
Fútbol
Míchel, entrenador del Girona, y su charla a sus futbolistas en el parón: desolado, apenas dijo nada
El equipo catalán iba perdiendo 4-0 contra el Villarreal y aún no había terminado la primera parte. El técnico no supo que decir

La Ceramica vivió una primera mitad entre la voracidad del Villarreal y el desconcierto absoluto de un Girona incapaz de frenar la avalancha. Fue un tiempo de contrastes: la contundencia ofensiva de los de Marcelino, que se lanzaron como un rodillo desde el minuto uno, y la ausencia de respuesta clara de los de Míchel, que en la pausa de hidratación apenas encontraron refugio en unas palabras breves, casi vacías, más parecidas a un suspiro que a un arenga.
El inicio del partido dejó claro cuál iba a ser la dinámica. Desde el pitido inicial, el Villarreal buscó el área rival sin especular. En apenas dos minutos ya había generado la primera ocasión: centro de Cardona, toque de Buchanan y Etta forzando un córner. El Girona ni siquiera había logrado asentarse en campo contrario cuando llegó el primer error fatal. Un mal control de Yangel Herrera tras un pase de Vitor Reis dejó el balón muerto en zona prohibida. Pépé, siempre atento, recogió el regalo y no perdonó. Minuto 7, 1-0, y la grada amarilla celebrando lo que parecía un anticipo de lo que vendría después.
La ambición del Villarreal
El gol no adormeció al Villarreal, al contrario: encendió todavía más la maquinaria. El Girona buscaba estirarse con Joel Roca y Portu, pero cada recuperación grogueta era un latigazo. Y entonces apareció Tajon Buchanan, la figura de la primera parte. En el 16’, recibió en banda, encaró a Krejci, lo superó con un quiebre seco y soltó un disparo inapelable. Golazo, pura calidad y potencia. El estadio rugió, y en la zona técnica Marcelino apretaba los puños satisfecho. Su plan funcionaba a la perfección.
Lo peor estaba aún por llegar para el Girona. Apenas diez minutos más tarde, otro golpe de manual: centro templado de Yeremy Pino al segundo palo, donde Rafa Marín entró solo, sin marca, para cabecear con comodidad. Era el 3-0 en el 25’. La defensa gerundense parecía descompuesta, incapaz de seguir el ritmo y de imponerse en los duelos. Y sin tiempo para recomponerse, una nueva combinación rápida volvió a destrozarles. Pépé filtró un pase delicioso para Pino, que asistió a Cardona, este cedió atrás y Buchanan, de nuevo, fusiló. Minuto 28, 4-0. Una tormenta perfecta.
Míchel, sin palabras
Ahí llegó la pausa de hidratación. El Girona lo necesitaba como agua en el desierto. Los jugadores se agruparon junto a la banda, buscando la mirada de su entrenador. Se esperaba un discurso contundente, una llamada a la reacción, un sacudón anímico que les devolviera al partido. Pero Míchel, consciente del derrumbe anímico de los suyos y quizá incrédulo ante lo que estaba ocurriendo, apenas dijo unas cuantas frases sueltas. No hubo arengas largas, ni gritos, ni explicaciones tácticas detalladas, sólo que se situaran en un 5-4-1. Fue una charla mínima, un comentario breve que sonó más a constatar lo que ya se veía en el marcador que a ofrecer una vía de escape. En ese silencio técnico, en esas palabras que se perdieron en el murmullo del estadio, quedó retratado el desconcierto de un Girona desbordado.
El parón, aun así, sirvió para que los catalanes respiraran un poco. Con el balón más repartido, Blind y Joel Roca empezaron a tener algo más de protagonismo. Rincón buscó a Dawda en el área, aunque la zaga amarilla cerró con solvencia. Buchanan, mientras tanto, seguía siendo un tormento. El canadiense rozó el quinto tras otra jugada de combinación, pero esta vez su remate llegó blando a las manos del portero.
El árbitro añadió cinco minutos, en los que el ritmo decayó ligeramente, y se llegó al descanso con un marcador escandaloso: 4-0. La sensación era inequívoca: partido resuelto en apenas media hora y un Villarreal lanzado a exhibirse ante su afición. Los amarillos fueron contundentes en ataque, eléctricos en cada transición y solidarios en defensa. Todo funcionaba con precisión de reloj suizo.
Nada en el Girona.
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