Amarcord

Bjorn Borg y la hora más difícil del “Hombre de hielo”

El mejor tenista de todos los tiempos hasta la aparición del Big Three se intentó suicidar cuando tenía 32 años

Bjorn Borg, a punto de golpear un revés a dos manos
Bjorn Borg, a punto de golpear un revés a dos manosDreamstime

Una semana después del Veintiuno –huelgan ulteriores explicaciones– de Nadal en Melbourne, el lector comprenderá fácilmente la dimensión de Bjorn Borg, el tenista más importante de la historia hasta la aparición de ese Big Three que acapara 61 títulos del Grand Slam. El llamado «Hombre de hielo», evidente apodo por su origen escandinavo y el sencillo juego de palabras con su apellido, «IceBorg», ganó once torneos mayores pese a que sólo una vez en su carrera se tomó la molestia de viajar hasta Australia para participar en su Open y tras retirarse… con 25 años. A esa edad, Rafa había conquistado diez grandes, Federer estaba en nueve y Djokovic contaba «sólo» con cinco.

Nunca sabremos cuántos trofeos del Grand Slam habría ganado Borg de no haber tomado, en el otoño de 1981, la decisión de abandonar el circuito. Asqueado por la hostilidad de un sector de la afición estadounidense, que llegó incluso a amenazarlo de muerte en vísperas de su final (perdida) contra McEnroe en Flushing Meadows, cerró esa temporada adjudicándose un torneo menor en Ginebra, renunció al Masters porque también se celebraba en Nueva York y… puso fin a su carrera con la edad en la que los tenistas empiezan a rendir de forma óptima. ¿Habría llegado el sueco a la veintena de «majors»? Nadie lo sabrá jamás, pero sí es legítimo preguntárselo.

Se atribuye a Borg la invención del revés a dos manos, la mayor revolución técnica en la historia del tenis, aunque no es cierto. Otros jugadores lo utilizaron antes de que él y Jimmy Connors, esto sí es verdad, lo perfeccionasen hasta convertirlo en un arma demoledora. En lo que fue un absoluto pionero fue en la profesionalización de su equipo, ya que durante su carrera viajó a todos los torneos con Lennart Bergelin, su descubridor y el capitán sueco de Copa Davis, algo que hasta entonces era impensable. Tras su retirada, el alejamiento de este entrenador estricto hasta la obsesión y que supo domeñar sus demonios interiores, precipitó su caída al abismo. Que pudo terminar para siempre en un hotel de Milán.

Sin las exigencias del entrenamiento diario o las competiciones ni la mirada escrutadora de Bergelin y con la cuenta rebosante de dinero, Bjorn Borg se despeñó por la mala vida. Como suele ser habitual en estos casos, estafadores de sonrisa seductora e intenciones aviesas lo desplumaron con presuntos negocios que iban desde la compra de una isla en el Océano Pacífico hasta el lanzamiento de una marca de ropa. El excampeón abandonó a su esposa, la tenista rumana Mariana Simionescu, para amancebarse con Loredana Bertè, una explosiva cantante italiana con la que discutió una noche de inviernoen Milán antes de embaularse una caja de somníferos. De no haber sido por el rápido lavado de estómago al que se lo sometió en un hospital cercano, habría dormido para siempre.

Bertè no fue amable con Borg en su autobiografía: «Su obsesión por la cocaína se había vuelto irremediable. Se había convertido en un peligro social. Bajaba a la calle y le pedía droga a cualquiera que pasara por allí. Se quería meter. No le importaba nada, ni la reputación ni las consecuencias. También estaba obsesionado con las orgías. En Palm Springs, cerró una planta de un hotel y la llenó de putas con látigos».

Sus antiguos patrocinadores de Donnay se propusieron sacarlo del agujero y lo lograron. Lo convencieron para que participase en el torneo de Montecarlo con su vieja raqueta de madera y, aunque su vuelta derivó en fiasco, fue un acicate para que volviese al mundo de los vivos. Con la ayuda de John McEnroe, viejo rival y amigo del alma, se reconstruyó primero financieramente y más tarde, en lo personal. Volvió a casarse y tuvo un hijo en 2003, Leo, que intenta seguir sus pasos en el tenis profesional, aunque no parece que vaya a lograrlo.