Economía
Armas para hinchar la economía
Las devaluaciones de divisas abaratan las exportaciones y estimulan la demanda interna, pero generan un «boom» temporal y reversible.
Suenan tambores. De guerra. También se oyen disparos, que se cruzan entre bandos completamente definidos. Quizás no haya víctimas mortales, pero la gravedad de las heridas dejará secuelas. La munición es la devaluación de las divisas. Y el armamento se encuentra en manos de los bancos centrales.
La primera batalla se remonta cinco años atrás, cuando en 2010 la Reserva Federal estadounidense lanzó una política monetaria ultraexpansiva de bajos tipos de interés y compra masiva de activos, lo que provocó la depreciación del dólar frente a las principales monedas internacionales. Posteriormente, Japón contraatacó y, en 2012, mediante las «abenomics» –como se denomina a las políticas expansivas niponas en alusión al primer ministro, Shinzo Abe–, devaluó el yen de manera brutal. Pero el Viejo Continente también ha diseñado una estrategia de este tipo. En diciembre de 2014, el Banco Central Europeo (BCE) anunció su programa de flexibilización cuantitativa, lo que originó la depreciación del euro. Ahora, la contienda ha vuelto a cruzar el Pacífico y el gigante asiático ha hecho uso de sus pertrechos para replicar las embestidas. Tras haber sufrido la apreciación del yuan con respecto al resto de divisas, China devaluó en agosto tres veces consecutivas su moneda. No hay tregua.
«Las diferentes economías reaccionan a las políticas monetarias expansivas de sus socios comerciales y tratan de mejorar la competitividad de su divisa mediante la depreciación de la moneda». Francisco Sánchez-Matamoros, analista de XTB, afirma que, al final, esto ha provocado un efecto dominó en el que, en primer lugar Estados Unidos (Fed), seguido de Japón (BOJ), Reino Unido (BOE) y finalmente Europa (BCE) han imitado las políticas expansivas en búsqueda de incrementar el máximo posible el poder adquisitivo de su unidad monetaria.
Por un lado, están los países emergentes. Y, por el otro, los emergidos. Cuando los desarrollados depreciaban sus monedas, a través de políticas monetarias laxas, el crédito que se generaba internamente en parte fluía hacia donde estaban las oportunidades de inversión. Es decir, se vendían euros o dólares para comprar yuanes o reales, lo que provocaba el debilitamiento de las divisas de los desarrollados y el fortalecimiento de las de los emergentes. Sin embargo, Estados Unidos comienza a revertir su política monetaria, con la expectativa de la subida de tipos. Así, los flujos de capital, que estaban saliendo de los emergidos, empiezan a regresar y generan una tensión de depreciación sobre las divisas emergentes.
El visor del punto de mira se fija en el estímulo de la demanda interna y en el impulso de las exportaciones. Depreciar una moneda supone el abaratamiento de las ventas al exterior, pero también un encarecimiento de las importaciones. Juan Ramón Rallo, director del Instituto Juan de Mariana, asegura que «las devaluaciones avivan un ‘‘boom’’ de la economía temporal y reversible». Si bien se favorece la exportación y se refuerza la demanda interna, Rallo cree que son injustas porque se transfiere renta de unos a otros, y que «no se mejora la competitividad de manera estructural, sino que se falsea a expensas de que otros hagan lo mismo y, por tanto, de que todo el espejismo que se ha creado se desmorone». Sánchez-Matamoros alega los cambios que se logran en la balanza comercial de esa economía. «Las ventajas se traducen en fomentar las exportaciones que, a su vez, aportan mayor crecimiento económico y, por consiguiente, alejan un posible escenario de deflación». No obstante, el analista de XTB admite que al devaluarse el poder adquisitivo de esa divisa, resulta más complicado acceder a bienes y servicios procedentes del extranjero.
Los bancos centrales pretenden incrementar la competitividad e intentan vender barato para lograr una mejora competitiva frente a economías similares. Pero la política monetaria, por sí sola, es incapaz de conseguir crecimientos económicos equilibrados. Rallo opina que las políticas monetarias actuales, en general, «son una chapuza. Buscan una salida de la crisis traspasando el muerto a otro». Asimismo, el director del Instituto Juan de Mariana sostiene que resulta llamativo que cuando el euro estaba alto todo el mundo decía que había que devaluar. En cambio, la depreciación china se interpreta como una amenaza, y no faltan voces que abogan por controlar el ritmo de devaluaciones. La puerta abierta que ha dejado China a más bajadas de tipos podría desatar una oleada de depreciaciones –como ya han hecho Kazajistán, Vietnam y otros países– y agravar la guerra de divisas. Algunos analistas auguran que la moneda china podría depreciarse otro 17,8% el próximo año y llegar a los 7,5 yuanes por cada dólar, debido a la delicada situación que atraviesa el gigante asiático. Pese a que la devaluación del yuan pueda insuflar el crecimiento de las exportaciones chinas, también podría desencadenar una alarmante fuga de capitales.
