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Isinbayeva se adueña de los cielos por última vez
Isinbayeva olvida sus últimas decepciones y reconquista el oro mundial. Anuncia que se retira, pero sólo temporalmente, para ser madre
El listón en 4,89, los ojos azules brillando en la noche moscovita ante un público que por fin dio colorido al estadio de Luzhniki. Competía el ídolo. La leyenda. Después llegó el rezo, el cántico antes de saltar, la visualización mental de la técnico, de lo que tienes que hacer para volar un poco más arriba de esa altura, que era once centímetros más de lo que había conseguido superar en 2013 Yelena Isinbayeva, aunque a años luz de los 5,06 que alcanzó en 2009. Aquellos eran otros tiempos, cuando la rusa era la indiscutible, la mejor, un mito ya. Cuando nadie le tosía y batía la plusmarca casi cuando quería.
Ahora es humana. Sufre y pierde, pero el ritual antes del salto es el mismo. Yelena arrancó, apoyó la pértiga, esquivó el listón y cayó limpia al otro lado. Prueba superada, y a la primera, con un registro notable. Sólo quedaba esperar. La estadounidense Jennifer Suhr, campeona olímpica, falló tres veces en el 4,89. La cubana Yarisley Silva, la mejor del año, aunque en «indoor», estaba ante su última oportunidad. Atropelló el listón y los ojos azules de Isinbayeva brillaron más que nunca. No había parado de sonreír en un rato, pero en ese momento estalló y corrió con los brazos en alto en busca de su entrenador, Yevgueni Trofímov. Hubo un gran abrazo. Otra vez campeona. Nada de bronces como en los últimos Juegos Olímpicos o de descalificaciones como en el último Mundial en el que compitió, en 2009. El oro es su color por naturaleza. Es la mejor atleta del siglo XXI y una de las mejores de la historia. No es tan mayor como pudiera parecer. A sus 31 años volvió a competir bien y a ganar, y además en casa, en el campeonato que iba a suponer su despedida... o no. ¿Cómo retirarse después de demostrarse que puede seguir ahí? Durante años no tuvo rival y quizá perdió motivación, aunque en el camino lograra dos oros olímpicos, dos mundiales, al que sumó el de ayer, y 28 récords del mundo. Empezó a pensar en dejarlo, en ser mamá, en montar una familia. Ahora que ha encontrado oposición, sus piernas no eran las de antes, no le respondían. Perdió la magia, pero ayer la recuperó en un concurso sin peros: superó los 4,65 a la segunda, los 4,75 a la primera, los 4,82 también en el segundo intento, con lo que se aseguró una medalla tras los errores de la alemana Spiegelburg, y los 4,89 sin fallo para que ese metal fuera de oro, por delante de Suhr, plata, y de Silva, bronce, que felicitaron a la campeona.
Un triunfo así hace recapacitar a cualquiera. Si días antes ya había dicho que bueno, que quizá no se retiraba, que podía ser un paréntesis, que si su signo es Géminis y cambiaba de opinión fácilmente, ¿qué opinaría ahora? Dejó entrever que entre sus planes sigue estando el ser madre, pero sólo será un parón, una baja maternal como han hecho tantas otras atletas para volver y preparar los Juegos de Río 2016. La película cambió. «Después del Mundial no me voy a ir para siempre. Simplemente voy a hacer una pausa», señaló. «Quiero hijos. Me perderé la temporada 2014, pero mi embarazo también durará nueve meses».
El «show» de Yelena no había concluido. Después de la euforia, volvió la concentración. Pidió el listón en 5,07 para intentar adornar su medalla con el récord del mundo. Otra vez los ojos brillando, el rezo, la técnica... Pero falló los tres intentos. Como si hubiera vuelto a ganar, repitió el ritual de carreras y saltitos y dio una vuelta de honor con la bandera en la que dejó alguna que otra pirueta. Su sueño de pequeña era ser gimnasta y menos mal que no siguió por ese camino, porque nos hubiéramos perdido a una de las mejores atletas de siempre. Y su historia aún no ha terminado.
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