Amarcord Mundial

Alemania 2006, la amarga derrota que precedió a la epopeya

La desilusión del grupo liderado por Luis Aragonés sentó las bases del cuatrienio glorioso de la selección

Luis Aragonés, durante el partido del Grupo H del Mundial 2006 disputado entre Arabia Saudí y España
Luis Aragonés, durante el partido del Grupo H del Mundial 2006 disputado entre Arabia Saudí y EspañaARNE DEDERTAgencia EFE

La participación de España en el Mundial de 2006 se saldó con una de las mayores desilusiones de la historia del fútbol nacional y esa dolorosa eliminación, cierto es también, puso las bases del cuatrienio glorioso de la selección, ese encadenamiento de tres títulos incuestionable en lo numérico, pero, sobre todo, icónico en lo estilístico. Todo empezó en Alemania o, mejor dicho, unos meses antes de aquel amargo torneo en tierras germanas que anticipaba, y no lo sabíamos, el dulzor de la gloria. El fracaso en la Eurocopa de Portugal obligó a la Federación a cambiar el perfil del entrenador: un “funcionario” de la casa como Iñaki Sáez dejaba paso a la figura saturnal de Luis Aragonés.

El veterano técnico, que ya había alcanzado la edad de jubilación cuando aceptó el cargo de seleccionador, era un pope de los banquillos, un personaje tan respetado al que ni siquiera una eliminación temprana apartaría de su plan. En la fase de clasificación, para no hacerse sencilla la tarea, acabó invicto, pero con tantas victorias como empates, lo que lo abocó a una repesca contra Eslovaquia. Ahí cambió para siempre el negro sino de España.

Igual que cuatro antes, a España le tocó en suerte un grupo asequible en el que el único tropiezo posible era en el debut, contra la novata Ucrania, que se izó hasta los cuartos de final conducida por el gran Andriy Shevchenko. En Leipzig, la selección fue una apisonadora que goleó por 4-0 con un tanto inicial de Xabi Alonso y el resto de los goles repartidos entre David Villa y Fernando Torres, los dos jóvenes delanteros que trataban de bajar del trono a Raúl, capitán en decadencia y líder de una vieja guardia que envenenó el ambiente en la concentración. La remontada contra Túnez, que se adelantó en la primera parte, pero claudicó con un doblete de Torres (3-1) certificó el pase a octavos como líder y permitió que Luis Aragonés alinease a los suplentes contra Arabia Saudita, liquidada por la mínima con un gol del bético Juanito.

Esta primera fase impecable acarreó un caramelo envenenado en octavos: la Francia de Zinedine Zidane, retirado de la selección tras la Eurocopa 2004 y regresado en las vísperas mundialistas para un último baile en el que no se coronó por segunda vez debido a la interposición de Marco Materazzi en la final. Los franceses, muchos de los campeones de 1998 con talento joven inyectado como Franck Ribery, habían protagonizado una primera fase deplorable, aunque su victoria ante Togo les permitió meterse en octavos.

El crack marsellés había anunciado su retirada al término del Mundial y la portada del periódico más leído de España en el día del partido chorreaba mal bajío: “Vamos a jubilar a Zidane”. En mala hora. Después de media hora de tanteo, Villa adelantó a España de penalti, pero ni siquiera el gol de ventaja borraba las malas sensaciones; o, más bien, las buenas sensaciones que desprendía una Francia liderada por su estrella. La bestia había despertado.

En los días anteriores, Aragonés había advertido sobre “la condición física de base” de muchos internacionales franceses negros o mestizos, que combinaban la genética del futbolista africano con la formación técnico-táctica de Europa. El ejemplo más acabado era Patrick Vieira, nacido en Senegal de padres caboverdianos y producto puro de la formación del Cannes –el club donde se inició Zidane–, el Milan y el Arsenal, del que era capitán. El centrocampista, terminando la primera parte, gambeteó para dejar a Ribery solo ante Casillas. En el tramo final del partido, el asistente se convirtió en goleador al cabecear a la red una falta lateral y ya en la prolongación, con España volcada en busca del empate, Zizou crucificó a la Selección con un golazo al contragolpe. No lo entendimos entonces, pero esa decepción iba a ser la gasolina que alimentara el inminente ciclo glorioso.