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Un Nadal sobrehumano
Nadal sobrevive para citarse con Federer en semifinales. «Es imposible estar calmado», asegura sobre la ampolla en la mano izquierda
Nadal descubrió con la victoria ante Dimitrov que la tortura está más cerca del tenis de lo que parece. Su ampolla en la mano izquierda no le impidió alcanzar las semifinales y citarse con Roger Federer. Pero si a Cristiano le prohíben disparar con la pierna derecha... Eso fue lo que le sucedió a Rafa ante el búlgaro. Se encontró con que el saque, la clave para empezar a dominar los puntos, estaba desactivado por culpa del vendaje que protegía la famosa ampolla de la mano izquierda. Y en esas condiciones tan adversas no quedaba otra que sobrevivir. Lo hizo para que el planeta disfrute de un nuevo clásico en la antesala de la final de Melbourne. El Nadal-Federer de mañana (09.30 hora española) huele a partido histórico, a uno de esos lugares cada vez más complicados de encontrar. El español domina la serie entre ambos por 22-10. En el recuerdo todavía perdura el «¡Dios mío, esto me está matando!» que pronunció el suizo entre lágrimas después de caer en idéntico escenario en la final de 2009.
Nadal está acostumbrado a sufrir. En su entorno aseguran que cualquier otro con los problemas físicos y molestias que ha tenido durante su carrera hubiera sido incapaz de saltar a la pista en gran cantidad de partidos. Por muchas razones es el número uno del mundo y ésta es una de ellas. Quizá la más diferencial. Su capacidad de sufrimiento, la paciencia, el saber esperar, el leer los partidos y desvelar sus claves con una claridad de la que otros carecen. A Dimitrov le sobra tenis, pero le falta todo lo que Nadal lleva en su mochila al margen de sus raquetas. Rafa vivió el primer set con la sumisión de quien sabe que ése no era su momento. Sufrió los misiles a más de 200 kilómetros por hora y asumió que, además de superar al rival, tenía que pasar por encima de la maldita ampolla y los vendajes.
«Las vendas me afectan en el servicio cuando tengo que empuñar», confesó luego. Le cambiaron dos veces el vendaje, pero nunca encontró el tacto con la raqueta. Era imposible. Su servicio era inofensivo, como si sacara en un torneo de veteranos. Los errores con el «drive» revelaban que ni la raqueta ni la mano eran las suyas. Por eso, y olvidando una colección de dobles faltas, Rafa se obligó a ser más paciente que nunca. Esperó, esperó, buscó y buscó su momento. Llegó en los desempates del segundo y el tercer set. Cuando tiene tanta importancia el tenis como la cabeza, Dimitrov se vino abajo. Tuvo tres bolas de set en la tercera manga. No aprovechó ninguna y Rafa empezó a sentirse algo menos incómodo. «He sufrido mucho», aseguró. Mientras, a Dimitrov se le saltaban las lágrimas. Nadal sabe que sin saque y ante el Federer de verdad la final está muy, muy cuesta arriba.
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