AENA
Aena y el aterrizaje forzoso de las ampliaciones aeroportuarias
A nadie se le escapa que el turismo es uno de los sectores más impactados por la crisis del COVID. Y cuando me refiero a turismo lo hago en su sentido más amplio, desde el vacacional hasta los viajes de negocios. Una crisis que, en este mercado, se extenderá a lo largo de la desescalada de manera tremendamente progresiva. Tanto que Aena trabaja en un escenario de recuperación en tres fases: vuelos domésticos, Unión Europea y largo recorrido.
Sin embargo, este impacto en el tráfico aeroportuario esconde otros relacionados con el diseño del país para los próximos años. Y es que España afrontaba hasta hace dos meses el reto de poner al día un modelo turístico que, aun funcionando, empezaba a pedir a gritos una actualización. Y aquí se incluye la ampliación de los dos principales aeropuertos del país, Adolfo Suárez de Madrid y El Prat de Barcelona, con vistas a aumentar su capacidad. Dos actuaciones previstas dentro del plan DORA de Aena que preveía invertir 1.000 millones al año durante un lustro a partir de 2022, y que ahora se ven suspendidas “sine die”.
Desde las ingenierías entendemos el replanteamiento del ritmo de ejecución de obras (licitación de contratos o ejecución) a raíz de esta crisis que padecemos, pues obviamente hay un impacto en las previsiones de tráfico y, por tanto, en las inversiones, y no parece que hasta 2023 se recuperen niveles pre-COVID. Pero ¿y el diseño de esos proyectos? ¿Hay razones para paralizarlos cuando solamente suponen una mínima parte de esa inversión?
La ingeniería puede seguir diseñando el país que queremos desde la óptica del transporte aéreo con COVID o sin él. La cabeza ni se para ni se confina, y el trabajo de una empresa de ingeniería es casi exclusivamente “materia gris”. Los servicios de ingeniería, como los de arquitectura, pueden mantenerse en plena actividad, en tanto sus profesionales pueden teletrabajar sin problemas y existen metodologías de trabajo que permiten que los distintos técnicos que participan en un proceso trabajen interconectados en “la nube”.
Por tanto, no hay un motivo de seguridad y de prevención ligado a la crisis del coronavirus detrás de esta suspensión de contratos que, por otro lado, revierte negativamente en la propia Aena. Las ampliaciones de Adolfo Suárez y El Prat (y otras actuaciones, pero cito las de más entidad) se acabarán haciendo, aunque se demoren unos años, pero Aena podría tener la planificación y la redacción de los proyectos en el momento presente, de tal modo que al retomar las inversiones pudiera empezar las obras de manera inmediata. Inexplicablemente, prefiere demorar plazos en el futuro.
Y prefiere incluso postergar la propia redacción de los proyectos, pues la suspensión de estos contratos provoca el desmantelamiento de los equipos que estaban trabajando en ellos. Esos profesionales tomarán necesariamente otros rumbos, asumirán otros proyectos. ¿Alguien piensa que dentro de unos años se podrán volver a reunir los mismos equipos multidisciplinares que hoy se desmantelan? Entonces habrá que formar nuevos equipos que tendrán que dedicar tiempo y esfuerzo a conocer algo en lo que no participaron, añadiendo nuevas e innecesarias demoras y costes para la ingeniería responsable del proyecto.
Todo esto en realidad es una visión cortoplacista que lamentablemente choca frontalmente con la esencia del ingeniero, que es la proyección al largo plazo. En este sentido, la ingeniería, que cuenta con 5.000 empresas y más de 200.000 profesionales, podría estar diseñando ya el mapa del transporte aéreo en España de dentro de una década.
En cambio, Aena se centra en el aquí y ahora, hasta cierto punto comprensible por la crisis que nos azota, pero se equivoca si piensa que afrontar los problemas actuales es incompatible con pensar en los aeropuertos que los españoles y millones de visitantes internacionales pisarán en los próximos años.
Más que nunca, hay que pensar en el futuro del país y en su competitividad. Lamentablemente, Aena se centra en la cuenta de resultados a corto plazo, a pesar de ser un 51% propiedad del Estado y, por tanto, tener una vocación de servicio público. ¿Acaso es incompatible velar por la estabilidad económica de la compañía con el servicio público? ¿Tanta mella hace la ingeniería, que es solo el 3-4% de la inversión de la obra?
No es una época boyante para nadie, desde luego, pero no hacía falta un aterrizaje forzoso. El motor de la ingeniería puede seguir en marcha y continuar rumbo hacia el futuro. Pero Aena ha optado por que, de momento, este avión se quede en tierra.
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