Hasta hace poco tiempo las principales divisas en el mundo tendían a depreciarse, pero con la expectativa de subida de tipos estadounidenses –aplazada en la última reunión de la Fed– el dólar entró en una fase de apreciación. A la Reserva Federal le preocupa la incidencia que pueda tener una crisis de los países emergentes en EE UU y «está actuando como un banco central mundial». Rallo recuerda que incluso podría dejar los tipos en negativo. Una de las mayores inquietudes en torno a las políticas monetarias, especialmente en los emergentes, es la subida de tipos estadounidenses. De hecho, meras especulaciones durante los dos últimos años han provocado fragosas depreciaciones en Brasil, Suráfrica o Turquía, países que habían captado importantes inversiones a raíz de la crisis financiera global. Sánchez-Matamoros asevera que, hoy en día, tanto el dólar como la libra tienden a apreciarse, entendiendo que próximamente se reducirán las actuales políticas expansivas de la Fed y del BOE. «Los países cuyas economías se encuentran estancadas luchan por devaluar sus divisas». Y pone como ejemplos el euro, el yuan, el yen, el real, el rublo o la corona. 40 bancos centrales han bajado tipos en lo que va de año. El de Noruega ha sido el último en sumarse al frente, recortándolos de manera inesperada un 0,25% y dejándolos en el mínimo histórico del 0,75%. Y el de Inglaterra ya ha admitido que estudia rebajar los tipos de interés, después de seis años en el 0,5%.
¿Quién compraría iPhones en España si se encarecieran un 500%? Los «adictos a la manzana» pasarían a consumir smartphones fabricados en nuestro país. Los expertos defienden que la guerra de divisas es una forma de proteccionismo. Rallo piensa que los sectores de alto valor añadido o de bajo valor añadido pero muy competitivos en costes no necesitan depreciaciones de la divisa, con las que «se intenta salvar y proteger a los que no son competitivos, a los que no hacen los deberes para serlo y a los que se les concede esta gracia de tipos abaratados para que, empobreciendo al vecino y a los consumidores internos, pasen a serlo». De forma paralela, el analista de XTB destaca que la devaluación de una divisa es un mecanismo protector como cualquier otro. «Consiste en dar facilidades a lo nacional en perjuicio de lo extranjero. Siguen innovando y abaratando los costes, pero el hecho de que todas las economías consigan esa ventaja hace necesario usar otras vías, como el efecto divisa», sentencia.
Las exportaciones españolas subieron un 5,5% interanual durante los siete primeros meses del año. Se trata de un incremento de 3,9 puntos con respecto al mismo periodo de 2014. En julio se registró un aumento del 8,9%, lo que supone un nuevo máximo histórico mensual. Y detrás de los ritmos de récord a los que avanzan las ventas de las empresas españolas al exterior se encuentra el abaratamiento del euro. Una parte del empresariado español cada vez amplía más sus ganancias debido al tipo de cambio. Pero en el caso de que la moneda común volviera a niveles de 1,30 «billetes verdes», las mejoras de competitividad no serían estructurales. Rallo cree que, en muchos casos, «la competitividad nos la ha dado una moneda artificialmente abaratada».
La situación es bien distinta a lo que ocurría años atrás, cuando las exportaciones crecían a menor ritmo, pero sobre un «terreno más firme». El director del Instituto Juan de Mariana defiende que «España no necesita un euro barato. Requiere reformas para que nos volvamos competitivos internamente y podamos exportar sin depreciaciones. El hundimiento del valor de la divisa es un arma de doble filo». Por ello, considera que ha llegado el momento de poner fin a las políticas expansivas en Europa. O, al menos, de no prolongarlas. El BCE ya se ha comprometido a mantenerlas hasta agosto de 2016, y Rallo no cree que haya reversiones porque se frustrarían las expectativas.
Sánchez-Matamoros, por su parte, piensa que mientras exista déficit presupuestario será fundamental tener el dinero barato, ya que «la diferencia entre ingresos y gastos públicos hay que financiarla con deuda. A tipos de interés más bajos, menor coste para las arcas públicas». El analista de XTB agrega que cuando en España haya superávit, tener o no dinero barato será una cuestión un poco menos relevante.
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