Obituario

Lopera, adiós a un fútbol de otro tiempo

El fallecimiento del expresidente del Real Betis supone la despedida a un personaje y a un estilo indefinibles

Joaquín Sánchez, en su llegada al tanatoria de Manuel Ruiz de Lopera
Joaquín Sánchez, en su llegada al tanatoria de Manuel Ruiz de LoperaJulio MuñozAgencia EFE

Manuel Ruiz de Lopera (Sevilla, 13-8-1944; Sevilla, 24-3-2024) ha sido un personaje indefinible que le dio la impronta de su personalidad al Real Betis, durante casi un cuarto de siglo, con algunas luces deportivas, muchas sombras en la gestión y una omnipresencia para lo bueno y lo malo, presente o ausente, cerca o lejos, activo o pasivo, y siempre en el foco de seguidores y detractores.

Lopera es por derecho propio una de las caras de un fútbol de otro tiempo, marcado por presidencias «ostentóreas», en terminología de Gil y Gil, y de la que formaron parte personajes como José María Caneda, Joan Gaspart o José María Ruiz Mateos.

Fiel a un estilo rocoso y arriscado de empresario hecho a sí mismo desde muy abajo, Manuel Ruiz de Lopera ha estado pleiteando hasta el final por las que consideraba que eran sus acciones pese a que alcanzó en 2017 un acuerdo con asociaciones de accionistas para poner fin a un largo proceso judicial que él no dio, a pesar de ello, por terminado. Este acuerdo hizo que este peculiar hombre de negocios del barrio sevillano del Fontanal abandonara el lugar preferencial que tuvo desde que en 1992 se hizo cargo del club bético hasta que en 2010 la jueza Mercedes Alaya embargó las acciones de su empresa Farusa, una de las muchas de las que blasonaba como Incecosa o Tegasa.

Cuenta un letrado que cuando le preguntó el porqué de «Técnicas Ganaderas SA» (TEGASA), le respondió que no era nada de ganadería, sino de «ganar dinero, niño, ganar duros», esa impronta «loperiana» que le ha acompañado hasta el final de sus días.

Con un sentido patrimonialista del Betis, llegó a cambiar el nombre al Benito Villamarín por el suyo porque «este acero, este hormigón lleva mi sangre. Esta sangre se la doy al beticismo», según dijo antes de acuñar otro de sus hallazgos para la posteridad, ese de que el beticismo tenía «acolapsada La Palmera», la avenida en cuyo final juega el equipo verdiblanco.

Bajo la hojarasca del folclore y lo florido de su lenguaje único de disparates y hallazgos, el que hizo que existiera un diccionario «Español-Lopera, Lopera-Español», siempre hubo un empresario duro y con un peculiar sentido del dinero que marcó la gestión del Betis y un anecdotario interminable, cierto o apócrifo.

Dueño de un estilo de arrabal y de terceras vías como las impagables de «Llérida», «un tal Frigo» (entre helado y Luis Figo), la «Júver» (de Turín) o «las Islas Feroces», como le dijo a un directivo suyo tras un sorteo europeo, Lopera estaba entre las preferencias de muchos ajenos al fútbol como un poeta de tan elevado tono lírico como intelectual como Vicente Tortajada, quien mantenía, con muchos, que era del Betis, «pero mucho más de don Manuel».

Pero Lopera pasó de la gloria a los infiernos desde que, en una arenga desde el balcón del Villamarín tras el ascenso de 1992 afirmó aquello de «estábamos en la UVI» y que «yo os entrego un Betis libre, limpio, en Primera, de ustedes, Viva el Betis».

Desde ese momento, se hizo dueño absoluto del Betis y, de la mano de Serra Ferrer, fue tercero en la Liga, ganó una Copa del Rey, fue subcampeón de otra y, sobre todo, le dio la impronta a una época del club y generó, a partes iguales incondicionales y detractores. El paroxismo fue esa peña «Lo que diga don Manuel» y, en paralelo, el crecimiento de detractores ante las sombras deportivas y económicas que desprendía su gestión personalista y su perfil a medio camino entre el histrionismo y lo que trascendía de su peculiar manera de llevar las riendas del equipo y de decirlo con sentencias del corte de «me estoy muriendo por el Betis» o «me estáis exigiendo que me estáis cansando».

Con fama de duro negociador y de exasperar a sus interlocutores en interminables sesiones de resistencia, hizo gala también de un acentuado sentido teatral en anécdotas como la del hijo que quería ir con las cenizas de su padre muerto en un bote de «melocotón en dulce» y, como no podía ser, se buscó la salida del «envase de Puleva». O el vodevil en el que se arrogó la salvación del Betis, o su pelea con el presidente del Sevilla Luis Cuervas; la famosa fiesta de «Halloween» de Benjamín Zarandona; su perro Hugo; su fe inquebrantable en el Señor del Gran Poder y la Virgen de Fátima... un presidente irrepetible.