Opinión

Calviño, su amiga De la Cueva y las casualidades de su marido

El esposo de la vicepresidenta se ha «ganado» el puesto en Patrimonio en «un cúmulo de circunstancias que no se han podido prever (ja, ja, ja) ni evitar»

Nadia Calviño, vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital
Nadia Calviño, vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación DigitalAlberto R. RoldánLa Razón

La definición que da la RAE de casualidad es la siguiente: «Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar». Dudo mucho que la todopoderosa vicepresidenta primera del Gobierno, a la vez que ministra de Economía, Nadia Calviño, supiese que la presidenta de Patrimonio Nacional, su íntima Ana de la Cueva, su antigua mano derecha en el citado departamento, había decidido crear un nuevo puesto dedicado a la cosa del marketing y la comunicación. Insisto en que trata de un puesto de nueva creación, con el consiguiente incremento de gasto público.

Choca mucho esta decisión, si se tiene en cuenta, por otra parte, que Ana de la Cueva lleva su gestión de forma muy personal, con mucho celo, aplicando criterios de estricta gobernanta y vigilando muy de cerca lo que se gasta en luz y calefacción, así como «los detalles» que se tenían con los funcionarios y empleados que trabajan, por ejemplo, el 6 de enero, con motivo de la Pascua Militar.

Dudo mucho también que Calviño, con los grandes problemas que tienen la economía española en estos momentos, estuviese al tanto de que su marido se iba a presentar para ocupar este puesto, dado que, hasta dónde se conoce, no tiene experiencia en la Administración y en la gestión relacionada con cosas culturales.

Pero, oh casualidades de la vida, el cargo en cuestión, que implica un contrato de alta dirección, ha terminado siendo para el esposo de la vicepresidenta del Gobierno, a la vez que amigo desde hace tiempo de la actual presidenta del Patrimonio Nacional. Digo yo que quizás podía haberse buscado, primero, alguien que diese el perfil diseñado dentro de las propias filas de este último organismo, del que depende el Palacio Real; después, haber buceado entre los miembros de la propia Administración General del Estado y en sus entes autónomos. Y, solo al final, recurrir al exterior. Eso, suponiendo que fuese necesario crear el puesto en cuestión y aumentar el gasto público.

Pero, al final, los hechos son testarudos y el marido de Calviño se ha llevado el gato al agua en «un cúmulo de circunstancias que no se han podido prever (ja, ja, ja) ni evitar». Esto último es evidente. Están a tiempo de rectificar.