Opinión

Juicio a la selección en el país de los clubes

Una vez que España es eliminada, el aficionado vuelve de inmediato a mirar por la anteojera de su equipo favorito

Ronald Koeman, entrenador del FC Barcelona, que arranca ya la pretemporada
Ronald Koeman, entrenador del FC Barcelona, que arranca ya la pretemporadaKoen van WeelAgencia AP

El entusiasmo, igual que eso que usted y yo sabemos, no puede fingirse. Y el meritorio recorrido de España en la Eurocopa, hasta semifinales con un plantel que habría firmado con los ojos cerrados los cuartos, ha arrancado de la concurrencia aplausos un pelín forzados. El aficionado español, he aquí un certerísimo lugar común, es más de los clubes que de la selección y es, sobre todo, dual como el resto del país. Pro-Real Madrid o pro-Barça en borreguil filiación –con la honrosa excepción de algunas ciudades cimarronas: Valencia, Sevilla, Bilbao, San Sebastián y poco más– y a favor o en contra de Luis Enrique según idéntica división. La ausencia total de madridistas en la convocatoria disparó el desafecto de la trinchera merengue.

Con la triple A de sentimientos –asombro, admiración y, al final, cierta dosis de alivio– siguió un notable porcentaje de la hinchada nacional el periplo eurocopero, que comenzó con una fase de grupos lamentable: lamentables los dos partidos de España ante Suecia y Polonia, lamentable el nivel de Eslovaquia y lamentable la segunda plaza (¡jugando en casa!) contra semejantes bandas. La montaña rusa del octavo de final ante una Croacia privada de Lovren y Perisic generó emoción a lo que estaba siendo soporífero y el pase a semifinales quedó certificado sin poder vencer a Suiza, mejor en líneas generales hasta que fue víctima de una expulsión rigurosa. Tal vez rigurosa en demasía. Llegar a los penaltis ante un rival que jugó tres cuartos de hora en inferioridad numérica supone un pequeño fracaso, que no fue grande por las paradas de Unai Simón en la tanda.

Francesco Petrarca compuso el endecasílabo más famoso de las letras italianas, ideal para definir la despedida de España en la Eurocopa, precisamente contra la Squadra Azzurra: «Un bel morir tutta una vita onora» («una muerte hermosa honra toda una vida», en traducción libérrima). La selección, en efecto, fue a caer en su día más luminoso, al cabo de una semifinal jugada bien, de forma excepcional por momentos, pero en la que volvió a carecer de eso que los futboleros modernitos llaman con pomposidad «el dominio de las áreas». A partir de aquí, todos los análisis están tamizados por los vicios particulares de cada cual (aficionado o periodista sin distinción), que son numerosos en un país de filias incondicionales y fobias acérrimas.

Ni un español, o sólo la exigua minoría que se acerca al fútbol sin tener un equipo favorito –no, mentirosete, usted también lo tiene–, se puede sustraer ya de su trinchera respectiva. Mientras España continúa en competición, bueno, todos queremos que gane y animamos con más o menos intensidad. En cuanto la eliminan, damos rienda suelta a los demonios que esconden nuestra pasión verdadera e incorruptible, que es el amor por nuestro equipo. El forofo, aquí, lo es de su club y contra otro club. La selección es un entretenido pasatiempo veraniego, excusa para festejar cuando gana y motivo de encendidas discusiones para pasar el rato sin necesidad de hablar de política o del coronavirus o del recibo de la luz. La siguiente anécdota ilustrará al lector.

Un grupo de periodistas se dirigía al Juventus Stadium de Turín a cubrir la final de la Copa de la UEFA de 2014, entre el Sevilla y el Benfica, con mayoría de reporteros sevillanos más un compañero enviado desde Madrid por un diario de tirada nacional. Eran vísperas mundialistas y España se aprestaba a defender –con nula fortuna como se recordará– el título logrado en Sudáfrica, por lo que el plumilla capitalino preguntó: «¿Qué preferís, la tercera UEFA hoy o el segundo Mundial en julio?»

En mala hora abrió la boca, porque los interpelados no debatieron sobre lo que él planteaba, sino qué hacer con el incauto: algunos lo quisieron apalear ahí mismo, mientras otros se conformaban con arrojarlo del autobús en marcha. Domeñado el primer arrebato violento, a duras penas, alguien encontró las palabras para contestarle sin ofender: «Prefiero que el Sevilla fuerce los penaltis en la consolación del Trofeo Colombino, aunque los termine perdiendo, antes de que España gane los próximos veinte Mundiales». Amén.