Opinión

España: su tiempo pasó, no era aún su tiempo

La baza de la selección eran sus tres centrocampistas del Barça, pero al viejo capitán le vino grande el torneo y a sus dos jóvenes tenientes, más todavía

Pedri reclama explicaciones en el partido de octavos ante Marruecos
Pedri reclama explicaciones en el partido de octavos ante MarruecosJulio CortezAgencia AP

Un análisis desapasionado de la selección nacional que ha competido, de mala manera, en Qatar conduce a la conclusión de que su ausencia entre los ocho candidatos finales al título habría sido anómala, aun con la bendita suerte de haberse emparejado en octavos con Marruecos, que no es mejor sin duda que España… pero que, desde luego, tampoco es peor. Por líneas, Luis Enrique ha dispuesto en el Mundial de una portería poco fiable, una zaga en la que la mitad de sus miembros titulares en el partido decisivo (Llorente y Rodri) no son defensas y una delantera cuyo único goleador, que tampoco es el Torpedo Müller, actuó como suplente a pesar de haber sido el único en marcar en los dos encuentros anteriores.

Entonces, ¿de qué herramienta decisiva disponía España? Del centro del campo, vale, un «trivote» Busquets-Gavi-Pedri auxiliados hasta el astronómico número de ocho por esos defensas que no son defensas y aquellos delanteros que no son delanteros. Semejante configuración, en un ejercicio de lógica aplastante, deparó un festival de toque inocuo, superado como en Rusia contra Rusia el millar de pases: los centrocampistas-delanteros apenas si remataron y los centrocampista-defensores concedieron al inofensivo ataque de Marruecos las ocasiones más claras del horrendo partido, largo como meada cuesta abajo y tedioso como maratón en cine-club.

Seis docenas de centrocampistas echándose la pelota de uno a otro, o sea, sin intención de regatear ni de encarar ni de chutar ni de acelerar ni de centrar ni de arriesgar desemboca, evidentemente, en un ejercicio de centrocampismo, que rima con onanismo porque practicantes e ideólogo coinciden en lo encantados que están de conocerse, desmesurado y plúmbeo. Fue un regalo para el corajudo equipo marroquí, aproximadamente marroquí más bien, que lo aceptó encantado para convertirse en el primer equipo magrebí en jugar los cuartos de un Mundial, mejorando la prestación en México 86 de aquella fantástica selección de Zaki Badou, Mohamed Timoumi y Abderrazak Khairi, autor de dos goles que eliminaron en la fase de grupos a… Portugal, su rival del domingo. Pero no va hoy la cosa de Walid Regragui y sus admirables legionarios, sino de los centrocampistas españoles a los que derrotaron.

Jugó Luis Enrique todo el Mundial con muchos centrocampistas de oficio y tres fijos en sus puestos canónicos, el vetusto Busquets y los adolescentes Gavi y Pedri. Fue el primero uno de los mejores del mundo en lo suyo y puede que los otros dos lo sean en su momento, pero la alta competición sólo entiende de presente: hoy conforman el mediocampo de un Barcelona rigurosamente insignificante en el concierto europeo. Mejor escrito: insignificante en la segunda división europea, donde el Galatasaray les hace pasar fatiguitas de muerte y el Eintracht de Fráncfort los elimina, y patético cuando se les pone enfrente un rival de verdadero trapío, que aplasta a los veteranos y a los dos noveles hasta sin querer, como el elefante a la hormiga. No se puede ir a la guerra con chiquillos; o sí, pero no se puede pretender que vuelvan sanos, salvos, victoriosos y condecorados. Regresarán en bolsas de plástico.