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Regino Hernández: «El snow es una mezcla de locura y tener cabeza»

Bronce en los Juego Olímpicos de PyeongChang

Regino posa con la medalla
Regino posa con la medallalarazon

«Vamos, Regino», grita un obrero a Regino Hernández en la entrada de LA RAZÓN. El flamante bronce en PyeongChang, que visitó la redacción de este periódico, responde con el dedo en alto, de forma natural y llana. Antes de la entrevista, ve la final que le dio la medalla en snowboardcross y describe lo que sintió. «En la salida pienso que en el momento en el que se abra el portillón es como si liberan a la bestia que hay dentro de mí. Me da el subidón y me acuerdo mi amigo Ángel». «Aquí iba entre Pierre Vaultier, que es el mejor, y el cinco veces campeón del mundo». «Aquí quería alejarme del grupo porque, como ves, se están tocando». «Aquí (en un salto) pensaba que me iba al suelo, pero logré caer centrado». «Aquí ya me di cuenta de que el resto había caído, sabía que el bronce estaba seguro. Lo único que quería era apretar y luchar por la plata. Hay una foto en la que se me ve un poco por delante, en uno de los últimos saltos». Al final, bronce. «Mucha gente ha flipado de que todos nos abrazáramos, dicen que ni jugadores de fútbol del mismo equipo se abrazan tanto, pero es que nos llevamos súper bien», concluye. Cuando le preguntan cómo se puede enganchar a la gente a su deporte, contesta: «Que vean una carrera, simplemente».

–¿Cree que la medalla le va a cambiar la vida?

–Yo creo que sí, porque es la primera medalla después de 26 años, el sueño de cualquier deportista. Mi nombre va a estar en la historia de los deportes de este país... Una medalla puede arruinarte la vida o puede hacértela mucho mejor, dependiendo de cómo actúes, de cómo uses la cabeza. Yo estoy súper agradecido a mi familia, mi novia y mis amigos, porque ellos siempre me han puesto los pies en la tierra. Sé que esta medalla no me va hacer decir «yo, yo, yo». Sé que me va a cambiar a mejor, pero dentro de lo que es el ámbito deportivo, porque al fin y al cabo sigo siendo el mismo.

–¿Sabe dónde la guardará?

–Todavía no, pero quiero hacerle un sitio para ponerla junto con el casco, que no lo quiero utilizar más. Me lo hicieron para esta competición, con el 8 por mi amigo Ángel, que falleció hace tres años.

–Eran súper amigos...

–Era como mi hermano mayor. Mis padres y sus padres, íntimos; íbamos al mismo colegio, siempre juntos los dos y otro que se llama Javi Gallego. A lo mejor estábamos un mes sin hablar porque me iba con la selección, pero cuando volvía siempre estaba ahí, a las buenas y a las malas.

–Falleció haciendo snow...

–En Sierra Nevada, iba con cinco amigos y les dijo que fueran tirando. Se salió de la pista un metro, como mucho, no fue una negligencia, y nadie esperaba que ahí estuviese ese boquete. Tuvo la mala suerte de que se juntaran los astros para que fuese a la velocidad que tenía que ir, porque un poco más rápido se pasaba, un poco más lento no hubiera dado con la cabeza donde dio...

–¿No le entró miedo a la nieve tras aquello?

–No, la verdad. Dentro de la desgracia, prefiero que haya sido así que en un accidente de coche o, yo qué sé, que alguien que condujese borracho tuviera un accidente con él, o una enfermedad. A él le flipaba el snow y que estuviese disfrutando de ello en esos últimos momentos me hace no estar tan mal como si hubiera sido de otra manera.

–En PyeongChang esquivó las caídas, pero en su carrera ha tenido algunas...

–Llevo dos operaciones de la rodilla, operación en cada hombro, distensiones de ligamentos tengo para aburrir, hematomas óseos... A ver, es un deporte de riesgo. Mis amigos me dicen que nunca me caigo. Vale, cuando hago snowboard normal no me caigo, pero cuando lo hago en carrera la hostia es grande y seguro que algo me hago. Son caídas a 80 o 90 por hora, y no vas solo. Cuando me hice lo del hombro me caí, y el que venía detrás me pasó por encima, me cortó el brazo, me tuvieron que poner puntos, o sea que ya no es sólo caerte, es la gente que viene detrás a esa velocidad con tablas cuyos cantos son cuchillos. Y gente de 85-90 kilos, que sólo con el impacto de la tabla te hacen una avería.

–En los Juegos hubo muchos heridos...

–En la semifinal, se cae Chris Robanske, que es un canadiense, y justo el alemán se descontrola, sale volando y le da con la tabla en las costillas, espalda... Aparte, otro no sé si se rompió la rodilla, pero está ahí, ahí; un ruso, la tibia y el peroné por tres sitios, le han tenido que operar; un austriaco se ha roto la vértebra cinco del cuello, a una chica se la llevaron inconsciente, otra americana los tendones de Aquiles con distensión... Ha sido más accidentada de la cuenta.

–¿La adrenalina es su pasión?

–Mi novia me regaló por mi cumpleaños tirarme en paracaídas y ahora estamos mirando para sacarnos el título para saltar solos. Me flipa la adrenalina y es el mayor subidón que he vivido.

–¿Es su mayor locura?

–Es que para mí no es una locura. No sé si lo vivo diferente o qué. No me dio miedo. Es un deporte de riesgo, sin más. Igual que también pueden decir que nosotros estamos locos por hacer lo que hacemos, que sí que es verdad que un punto de locura hay en estos deportes, pero nosotros tenemos que pensar muchísimo, hacer como micro cálculos y si te notas un poco más rápido de la cuenta frenar un poco... Es una mezcla entre locura y tener cabeza.

–¿Sabe ya dónde se va a hacer el tatuaje con la cara de su «skiman»?

–Él también se pondrá la mía, lo haremos en junio en Málaga. Para mí el 70 por ciento de esta medalla es del «skiman» (Gianluca Trionte). Por ejemplo, sabemos que Alonso es uno de los mejores pilotos, pero si tiene un mal coche no gana. Si el skiman se equivoca de cera en la tabla o hace algo mal, el mejor del mundo puede quedar el 30. Y cuando tú ganas no se reconoce su trabajo. Yo no querría su trabajo.