Río 2016
La velocidad y el tocino
Brasil es samba y carnaval; es fútbol y millones de kilómetros cuadrados repartidos en 67 parques naturales, algunos, reserva de la biosfera; es selva, Amazonas, tribus ocultas a la curiosa mirada del hombre blanco que viven en el siglo XXI como hace miles de años. Es el jaguar, el tucán y la anaconda. Y es velocidad... sobre el asfalto. No hay prisa en la parada con el autobús en marcha; en el interior, frío polar; en el exterior, 32 grados con un sol que aplana; mas cuando aquello arranca, bien parece que obedece la señal de una bandera de cuadros. Por las venas del conductor corre la sangre de Senna, de Piquet, Fittipaldi, Barrichello y Massa. Sufre tanto en los atascos que al entrar en la «faixinha» (carril olímpico) olvida que lleva una carga de pasajeros que cruzan miradas de asombro y temor. No se imaginaban en un bólido.
En Río suprimieron muchas rotondas porque tantos accidentes provocaban más muertos que la entrada del Ejército en las favelas. Con más velocidad que cautela y prisas por llegar una vez liberado del atasco habitual, el autobús entra en las curvas a toda pastilla y no derrapa de chiripa. Felipe, el conductor, no es de los que más corre. Su turno es de ocho horas, ahora que está enrolado en el parque móvil olímpico; cuando esto acabe, serán otra vez doce en la empresa de transportes del Ayuntamiento de Río, «por el mismo dinero».
Él sentirá que baje el telón el domingo. Volverá a la rutina y ya no podrá echar esa cabezadita reparadora mientras le invade una nube de periodistas. Alguien, que le ve dormido, se atreve a tocarle el hombro y le pregunta que cuándo arranca, «en cinco minutos», contesta sin molestarse. En Río, su ciudad, el salario medio de un trabajador es de 1.200 reales mensuales, unos 290 euros al cambio. El de un abogado o un ingeniero, entre 10.000 y 12.000 reales (2.500 a 3.000 euros). Hay diferencias salariales ostensibles y, lo más asombroso, pese a la crisis que galopa en este país, el paro no llega al 8 por ciento.
Llama la atención la cantidad de empleados situados detrás de un mostrador para despachar lo que muy bien podrían hacer una o dos personas. Tan cierto como que el trabajo es dignidad. Otra cosa es la cualificación: sumar el importe de una botella de agua y un «cachorro quente» (perrito caliente) exige calculadora, pero es el empleo remunerado lo que facilita la adquisición de los productos básicos. Con 300 euros al mes, en Río es complicado darse un capricho. Un ejemplo, los precios de la carpa que sirve comida en la sala de Prensa. Un kilo de lo que sea, y eso no es ni solomillo ni nada que se le parezca, cuesta 98 reales (más de 30 euros con el cambio actual). Así, una porción de lasaña, una macedonia de frutas y un refresco –fuera de la báscula– son 67 reales, algo más de 20 euros. Entre la velocidad y el tocino no hay confusión.
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