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Esta Roja no es la de don Vicente

Como es imposible fallar tanto en tan poco tiempo no descarto que la sequía sea cosa de una mala tarde

Gerard Moreno, en un remate ante Suecia
Gerard Moreno, en un remate ante SueciaJose Manuel VidalAP

Nada más terminar el Suiza-España, primer encuentro del Mundial de Sudáfrica 2010, me largué escopetado a mi hotel en Durban para escribir mi Hoja de Ruta diaria como director de Marca. No entendía qué había pasado ni, desde luego, por qué había pasado. Aquel 1-0 a favor de los helvéticos no se correspondía tanto con las diferencias estructurales entre una y otra selección como con los méritos coyunturales. No sólo éramos vigentes campeones de Europa sino que, además, disfrutábamos de un equipazo con todos los aderezos imprescindibles: el mejor portero del mundo, Íker Casillas, el centro del campo número uno (Xavi, Iniesta, Busquets y Xabi Alonso) y uno de los dos grandes killers del planeta, David Villa.

Siempre se ha dicho, y no sin razón, que todos los planteles que han marcado época han contado con un porterazo entre los tres palos. No digo yo que Unai Simón no sea un buen guardameta, que lo es, pero de momento el portero del Athletic Club no está ni de lejos a la altura de San Íker. Nuestro centro del campo es excelente, seguramente el eje que más se acerca a la Roja de la Edad de Oro, pero aún queda lejos técnicamente de esos dioses del tikitaka que ganaron todo lo que se les puso por delante.

Y lo que el lunes, en la primera jornada del campeonato, quedó desgraciadamente claro es que carecemos de delantero centro o, al menos, de goleadores. El que no se consuela es porque no quiere: como quiera que es imposible fallar tanto en tan poco tiempo no descarto que la sequía mostrada en La Cartuja sea más bien cosa de una mala tarde que un hándicap irremediable. Sea como fuere, ni Morata ni Gerard Moreno son David Villa. El Guaje es sencillamente irrepetible, rara avis en una España que no se caracteriza por producir grandes rematadores.

Si echamos la vista atrás observaremos que en los últimos 60 años esas posiciones han estado sistemáticamente okupadas por futbolistas extranjeros. Desde Di Stéfano hasta Johann Cruyff, pasando por Hugo Sánchez, Ronaldo y, aunque no sean estrictamente 9, Cristiano y Messi. Eso provoca que el surgimiento de rematadores autóctonos entre en la categoría de lo milagroso. Lo que indiscutiblemente es bueno para los clubes resulta pésimo para un combinado nacional que históricamente se las ha visto y se las ha deseado para hallar pichichis de postín.

Morata no será Villa ni en 10 reencarnaciones y no porque no sea bueno, que lo es, sino más bien porque su antecesor era superlativo. El balón que se le quedó prácticamente franco ante el sueco Olsen en la primera parte no lo falla El Guaje ni con los ojos vendados. Tampoco entiendo por qué no jugó de salida Gerard, cuyas estadísticas son incomparables con las del juventino. El del Villarreal ha sido segundo en el Pichichi por detrás de un tal Leo Messi. Ha metido 23 tantos en la Liga por los 11 del madrileño en la Serie A. Lo que roza el insulto es que Luis Enrique lo sacase en el minuto 74 y, encima, ocho minutos después de retirar a Morata. Un disparate cuando el partido estaba encasquillado por la falta de puntería de un plantel que dispuso de no menos de cinco ocasiones claras.

Lo he dicho muchas veces a propósito del Real Madrid postCristiano y lo repetiré hasta el Día del Juicio Final: sin gol no hay paraíso. Si seguimos así de patosos ante la portería rival no habrá nada que hacer salvo rezar. Lo bueno es que podemos quedar terceros y, con una miaja de baraka, estar en unos octavos a los que pasa todo quisqui: 16 de los 24 participantes en la Eurocopa llegan a los cruces directos. Y siempre nos quedará la esperanza de que explote a saco un Pedri que va para jugador muy grande de este negocio o que Dani Olmo repita el recital del lunes. Pongo punto y final recordando la moraleja de aquella columna que redacté en Durban: seremos campeones del mundo, vaticiné, y lo fuimos. Ahora no me atrevo a pronosticar que levantaremos la copa que nos llevamos en 1964, con el gol de Marcelino en el Bernabéu, en 2008 y en 2012. Lo único claro es que esta Roja no es la de Luis Aragonés ni la de Don Vicente del Bosque. De momento.