Sevilla

Diez meses de milagros

El capitán del Sevilla, Ivan Rakitic (c), sostiene el trofeo de campeones durante la celebración por la victoria ante el Benfica
El capitán del Sevilla, Ivan Rakitic (c), sostiene el trofeo de campeones durante la celebración por la victoria ante el Benficalarazon

Estar aquí ya fue un milagro. No en Turín, sino en la primera eliminatoria previa de la Europa League, con la que el Sevilla abrió el 1 de agosto la temporada oficial. El equipo había quedado noveno, pero las sanciones a Málaga y Rayo Vallecano por incumplir el «fair play» financiero le permitieron jugar una competición continental a pesar de tan deshonrosa clasificación. Resultó ser un formidable guiño del destino ampliado por la épica remontada ante el Betis tras perder la ida 0-2 e hiperbolizado por la aparición del taumaturgo M'Bia en Mestalla para arrancar por los pelos el pase a la final. Tanta suerte no podía ser en balde y en el partido por el título, jugado mucho mejor por un Benfica que ya alinea ocho finales europeas perdidas de forma consecutiva, los penaltis dieron al Sevilla la condición de tricampeón.

Como Unai Emery y Jorge Jesús llevan a gala su conservadurismo, estarían encantados con una primera parte en la que los jugadores creativos de ambos equipos se enmarañaron en las trampas que el rival les tenía preparadas en el centro del campo. Un enjambre de piernas coloradas acuciaba a Rakitic cada vez que recibía la pelota, con algunas patadas tobilleras ciertamente disuasorias en muchos de los viajes. Al pobre Sulejmani, el fulgurante extremo serbio del Benfica, le fue peor. En el lapso de dos minutos, Fazio le clavó los tacos en la ingle y Alberto Moreno lo volteó cuando corría a mil por hora. En la caída, se dañó la clavícula: un peligro menos, aunque costara dos tarjetas.

Hasta los minutos de prolongación, todo se desarrollaba conforme a los planes destructivos de los entrenadores. Sin concesiones al espectáculo ni tomar prisioneros, como debe ser en una final. En el alargue flaqueó el Sevilla. Primero, nadie acudió a tapar un balón diagonal que metió Rodrigo al área pequeña, Maxi Pereira se adelantó a Beto, pero el portero sevillista, en un alarde de reflejos, pudo rechazar el balón con las manos, o puede que con la cara. Con el susto todavía en el cuerpo, un triple rebote de «flipper» en las piernas de los centrales sevillistas terminó en Gaitán, que encaraba al portero cuando Fazio lo trabó. Penalti de libro y expulsión (el larguirucho argentino ya estaba amonestado) que el alemán Brych perdonó al Sevilla. Perfecto, gracias por la gentileza.

La cosa iba de susto gordo también en la primera jugada de la segunda parte, cuando Alberto Moreno se lió al borde del área del Benfica y propició un contragolpe que terminó con Nico Pareja salvando bajo los palos el remate cruzado de Rodrigo. Continuó la jugada y hasta en tres ocasiones cantaron gol los hinchas lisboetas, las mismas que una pierna salvadora de los blancos apagaba el incendio cuando las llamas invadían el salón. En realidad, y pese a que las ocasiones daban cierta vistosidad, seguía cumpliéndose el guión de los técnicos, que no tenían más plan ofensivo que parasitar los errores del rival.

De repente, el partido entró en una extraña fase de desmelene. Se olía el peligro en cada jugada, aunque las oportunidades no llegasen a aparecer. Era como si a los cuatro pivotes defensivos, dos por bando, se los hubiese tragado la tierra porque el balón viajó durante cinco minutos sin control de área a área. Carriço se lanzó a pies de Almeida para desviar un disparo peligroso, puede que con la mano y el rebote cayó a Bacca, que conectó con Reyes para que el utrerano se topase con Oblak a causa de un disparo timorato en una posición que merecía mucho más convencimiento. Los técnicos debían estar dudando si volver a apretar las tuercas de sus maquinarias de contención o saltar definitivamente a los caballos. Fue lo segundo y aunque los portugueses merecieron marcar, la cosa acabó en prórroga.

Los treinta minutos extras fueron una dantesca espera de los penaltis, porque los organismos ya no daban para más. Sólo Gameiro, con la rodilla vendada como una momia, dispuso de una ocasión en la que estuvo demasiado egoísta. Antes de la tanda, la grada sevillista invocaba a Palop en Glasgow, donde el valenciano detuvo tres lanzamientos en la final de 2007 y estaba viéndolo desde la grada. Paró dos el portugués y no fallaron ni Bacca ni M'Bia ni Coke ni Gameiro, que dio el título al Sevilla con un obús a la escuadra. Un sueño.