con un gol en propia meta atribuido por error a Marquitos. A falta de diez minutos para el final, Rial culminaba con un remate cercano la primera remontada del Real Madrid en Europa.

Las vísperas se habían planteado como un duelo entre dos de los mejores futbolistas del momento, Alfredo Di Stéfano y Raymond Kopa. Sin embargo, el ariete del Reims estuvo ausente durante toda la final, como hipnotizado por el brillo de la camiseta que vestiría en las tres temporadas siguientes y que ya se había probado apenas dos semanas antes, cuando vino a Madrid para participar en el homenaje a Luis Molowny, donde formó una delantera de ensueño con el canario, la Saeta Rubia, el atlético Collar y el barcelonista Kubala, merengues por un día. En el Parque de los Príncipes, y aunque aún portaba la camiseta roja de los vinateros de Champaña, el finísimo atacante de origen polaco se había comportado como un madridista más. El famoso «otro fútbol»... si es que está ya todo inventado.

La campaña 55/56, que empezó con un 0-2 en Ginebra ante el Servette se había culminado con cinco triunfos y dos derrotas en los primeros siete partidos del Real Madrid en la máxima competición continental. Hoy totaliza catorce entorchados, como es archisabido, con un balance de 277 victorias (60%), 79 empates (17%) y 108 derrotas (23%) en 464 partidos, en los que ha marcado 1.021 goles y ha encajado 508. Unas cifras muy rotundas, sí, pero que ni de lejos explican la mística que rodea al conjunto madridista cuando disputa su torneo predilecto.