Opinión
España, revolución o muerte
Para el miércoles vaticino una defensa de tres con Jordi Alba y el desubicado Marcos Llorente de carrileros
Luis Enrique entró el pasado sábado en el vestuario de La Cartuja cabreado como una mona. Las voces se podían escuchar casi al otro lado del Guadalquivir: «¡Así no vamos a ninguna parte!», no paraba de repetir el seleccionador. Luego, más calmado, confesó a su círculo íntimo que o monta «una revolución» el miércoles contra Eslovaquia o «no hay nada que hacer». Literal.
La verdad es que echando un somero repaso a la clasificación del Grupo E queda claro que si palmamos o empatamos frente a los eslovacos lo vamos a pasar muy mal, quedando como remedio que Suecia venza a la última del grupo, Polonia, y luego cruzar los dedos para que el gol average nos permita pasar a octavos de final a pesar de la vergüenza de acabar terceros en un grupo de un nivel bajísimo. Sensu contrario, si se produce la primera victoria española de la Eurocopa el pase a octavos quedará expedito porque seríamos segundos o quién sabe si primeros. «Victoria, victoria, victoria», que diría Winston Churchill. No hay otra. Y para garantizarla es menester una revolución total en un equipo que ha demostrado que, salvo el centro del campo y la portería, no funciona por no decir que no da la talla. Y eso que anteayer registró una posesión del 70 por ciento frente al 30 por ciento de Polonia. Lo cual, dicho sea de paso, ratifica que esta estadística es cada vez menos sinónimo de victoria segura.
El primer gran drama es el que acaba matando a cualquier equipo grande: el gol o, para ser exactos, la falta de él. Lo digo porque a los planteles pequeños se les supone siempre cierta fragilidad anotadora. El ejemplo paradigmático llegó ante los polacos con ese penalti señalado por el pisotón a Gerard Moreno, por cierto, después de que el balón hubiera salido de su pie. Fue peor lo de Morata, que nuevamente no supo qué hacer con un balón que se le quedó franco tras dar en el palo, que lo del propio jugador del Villarreal fallando ese 2-1 que tuvimos a huevo. Nuevamente, Luis Enrique protagonizó una pifia de campeonato, y nunca mejor dicho, al sentar acto seguido a Gerard. Si no fue una reprimenda por haber marrado la pena máxima, desde luego lo parecía, y habitualmente las cosas son lo que parecen. Otro suspenso al seleccionador en motivación y en inteligencia emocional: toda la que tiene con Morata, como quedó demostrado en el abrazo tras el gol, le faltó ayer con su compañero de ataque. Un disparate teniendo en cuenta que el 9 de La Roja había estado soberbio hasta entonces, pase de gol a Morata incluido.
Lo del delantero madrileño fue demencial: la pifió en otro cara a cara frente al guardameta rival –el lunes pasado ante el sueco Olsen y ayer ante Szczesny– y se hizo un tremendo lío con las piernas en un lance en el área pequeña que, bien resuelto, podría haber culminado en el gol de la victoria.
Lo de Laporte también es de aurora boreal. Lewandoski se lo comió con patatas en el tanto del empate. Le ganó la posición y no encontró ninguna resistencia. Que Nacho haya sido relegado en beneficio del central hispanofrancés es de coña. Y cualquier comparación con Sergio Ramos no es que resulte odiosa, simplemente se antoja escandalosa. El técnico asturiano también está indignado por la falta de presión a los adversarios. Ahí tiene razón. Porque si hay algo que obsesiona al hombre de la nevera es encimar al rival.
Para el miércoles ante los eslovacos vaticino, pues, una defensa de tres en la que mi paisano Azpilicueta sería el tercer central, con Jordi Alba y el desubicado Marcos Llorente de ofensivísimos carrileros. Al centro del campo volverá Busquets, tal vez en detrimento de Rodri, con Pedri probablemente en el once titular por aquello de que puede explotar en cualquier momento y no sé si con Thiago de 10, versión pasador. El hijo de Mazinho se adivina imprescindible para surtir de balones a los dos estiletes que, salvo sorpresas, volverán a ser el fallón Morata y el vicepichichi castellonense de la Liga. El miércoles en La Cartuja, revolución o muerte. O, quizá, algo más sutil: revolución y a rezar. ¡Ah! y encomendémonos también al Altísimo para que el VAR se siga portando…
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