Fútbol
Jesús Navas, el niño que devoraba gominolas
Por sorpresa y ante las dudas del Sevilla para renovarle el contrato, Jesús Navas anunció ayer su marcha del club de su vida justo tras cumplir 500 partidos en Liga
Jesús Navas se va del Sevilla o la certeza de que nada es eterno en este valle de lágrimas, las que derramó el Duende de Los Palacios cuando fue suplido en el tramo final del bochornoso simulacro contra el Cádiz. Discreto como siempre lo ha sido, el más eximio producto de la feraz cantera sevillista, detuvo el contador de partidos con su equipo del alma en 688, quinientos redondos en Liga con una única camiseta: un logro a la altura de Messi, Raúl, Sanchís, Casillas, Xavi y nadie más. El consejo de administración que preside José María del Nido Carrasco, en el colmo del atolondramiento, decidió celebrar la descomunal efeméride… de ninguna forma. Parecía imposible afear el cuento de hadas con un final deslucido. Lo consiguieron.
En esta temporada angustiosa, y con 38 años, Jesús Navas ha repetido su rutina de los últimos dos decenios, desde que Joaquín Caparrós lo hiciese debutar contra el Espanyol en noviembre de 2003: correr la banda incansable durante cerca de cuarenta partidos sin importarle si era la final del Mundial, pues una galopada suya gestó el gol de Iniesta en Johannesburgo, o si la pelea era por la permanencia, que el Sevilla selló ganándole al Granada con tanto de Acuña y asistencia suya. El palaciego, a quien con toda probabilidad se llevará Luis de la Fuente a la Eurocopa, sigue plenamente vigente y no jugará la próxima temporada en el Sevilla, pásmense, porque el club no le había mostrado su intención de renovarle el contrato que expira el próximo 30 de junio.
Ante el desgobierno de la entidad, el sevillista de cuna Jesús Navas decidió irse de su casa. Maneja ofertas del Golfo Pérsico que pueden enterrarlo en petrodólares y el lunes, víspera de su quingentésimo partido en la Liga, le dijo a Quique Flores que el del Cádiz sería, probablemente, su último partido oficial en el Sánchez-Pizjuán. Su llanto cuando fue suplido por Juanlu era premonitorio y ayer mismo, a primera hora de la mañana, le pidió al presidente Del Nido que se personase en el vestuario de la ciudad deportiva, donde el estadio principal lleva su nombre y donde se despidió de sus compañeros con un discurso tan breve como proverbial es su parquedad en palabras.
La historia de Jesús Navas, que si supiese contar chistes habría dado para siete superproducciones de Hollywood, es archiconocida. Pablo Blanco lo detectó en un partido de los infantiles de Los Palacios al que había ido a ver a su hermano Marco –casi dos centenares de partidos profesionales con Sevilla, Albacete, Leganés y Poli Ejido, entre otros– y a un portero llamado Wilfred. «En un campo encharcado, vi a un perdigón que no levantaba un palmo del suelo dándole regates hasta al banderín de córner. Era Jesusito», narra la otra leyenda sevillista, a quien Navas arrebató hace una vida el récord de partidos oficiales con la camiseta del Sevilla (415).
Cuando Caparrós lo subió al primer equipo, que daba 55 kilos en la báscula… con abrigo largo y botas katiuskas. El doctor Antonio Escribano, el gurú que introdujo en el fútbol español la ciencia endocrinológica a finales del siglo pasado, le ordenó engordar. Un peso pluma no podía competir en el fútbol profesional y como el niño quemaba todo lo que consumía, lo puso a dieta: Pablo Alfaro, su primer capitán, lo vigilaba en la habitación para que comiese las gominolas, helados, chocolatinas y Coca-colas que su madre le metía en la mochila antes de las concentraciones.
El mayor prodigio que ha dado el Sevilla, el genio que inició la jugada del gol de nuestras vidas, fue criado con refrescos azucarados y bollería industrial. Un saludo para el Ministro de Consumo.
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