Brasil
La mortadela explosiva
En Río, como en cualquier parte del mundo, si la Policía ve colillas en el lugar de los hechos deduce: «Aquí han “fumao”». Para establecer el hecho diferencial, aquí, por pagos de Botafogo, Flamengo, Ipanema, Leblon, Barra y Copacabana, el celo policial es cíclico, o caprichoso, o rígido, o laxo. Es, en cierto modo, como ese criterio arbitral que tanto desespera al aficionado del fútbol, cuando la tarjeta amarilla es o no es en función del minuto de partido o, lo que es peor, del color de la camiseta. O el penalti, esa falta que en el centro del campo lo sería y en el área tiene disculpa o es invisible.
Aquí, en Río, a vehículos oficiales de los Juegos con distintivos T-1 y T-2, que son los transportes de los jefazos del cotarro y de los altos dirigentes del deporte internacional, les pueden registrar hasta el maletero antes de acceder a una instalación, como si fuera ese empujón en el centro del campo, ¡piii!; pero si se trata del T-3 de los curritos, aplican la ley del área: adelante, pasen y vean. Inaudito, pero es así. Y son estrictos y rigurosos cuando el sospechoso no es humano sino un bulto. Ya han reventado tres mochilas aparentemente abandonadas por medio de explosiones controladas. Más vale prevenir. Y si hacen papilla el teléfono y el portátil y salta por los aires el bocadillo de mortadela, allá penas y que para la próxima espabile quien olvidó el petate.
Cuando la amenaza terrorista internacional es patente y el ambiente extradeportivo de los Juegos utiliza el visado de los bajos fondos, mejor no descuidarse. Sin embargo, lo chocante es el aludido criterio militar o policial. En Londres, y vuelta a las odiosas comparaciones, no entraba un autobús en las zonas de medios ni en las deportivas sin que husmearan los perros y los especialistas revisaran en cada viaje los bajos de cada vehículo con espejos. Probablemente, seguramente, en Brasil la amenaza terrorista es menos seria que un ataque de pirañas en un jacuzzi. No hay conciencia de ese riesgo que tiene a media Europa acongojada y a la otra media a la expectativa. Sólo el día de la ceremonia inaugural las medidas extraordinarias fueron apreciables, con barreras de policías y patrullas de militares que a 200 metros de Maracaná no permitían la entrada a nadie que no estuviera debidamente acreditado. No obstante, fue curioso comprobar cómo las colas interminables del comienzo disminuían a toda velocidad a medida que se acercaba la hora del estreno.
En vísperas de los Juegos, para entrar a la Villa Olímpica exigían el pasaporte, además de la correspondiente acreditación. Una vez en marcha, ni la fotocopia. Con la acreditación es suficiente. O muy exagerados o muy descuidados, ni hay término medio ni compasión con las mochilas. Antes del partido España-Nigeria en el Carioca Arena 2, hubo explosión controlada con los baloncestistas dentro y todo el público fuera. La cara de sorpresa y de susto del «Chacho» al escuchar el estallido, ahí queda. Nadie les avisó de la incidencia. Y los Juegos siguen, ¡pum!
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