Atlético de Madrid

Madrid

La tradición manda

El Atlético no hizo nada por ganar el partido y venció con toda justicia el Madrid, el menos malo, gracias a la decisiva contribución de Ronaldo

Cristiano Ronaldo, «matador» pletórico, celebra un gol con la afición madridista
Cristiano Ronaldo, «matador» pletórico, celebra un gol con la afición madridistalarazon

Precauciones, tantas, que el fútbol no salió de la caseta. El derbi fue un tostón, un partido feo y tosco que dejó más satisfechos a los madridistas porque, al fin y al cabo, la victoria es lo que cuenta. Benzema y Falcao pasaron inadvertidos. Es un dato. Otro más, en medio de ese paisaje desolador, dos acciones de Cristiano Ronaldo determinaron el resultado. Volvió a marcar de falta -lo tiene como norma cuando enfrente está Courtois y estrelló otra en el larguero- y entregó el 2-0 a Özil. Y así ganó el menos malo, que fue el Madrid, justo vencedor y fiel a la tradición. El consuelo rojiblanco, la ventaja de 5 puntos sobre su eterno rival. No tiene otro.

A los 16 minutos perdió el Madrid el partido con el Betis la semana pasada; a los 16 empezó a ganárselo al Atlético. Arda hizo una mano ridícula e innecesaria en la frontal del área -vio tarjeta-; Cristiano lanzó la falta, que entró por la escuadra. Ronaldo puede tirar unas cincuenta faltas directas por temporada, sólo se las mete a Courtois. Fue a portería y gol.

El partido era feo, lleno de imprecisiones por ambas partes, trepidante y trabado, con más faltas que combinaciones, sin espacios. Demasiado agobio y excesiva espesura. Jugaban con el corazón más que con el cerebro. No había entre los 22 un jugador que parara, mandara y templara. Diego Costa pensaba más en provocar a Pepe y a Ramos que en el fútbol. Jugaba con fuego y a Falcao sólo le llegó una pelota que despejó Casillas (min 13) con mano milagrosa. La presión y el pase largo eran las constantes.

Helenio Herrera, aquel entrenador a quien pretende emular Mourinho, que salía al césped del campo contrario, no al suyo, para que le pitaran a él y descargar de tensión al equipo, dejó escrito que «en el fútbol no hay magia, sí pasión y lucha». Más o menos como este Madrid-Atlético, tosco y turbio hasta desesperar.

Lo que en el Madrid es una obligación, ganar en su campo y en el campo del vecino y en el del que no lo es, sí o sí, en el caso del Atlético al afrontar el derbi es un anhelo, una ilusión que tiende a secularizarse. Porque cuando el encuentro está tan equilibrado como éste, el primer fallo descose el esquema defensivo, difuso en el rojiblanco porque Filipe se lesionó y Cata, un central, ocupó su demarcación.

Los jugadores del Atlético han de afrontar el derbi como una cuestión de fe; en el Madrid es algo tradicional, incluso en el resultado desde hace 13 años, sin que la intervención del entrenador sea decisiva, salvo que proponga un desastre táctico, porque su plantilla, la de Mourinho, posee una calidad inmensa. Se refleja en el presupuesto de cada club y el dato es tan significativo como elemental y amplia la diferencia entre ambos. Pero la fe, en cambio, todo lo puede. Necesitaba el equipo de Simeone adquirir confianza en lo que no se ve, en lo intangible, y se fue al descanso perdiendo por ese segundo de inspiración de Ronaldo, uno de esos futbolistas que derrochan talento para inclinar la balanza hacia su lado.

Del Atlético y del Madrid se esperaba algo más que «fútbol interruptus» en la segunda parte. Un espectáculo más entretenido, más atractivo, menos tenso y menos bronco que en la primera, donde hubo un gol, de falta, y dos despejes, uno de Casillas y otro de Courtois, demasiado poco para lo que anunciaba el cartel.

Lo que Mourinho plantea como una batalla de él contra el mundo, un rap con ritmo endiablado que hace daño al oído, Simeone intentó exponerlo en la víspera en forma de bolero, «mente, corazón y talento», alma, corazón y vida, y le salió un «bakalao». Prisas por llegar a ninguna parte, como su colega de banquillo, y un kamikaze como Diego Costa, que se pegó literalmente con toda la defensa del Madrid y terminó el partido porque a Undiano le falló la vista. Como erró Juanfran en el despeje del segundo gol, que centró Ronaldo, y Cata, por no recordar que jugaba de lateral y se olvidó de Özil, que metió el balón entre las piernas de Courtois.

Perdido como estaba, Simeone hizo cambios. Tarde e inútiles. Su problema era el corsé, la falta de fútbol, que Mourinho contrarrestó con la potencia de Cristiano Ronaldo: un gol, un pase de gol y dos disparos a la madera. Es lo que queda de este derbi, uno de los más feos que se recuerdan después de 246 disputados.