En una jornada donde el aficionado rojiblanco ha podido disfrutar de la cara A de un equipo cuya imagen en el Metropolitano dista mucho de la mostrada a domicilio, es muy difícil entender tanta diferencia sin pensar mal. Son versiones tan distintas que ninguna deja bien a jugadores y entrenador. O no quieren aguantar pitos de unos aficionados que ni por asomo soportarían en silencio espectáculos como el ofrecido en Mendizorroza unos días antes o la valentía y la ambición del equipo varían en función de si juega en casa o fuera. La evidencia es que el Atlético cuando quiere, sabe y puede. Y eso debería enfadar más aún al seguidor exigente. Un jugador no es internacional un día y parece un jubilado cuatro después sin ninguna explicación razonable. De esa responsabilidad no puede ni debe escaparse nadie, entrenador ni jugadores. El primero es incapaz de sacar la mejor versión de su plantilla con un mínimo de continuidad y los otros no pueden jugar a la carta, en función del escenario y del rival. Es inconcebible en un equipo grande y el nivel de exigencia debe ser mayor. Griezmann no puede jugar bien la mitad del año y desaparecer los últimos meses. De Paul no puede ser el mejor escudero de Messi un día y un tipo desganado si el partido no es de los importantes, entre otras cosas, porque jugar con la camiseta rojiblanca siempre debería serlo para cualquiera que se la enfunde. Hay jugadores que aparecen y desaparecen sin motivo. Otros son juzgados por media hora y algunos juegan con continuidad cuando no se lo merecen. Con semejante montaña rusa en el rendimiento, el único que tiene su continuidad garantizada es Simeone, que cuenta con la confianza ciega del club y de un sector importante de la afición.