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Jan Farrell: «A 200 kilómetros por hora los sentidos se ralentizan »

Compite en Speed Ski, el «deporte no motorizado más rápido del mundo; pero no es una locura», dice.

Jan Farrell: «A 200 kilómetros por hora los sentidos se ralentizan »
Jan Farrell: «A 200 kilómetros por hora los sentidos se ralentizan »larazon

Compite en Speed Ski, el «deporte no motorizado más rápido del mundo; pero no es una locura», dice.

Jan Farrell (34 años) nació en Inglaterra, pero desde bien pequeño vive en Madrid. Con 17 años creó su primera empresa. En ese mundo su pasión es el hardware, los gadgets y la electrónica, pero fuera de él compite en Speed Ski: con un traje que tarda una hora en ponerse, un casco, alerones y unos esquís, se lanza en caída libre a velocidades que superan los 200 km. por hora. Se disputa de enero a abril y hay once pruebas de la Copa del Mundo.

–¿Cómo llega al Speed Ski?

–Competía en esquí cross y siempre había observado muy en la distancia esta disciplina como algo fascinante, pero casi imposible de adentrarse en ella. En Grandvalira, la que considero mi segunda casa, organizaron una prueba de FIS, que es como la categoría anterior a la Copa del Mundo, empecé a investigar qué había que hacer para apuntarse, fue más fácil de lo que creía, me apunté, quedé quinto y fue amor a primera vista.

–Le atrae la velocidad...

–Sí, lo confieso, en todos sus aspectos y formas. Velocidad controlada. Desde que tengo memoria de esquí siempre he intentado ir lo más rápido posible.

–¿Cómo definiría su deporte?

–No es un deporte de locos, es muy controlado, muy estudiado... La definición formal es el deporte no motorizado más rápido del mundo, pero para mí es una gran pasión y la máxima expresión de velocidad que existe. No hay momento en mi vida en el que me sienta más vivo. He ido rápido con otros vehículos, pero no se puede replicar esa sensación. Es fantástico.

–¿Se siente miedo?

–Sí, sí. Antes de la salida, la noche de antes... Sobre todo, cuando se va a pasar de 200 kilómetros por hora, algo que he experimentado pocas veces; entonces, claro, es peligroso, es un momento en el que tienes que llevar tu cuerpo y tu mente al límite. Es el miedo a lo desconocido y a lo que te juegas ahí arriba, que tienes que tirarte por un acantilado.

–¿Se mide la velocidad máxima?

–Técnicamente es la velocidad media en los últimos 100 metros, que es nuestra manera de medir la velocidad punta. Es fácil de entender: gana el que más rápido baja. Hay una categoría de chicas y otra de chicos, y a mí me impresionan más las chicas.

–¿Por?

–Compiten con las mismas reglas, el mismo equipamiento y en la misma pista que nosotros y a menudo nos ganan. Son súper mujeres y, además, tienen para mí mejor control del miedo. Las veo cuando están a punto de tirarse en la cima de Vars, que es donde se hace la tentativa de récord del mundo, y es increíble la serenidad que tienen.

–¿Cuál es su récord?

–231,66, y el del mundo es 254.

–¿Qué se siente a esa velocidad?

–Una extrema concentración, pero a la vez una ralentización de los sentidos. Los 15 o 17 segundos que puede durar una bajada en Vars parecen más cercanos a un minuto. Me puedo llegar a observar casi desde fuera. Sé que hay ruido, viento, pero no los oigo. Estoy tan concentrado en sentir los esquís y en hacerme compacto que cosas como la audición o la visión están en un segundo plano.

–Y pasan de 0 a 100 en 3 o 4 segundo, y a 200 en 8...

–Sí, alrededor de ocho. Es caída libre, prácticamente. Es un deporte extremo, sí.

–¿Cuál es la velocidad máxima que cree que se puede alcanzar?

–300 kilómetros por hora.

–¿300?

–Teóricamente, en el Himalaya si hubiese una pista, pues depende de la cantidad del aire. Realísticamente en Alpes podemos superar los 260 por hora, en los Andes se podría llegar quizá a 280, porque son un poco más altos y hay más desnivel. Pero ésta es la teoría, en la práctica los 260 es real que de aquí a unos años los superemos.

–En 2016 sufrió una caída...

–Iba a 216 kilómetros por hora luchando contra la línea, intentando mantenerme más a la derecha, eso me jugó una mala pasada, me reaccionó un esquí, chocó con el otro y acto seguido estaba en el suelo.

–¿Se lesionó?

–Quemaduras de segundo grado y poco más, sólo el trauma psicológico que he tardado en superar. Fue intenso, pero fue bien, no me rompí nada, pude competir al día siguiente, aunque claro, el estrés de esa caída, a una velocidad superior a la caída libre de un paracaidista, pero sin paracaídas y frenando con tu cuerpo sobre la nieve... En toda la Copa del Mundo hay tres o cuatro caídas al año entre todos los competidores.

–¿Cómo lo superó?

–Pensé que lo podía superar solo, pero tuve una mala temporada en 2017, desconfiaba de mí mismo, de mis capacidades de esquiador a alta velocidad. Tenía el recuerdo de la caída en mitad de la bajada. No me lo podía creer, pero era un problema para el que tuve que acudir a un psicólogo deportivo, que se llama Ricardo de la Vega, un referente, y tengo que decir que me ayudó a racionalizar mis miedos. No me los ha quitado, pero me ha ayudado a disfrutarlos. Ahora, en la salida, sé que voy a tener miedo, pero voy a disfrutarlo.