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A FAVOR

Tabaco y alcohol, no gracias: por José María Mollinedo

La presión fiscal española cayó al 31,4% del PIB, situándonos en la 21ª posición del ranking de la UE-27, lo que supone que España sufre una pérdida recaudatoria de 78.956 millones anuales respecto a la presión fiscal media europea del 38,8%. Así, no extraña que la Comisión Europea recomendara a España una batería de medidas, entre las que incluía revisar el sistema tributario para marzo de 2014, y urgía a aumentar los impuestos medioambientales. La pasada semana, el ministro de Hacienda rechazó aumentar los impuestos sobre hidrocarburos, aunque dejó entrever un aumento de los impuestos sobre el consumo del alcohol y tabaco. Fiel al guión tradicional, las subidas de los impuestos especiales no se anuncian, sino que se aprueban por decreto ley de forma que entren en vigor inmediatamente y se evite el acaparamiento previo. En los impuestos que gravan el alcohol y tabaco, España ocupa la 19ª posición en ese ranking de la UE-27, por lo que existe un margen de subida de 724 millones para equipararnos a la media. Es cierto que los impuestos especiales no tienen una finalidad recaudatoria principal, sino que se utilizan para desalentar el consumo de unos productos que intrínsecamente pueden ser perjudiciales para la salud. El consumo de alcohol en España supone un coste directo para el Sistema Nacional de Salud de 1.372 millones anuales, y se estima un coste indirecto de 2.460 millones, según el Plan Nacional sobre Drogas. Por tanto, el coste total por el consumo de alcohol asciende a 3.832,76 millones al año. Por otra parte, se estima en 15.336 millones anuales el costo de las enfermedades relacionadas con el consumo de tabaco, según el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo con datos de 2009. La recaudación en 2012 de los Impuestos sobre el alcohol ascendió a 745 millones, sobre la cerveza a 283 millones, 17 millones por productos intermedios, y 7.064 millones por el tabaco. En la balanza social y fiscal, el consumo de alcohol y tabaco no es rentable.

EN CONTRA

Externalidades de las bebidas; por Arturo Fernández-Cruz

Uno de los argumentos que se barajan para subir los impuestos especiales a las bebidas alcohólicas es que entran en la categoría de bienes que tienen externalidades negativas. Es indudable que existe un potencial daño de un consumo indebido, como es el de los menores de edad, o el consumo abusivo en los adultos. Por otro lado, no podemos perder de vista el impacto positivo de estos productos. Nuestra sociedad responde mayoritariamente a un patrón mediterráneo de consumo de estas bebidas, presentes en nuestra dieta habitual y asociadas al disfrute del tiempo libre. Igualmente, son productos con un gran peso en nuestra agricultura o en nuestra gastronomía. Desde mi laboratorio y en cooperación con el profesor Ejido en la Fundación Jiménez Díaz, hemos explorado las conexiones entre la inflamación y arterioesclerosis. Actualmente se concede a los polifenoles el secreto de la prolongación de la vida. La realidad científica es que la ingesta moderada de alcohol reduce por igual los marcadores inflamatorios vinculados al desarrollo de la arterioesclerosis. Por otra parte, si la subida se sustentase realmente en el coste social y sanitario de estos productos, ¿por qué existe una distinción tributaria entre el vino, la cerveza y las bebidas destiladas? ¿Por qué aplicar la subida a unas bebidas sí y a otras no? Todas tienen una cosa en común: el alcohol que contienen es equivalente. La molécula «alcohol» es idéntica cualquiera que sea la bebida alcohólica e independientemente de su proceso de obtención (destilación o fermentación). Sin embargo, las bebidas de alta graduación son las que mayor carga fiscal soportan, mientras que sus connotaciones negativas son iguales que las de baja graduación. Las bebidas espirituosas representan el 27% del consumo de alcohol en España, frente al 49% de la cerveza y el 31% del vino. No tendría sentido entonces que se intente justificar una subida por el perjuicio de un consumo abusivo o indebido en la salud y, sin embargo, se dejara fuera de la reforma fiscal a más del 73% de bebidas alcohólicas. Por otra parte, es discutible que gravar o demonizar un determinado producto sea la solución para disuadir de un consumo perjudicial o indebido. Se muestra más eficaz el trabajo en prevención. En definitiva, considero que la salud no es un argumento que pueda sostener otra subida de impuestos. Si queremos obtener buenos resultados en este sentido hay que pensar más en la educación y la nutrición. Es aquí donde está la clave para mejorar la calidad de vida, prevenir las enfermedades crónicas.