Barcelona
La lección de Zizou
Puede contar a los nuevos cómo tomó el Camp Nou en su primer año en el Madrid
MADRID- Zidane es sigiloso. Le gustaría pasar más inadvertido, pero sabe que es imposible. Su figura irradia luz, atrae aunque él no quiera. Miembro del cuerpo técnico, ayer llegó con el resto de la expedición madridista al aeropuerto de Barcelona y le pidieron autógrafos como a un futbolista más. Pinta tiene: está fino y en forma, pero sus años de jugador quedaron lejos. Ahora Zidane ayuda al entrenador, aprende de él y habla con los futbolistas, los escucha, los entiende. Hoy podría dar una charla en el vestuario azulgrana y contar a Illarramendi, a Isco o a Bale, que se presentan por primera vez en el estadio del máximo rival, que allí la camiseta blanca pesa. O da alas.
Que cuando salgan al campo les van a retumbar los oídos, van a ver un mosaico espectacular, va a haber odio verdadero en algunos gestos y algunos gritos. Pero les podría explicar que luego está el fútbol, que el balón calla lo demás: «Es un terreno de juego muy grande, eso significa que hay que correr más, pero también te permite ver mejor los huecos, los pases y todas esas cosas que me gustan», decía Zizou cuando era futbolista. Hoy podría repetírselo a sus jugadores.
Cuando el francés llegó al Real Madrid, ir al Camp Nou era un suplicio, una derrota inaplazable. La camiseta te pegaba al suelo, te hundía. No se ganaba desde una semifinal de Copa de 1993. En el partido de Liga de marzo de 2002, Zidane se aprovechó de una cesión de Cocu a Bonano para recoger el balón y marcar el 0-1. En la segunda parte, Xavi empató. Otro duelo más que el conjunto blanco se marchaba sin ganar. Desde el 93 había habido goleadas en contra, empates, algún partido bueno y una sensación de inferioridad en los jugadores que pisaban el ancho césped blaugrana.
En vez de espacios, sólo veían un campo interminable, imposible para ellos. Zizou cambió la percepción. «Son partidos con una magia especial», decía de futbolista. Tras el empate de marzo, llego la semifinal de la Liga de Campeones. Era el partido de ida, al final estaba Glasgow. Zidane aún no sabía que tenía una cita con un balón que iba a llover del cielo escocés. Que tenía que convertirse en leyenda.
Sólo sabía que se sentían algo inferiores al rival y que había que defender. El Barcelona atacó al Madrid de Del Bosque, con cinco defensas, en un estado extraño de emergencia y euforia por plantarse en semifinales en una temporada que iba para mala. Pero en la segunda mitad, el cinco del Madrid llegó a un pase de Raúl. «Es mi mejor recuerdo allí», ha dicho. Picó el balón con suavidad por encima del argentino Bonano. En el Camp Nou se hizo el silencio. Un silencio tremendo. McManaman hizo el 0-2. En la vuelta empataron.
Donde antes sólo había un muro, Zidane abrió una puerta.
El final de un complejo
Zidane y Ronaldo son muy distintos en su forma de jugar. Uno era pausado, el otro es un vendaval. Pero ambos son dos futbolistas sensacionales que van a dejar una huella imborrable en el Madrid. Y los dos acabaron con el complejo de jugar en el Camp Nou. Zidane terminó con nueve años de sequía y sólo perdió un partido de los cinco que disputó allí. Ronaldo se ha acostumbrado a celebrar goles y victorias.