Fútbol

En la muerte de Luis Suárez: Di Stéfano lo bautizó como el "arquitecto"

La estrella del Real Madrid, rival de Suárez en clubes y compañero en la selección, le puso el mote del "arquitecto" al gallego al que siempre había que darle la pelota

Luis Suárez da instrucciones en su etapa de seleccionador
Luis Suárez da instrucciones en su etapa de seleccionadorAgencia EFE

Helenio Herrera, que fue la mano que meció la cuna de su carrera, construyó su «Grande Inter» alrededor de un precepto de obligado cumplimiento: «Si no sabes qué hacer con el balón, dáselo a Luisito». Y eso, que en el aquel equipazo que ganó las dos primeras Copas de Europa para el Calcio había peloteros de mucho tronío, como su escudero Joaquín Peiró, los defensores Giacinto Facchetti y Tarcisio Burgnich, el brasileño Jair y, sobre todo, Sandrino, huérfano del mítico Valentino Mazzola, la estrella del Torino que murió en bloque en la tragedia de Superga. Entre todos ellos, sobresalió el número 10 para hacer transitar al fútbol europeo desde la época clásica en la que reinó el Real Madrid de los cinco títulos hasta la modernidad que encarnó el Ajax de Cruyff. Por esos mismos años, en la cancha de los Sixers de Philadelphia, vociferaba el público aquello de «balones para Wilt» (Chamberlain), la frase que popularizaron años después en España los guionistas de «El príncipe de Bel Air».

Alfredo Di Stéfano, su rival en los clubes y su compañero en la selección, lo motejó como el «Arquitecto», ya que fue el primer mediocentro creativo de la historia. Luis Suárez, que nunca fue humilde, se autodefinió hace poco como «una mezcla entre Xavi e Iniesta, ya que era capaz de dar diez pases de 40 metros por partido pero también marcaba muchos goles». No está mal como carta de presentación, sobre todo para quienes no lo vimos jugar y tendemos a mirarlo todo con los ojos del presente. Ninguno de sus dos émulos, pese a su gran palmarés, ganó el Balón de Oro que él conquistó en 1960. Sigue siendo el único futbolista nacido en España en poseer dicho galardón, el timbre de gloria que distingue a los buenos de los elegidos.