Amarcord Mundial

Sudáfrica 2010, la consagración mundial del tiki taka

La España que llegó al Mundial africano era un equipo cuajado y perfectamente acabado

Los jugadores españoles celebran el triunfo de la Selección en el Mundial de Suráfrica. Fue el 11 de julio de 2010. A los pies de Casillas, Blatter muestra también su alegría
Los jugadores españoles celebran el triunfo de la Selección en el Mundial de Suráfrica. Fue el 11 de julio de 2010. A los pies de Casillas, Blatter muestra también su alegríalarazon

El 11 de septiembre de 2001 a la hora del telediario o el 11 de julio de 2010 al filo de las once de la noche son momentos en los que cualquier ciudadano español con uso de razón recuerda con nitidez. Dónde estaba, con quién, cómo estaban sentados (o de pie), qué tipo de conjuros contribuyeron a empujar el disparo de Iniesta en el minuto 116, cuando ya se olían los penaltis. El gol de Puyol en la semifinal contra Alemania, a la salida de un córner, le pilló a un colega desaguando. En la final, desfilaba resignado hacia el cuarto de baño antes de cada saque de esquina de España. Bien merecía la pena el esfuerzo, aunque fuese una estupiez. Pero por si acaso…

La España que llegó a Sudáfrica era un equipo cuajado, perfectamente acabado, ganador no sólo porque venía de levantar la Eurocopa del 2008, sino porque su osamenta eran siete jugadores –Villa se uniría aquel verano, más los apócrifos Cesc y Silva– del fabuloso Barcelona de Guardiola, recién conquistado el “sextete”. Luis Aragonés, las cosas del Sabio de Hortaleza, había dejado el cargo tras el triunfo de Viena y como una evidencia, lo suplió un Vicente del Bosque tan laureado como respetado y, sobre todo, lo suficientemente inteligente como para apenas modificar lo que funcionaba. El técnico salmantino le agregó al guiso una tonelada de bonhomía y la receta resultó imbatible.

El, por ahora, único título mundialista de la selección nacional contiene dos particularidades estadísticas: es la campeona del mundo que menos marcó en el torneo, ocho; y es la única que perdió en su debut. El estadio Moses Mabhida de Durban acogió el primer partido de España en suelo africano desde 1961 y cosechó una de esas derrotas inexplicables con la que el fútbol de vez en cuando sorprende. A pesar de su dominio aplastante sobre Suiza, un gol de Gelson Fernandes al comienzo del segundo tiempo tumbó a un equipo que mantenía la base campeona de Europa con el matiz importante que constituía la irrupción de Sergio Busquets como pivote defensivo.

La derrota sembraba dudas entre las ambiciones de España, pero dejaba una certeza: para mantener viva la ilusión, iba a ser necesario ganar a Honduras y a Chile, una tarea de la que se encargó David Villa, autor del doblete que tumbó a los catrachos (2-0) y del gol, desde casi el centro del campo, que abrió el marcador contra los pupilos de Marcelo Bielsa (2-1). A partir de ahí, ¿qué podemos contar que no se haya dicho ya? Cuatro partidos y otras tantas victorias por la mínima llevaron a la selección al título supremo, después de transitar un camino que jalonaron los goleadores con sus aciertos decisivos. Dos veces Villa, Puyol e Iniesta, pero que sembró Iker Casillas, capitán emblemático, con unas paradas de superhéroe que sellaron su portería en diez jornadas gloriosas, desde el penalti que le paró a Cardozo el 29 de junio hasta el pie providencial que sacó ante Robben el 10 de julio en Johannesburgo.

Portugal, Paraguay, Alemania, victimada ya dos años antes en la final de la Eurocopa, y Holanda fueron los rivales de España, hasta que el portero del Real Madrid levantó la copa dorada de manos de Sepp Blatter. De la final contra los neerlandeses, cada aficionado recuerda mejor los detalles accesorios que el propio partido, más allá de momentos estelares como el atentado de De Jong contra Xabi Alonso, el milagro de Casillas –que en realidad fueron tres, sin contar su beso en directo a Sara Carbonero– y, por supuesto, la secuencia del gol de la victoria, desde la loca carrera de Navas por la derecha hasta el escorzo de Iniesta y su recuerdo a Dani Jarque. Fue una de esas noches únicas que producen nostalgia en el momento mismo de irse a la cama.