París

La primera vez de Ferrer

David abusa de Tsonga (6-1, 7-6 y 6-2) y permite la cuarta final española de la historia en el «grande» de tierra batida

David Ferrer, celebra su triunfo sobre Tsonga
David Ferrer, celebra su triunfo sobre Tsongalarazon

Gana Ferrer. Llora Francia. De nuevo se le escapó al país del gallo la oportunidad de ver a un compatriota levantar la Copa de los Mosqueteros. 30 años han pasado desde la última vez y al menos tendrán que esperar uno más. Tsonga, la esperanza gala, no pudo hacer nada contra el español, que se lanzó al suelo después de que la última derecha de su rival se marchara fuera. Se fundió con la tierra de la pista Philippe Chatrier, que manchó su espalda revolcándose en ella. Ahí estaba el premio a años de pelea, la adrenalina fuera, el resoplo de alivio porque por fin lo consiguió. Después de cinco derrotas en semifinales de un torneo «grande», le tocó ganar. Ya no hacía falta esconder que era un momento decisivo en su carrera. En la previa lo definió como «un partido más». Tras la victoria... «Es lo más importante de mi vida», llegó a decir en la central.

Resoplaba también Tsonga, pero de desesperación. Cuando Ferrer se pone a pasar bolas por encima de la red puede ser una máquina para la que el error no es una posibilidad. Una, otra, otra y otra más hasta que quien está enfrente falla. Poco importa lo fuerte que le tires. Incluso lo fuerte que saques. El servicio es una de las armas del tenista francés, pero ayer quedó desactivada. Apenas ganó el 40 por ciento de puntos con el segundo saque, y también sufría con el primero. Cuando se quería dar cuenta, la pelota ya estaba en su campo y a sus pies. «Ha estado más rápido que de costumbre. Cada vez que quise encender la máquina del saque, restó muy bien», reconoció Jo-Wilfried, impecable en su trayectoria en el torneo hasta ayer. No había perdido un set. Ayer el primero casi lo cede por 6-0. David tampoco había dejado escapar ni una manga en París y así llegará a la final. «Es un súper jugador», se resignó Tsonga, vitoreado por el público, que estallaba cada vez que su chico soltaba una pedrada ganadora con la derecha o el revés cruzado. Lo logró en alguna ocasión, pero no con tanta asiduidad como en el resto de las eliminatorias. Ferrer consiguió que su oponente volviera a su versión habitual, la que combina tiros potentes con errores. Tener el peso de la afición a la espalda no le pesa al jugador de origen congoleño. Al revés, le encanta. El «show» va con su personalidad, pero ayer apenas pudo esbozar una sonrisa. Si acaso cuando se puso 3-0 arriba al comienzo del segundo parcial, en el que Ferrer empezó a quedarse corto. Sólo fue un momento de respiro, porque la máquina volvió a activarse. Las piernas del español están intactas después de haber invertido poco más de 10 horas en llegar a la final. Está fresco, ágil, veloz, y su cabeza le acompaña. No desfalleció ni con el 3-0 ni cuando volvió a verse con una rotura en contra. Se trataba de seguir igual y de no regalar nada. El español aguantó las embestidas de Tsonga durante todo el parcial salvando pelotas comprometidas con tiros a la línea, y el francés se vino abajo en el «tie break», solucionado con facilidad por «Ferru» (7/3). Cinco pelotas se le fueron largas al galo, otra se quedó en la red y la última la ganó el tenista de Jávea con una exquisita dejada, para demostrar que lo suyo no son sólo carreras y tozudez, que su raqueta tiene mucho tenis. Es el cinco del mundo y a sus 31 años tiene mucho que decir. Está en el mejor momento y gracias a ello alcanzó su primera final «grande». Con 2-0 arriba, Tsonga se dio cuenta de que era imposible. La remontada no entró en su mente en ningún momento y simplemente se dejó ir hasta la derrota final. El público quedó decepcionado, pero aplaudió al español con deportividad. No fue un ambiente tan hostil como se podía prever. Tampoco el juez de silla se dejó influir y dio a David un par de pelotas dudosas que Tsonga le había protestado. Así llega Ferrer a su primera vez en el último partido de un «Grand Slam»: crecido, invencible, descansado, a la espera de medirse mañana a su compatriota, amigo y peor rival en el duelo más importante de su vida.