Nueva era
Juegos históricos antes de empezar
El deporte disponen de una oportunidad para reivindicarse como fuerza transformadora y abrir una puerta al optimismo en medio de los rebrotes pandémicos y la ausencia de público. Se buscan herederos a Phelps y Bolt
Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el ciclo cuatrienal que jalona el calendario deportivo planetario se ha roto y los Juegos de la XXXII Olimpiada de la Era Moderna se celebrarán en Tokio en año impar, en este 2021 de todas las excepcionalidades. La ausencia de público, rebrotes pandémicos obligan, moverán al pesimista a pensar que viviremos una edición descafeinada, más triste que bailar con una hermana, pero los cofrades de la Hermandad del Vaso Medio Lleno prefieren ver en su celebración, a pesar de los pesares, un síntoma de recuperación y un anticipo de que las cosas, pronto, volverán a ser como antes.
Estos Juegos inauguran un tiempo nuevo y no por el contexto sanitario o geopolítico en el que se desarrollan. Desde que la llama se apagó en Río, hace un lustro, se percibía necesaria la actualización del venerable COI, que comenzó a concordarse con los tiempos remodelando un programa que contendrá nueve nuevas modalidades mixtas –incluidos los revolucionarios relevos en los 4x400 de atletismo y 4x100 estilos de natación– y la añadidura de cuatro deportes: escalada, surf, skate board y kárate, que protagoniza una aparición fugaz porque será eliminada para dar cabida al break-dance en París 2024. También regresan, debido a su popularidad en Asia, el béisbol y su versión femenina, el softball. Los deportes electrónicos, que es eufemismo para evitar decir videojuegos, están en la sala de espera para ediciones ulteriores.
El COI ha logrado en Tokio incrementar la universalidad y contener el gigantismo a un tiempo, una enrevesada cuadratura del círculo que se ha logrado mediante la minuciosa readaptación del programa. Habrá en la capital japonesa 206 delegaciones (todos los miembros del COI excepto Corea del Norte) que competirán en 339 eventos correspondientes a 33 deportes que transcurrirán en 42 sedes. Sin embargo, el número de deportistas presentes sigue contenido en torno a los once millares: 11.238, según la última actualización.
El mencionado fin de época quedó escenificado en Río con la retirada de las dos supernovas del siglo XXI, dominadores de los dos deportes olímpicos por antonomasia, la natación y el atletismo. Michael Phelps completó en la piscina carioca su formidable cosecha de veintiocho medallas olímpicas, veintitrés de ellas de oro, y Usain Bolt se marchó del estadio Joao Havelange con ocho entorchados, un dominio ultrajante en las pruebas de velocidad y la sensación de que sus plusmarcas de Berlín 2009 tardarán decenios en ser batidas. Otras estrellas brillarán en el firmamento olímpico, claro que sí, pero difícilmente lo harán con esta fuerza. En el caso español, la sensación de orfandad se incrementará por la ausencia de Rafa Nadal, el principal referente del deporte nacional. ¿Aguantará tres años para despedirse de los Juegos en su jardín de Roland Garros? No lo descarten.
Así, a despecho del nadador Caeleb Dressel o de la asombrosa hornada de atletas que han sacudido las tablas de récords en los meses previos a los Juegos, sólo un nombre se postula en las vísperas para el reinado en Tokio: Simone Biles. La gimnasta estadounidense, quíntuple medallista en Río (cuatro oros) y diecinueve veces campeona del mundo, se prepara para una razzia sólo comparable a la de Nadia Comaneci en sus días de gloria. A sus veinticuatro años, la pequeña bomba de Ohio (1,42 metros de estatura) ha alcanzado la madurez y sólo lucha contra sí misma, una competición de la que saldrá airosa gracias a los movimientos inéditos que ha preparado para cada uno de los aparatos.
La celebración de estos Juegos es también, sobre todo, el triunfo de Thomas Bach y de Yoshihide Suga. El presidente del COI y el primer ministro japonés se han jugado todo su capital político en el envite contra el batallón de cenizos que, a lomos del covid-19, preconizaba una anulación que habría resultado ruinosa en todos los sentidos, y no sólo en el económico. Suga es un tecnócrata liberal que sucedió el septiembre pasado al carismático Shinzo Abe, abrasado por la pandemia, y ha debido incluso superar una moción de censura en el Parlamento esta semana. La oposición juzgaba «inaceptable» el apoyo gubernamental a Tokio 2020. El empeño del ejecutivo nipón se ha sustentado en el presidente del COI, un antiguo esgrimista alemán que ganó el oro olímpico en florete por equipos. Su labor diplomática ante el resto de las grandes potencias le ha brindado a Japón un impagable respaldo internacional.
A puerta cerrada y fuera de fecha, los segundos Juegos de Tokio se han convertido en históricos por fuerza y a su pesar antes de que la llama arda en el Nuevo Estadio Nacional. La primera vez que la capital japonesa fue sede olímpica, en 1964, la sociedad nipona mostró al mundo la portentosa recuperación que había operado en menos de veinte años, desde el trauma de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Hoy, dieciocho meses después de la declaración por la OMS de la pandemia que paralizó al mundo, los tokiotas vuelven a encarnar la esperanza de que lo peor ha pasado y el deporte dispone de otra oportunidad para reivindicarse como fuerza transformadora.
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