Fútbol

El Mundial 82: un fracaso, un sorteo ridículo y una mascota maldita

La Copa del Mundo celebrada en España dejó un rastro complicado en el fútbol nacional y la alegría incontenible de Italia en la final

Jesús Mari Zamora conduce el balón durante el partido ante Honduras
Jesús Mari Zamora conduce el balón durante el partido ante HondurasAgencia EFE

El Mundial 82 acabó con las ganas de José Emilio Santamaría de seguir ligado al fútbol. El antiguo central del Real Madrid, íntimo amigo de Di Stéfano, fue el seleccionador elegido para sustituir a Ladislao Kubala en el banquillo de la selección española y guiarla en su Mundial. Pero el mal papel de la selección, las críticas recibidas y algún problema dentro del vestuario pudieron más que su pasión por el fútbol. Estaba a punto de cumplir 53 años cuando acabó el Mundial, pero se retiró para dedicarse a sus negocios y nunca más se sentó en un banquillo.

España fue la peor anfitriona de la historia hasta que a la FIFA le dio por organizar Mundiales en Sudáfrica y en Qatar. El Mundial no prometía nada bueno ya desde el sorteo celebrado en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, enfrente del Santiago Bernabéu. La puesta en escena fue como un sorteo extraordinario de la Lotería de Navidad, con los mismos bombos y con los niños de San Ildefonso cantando las bolas.

Pero nada parecía estar en su sitio. Nadie parecía conocer la mecánica del sorteo, como demuestra que al salir la bola de Bélgica fuera asignada al grupo de Italia y la de Escocia, al de Argentina. Una ubicación que fue corregida de manera inmediata y sin ninguna explicación para mandar a los escoceses al grupo de Brasil y a los belgas, al de Argentina. Las bolas de Chile y de Perú, simplemente, se devolvieron al bombo correspondiente y el sorteo continuó como si nada.

La imagen del Mundial eran un sorteo lamentable y una mascota caída en desgracia, Naranjito, por la que sus creadores recibieron un millón de pesetas. La Federación vendió su licencia a una empresa británica por 1.400 millones de pesetas, unos ocho millones y medio de euros, sin saber que con el tiempo se iba a convertir en un icono para toda una generación. Naranjito fue una mascota maldita y denostada.

Nada parecía salir bien y nada le salió bien a la selección, que empató en su estreno contra la débil Honduras, debutante en un Mundial; ganó a Yugoslavia con un penalti que marcó Juanito y que mandaron repetir porque no entró y perdió contra Irlanda del Norte con un gol de Gerry Armstrong, que después fichó por el Mallorca. En la segunda fase las cosas no fueron mejor: derrota contra la República Federal Alemana a pesar del golazo de cabeza de Jesús Mari Zamora, y empate contra Inglaterra. Aquel fue el único partido que jugó Kevin Keegan en un Mundial y lo hizo con aquella camiseta inglesa que es una de las más icónicas de la historia.

La preparación animaba a pensar que España iba a hacerlo algo mejor en su Mundial. La base la ponía la Real Sociedad, campeona de Liga dos años consecutivos y que la temporada siguiente apretó al Hamburgo hasta el borde de la eliminación en las semifinales de la Copa de Europa que ganaron los alemanes. El Real Madrid, que había sido finalista de la Copa de Europa un años antes, aportaba a Camacho, Gallego, Juanito y Santillana, además de Miguel Ángel como portero suplente.

Además, España había ganado un año antes en Wembley a los ingleses (1-2). Una hazaña histórica que sólo había conseguido la Hungría de Puskas y que coincidió con la liberación de Quini que se había pasado 25 días secuestrado. Los jugadores se enteraron en el autobús después del partido. «A Quini le teníamos mucho cariño, fue una noche inolvidable», recuerda Satrústegui, autor del primer gol. El otro lo marcó su inseparable Zamora, compañero de habitación en la Real y en la selección. «Cuando marqué, pusieron el nombre en el marcador. Televisaron el partido y que viera allí mi padre el apellido en grande me hizo ilusión. Nosotros nos fijábamos más en eso que en cosas de dinero», recordaba Satrus hace años en LA RAZÓN.

«Muchos nos conocíamos de la olímpica y de la sub’23, donde ya nos había entrenado Santamaría», explicaba también entonces el exjugador del Sporting Joaquín. Pero nada de eso sirvió para que España se librara del fracaso.

El ambiente exterior era complicado, con ETA en su apogeo, como cuenta el periodista Alberto Ojeda en el libro «Cuero contra plomo». Y dentro del vestuario tampoco parecía mucho mejor. «Me dicen, aunque yo no lo vi, que hubo un rifirrafe entre un defensa de mi equipo y un delantero dentro del vestuario. Pero no doy nombres», confesaba muchos años después Santamaría en una entrevista en el diario «Marca».

Iba a ser el Mundial de España y el de Maradona, que se estrenaba en una Copa del Mundo. Pero acabó siendo el de Paolo Rossi y el fútbol de Brasil, que no ganó el Mundial, pero conquistó el mundo. Maradona se marchó frustrado y expulsado después de una patada en la barriga al brasileño Batista.

Argentina, que defendía el título, se marchó derrotada en los dos partidos de la segunda fase, contra Italia y contra Brasil. No tenía buena pinta el Mundial para la albiceleste desde que perdió contra Bélgica en el partido inaugural con un gol de Vandenbergh.

La final acabó siendo cosa de Italia, que había empatado los tres partidos de la primera fase antes de liquidar a Brasil y Argentina en la segunda, y de la República Federal Alemana, que había llegado hasta allí después del «tongo» contra Austria en El Molinón que dejaba fuera a la Argelia de Madjer, y de una espectacular semifinal contra Francia en la que los franceses perdieron el partido en los penaltis y Battiston, uno de sus defensas, varias piezas dentales por la salvaje agresión de Schumacher, el guardameta alemán de dudoso equilibrio mental. Italia se impuso en la final y dejó para la historia el grito de gol de Tardelli y la alegría de Sandro Pertini en el palco. Para entonces, Santamaría ya había decidido dejar el fútbol.