Opinión

La bienaventuranza de la deuda

Marca un nuevo récord con 1,54 billones con «b» de barbaridad. La cifra condicionará el margen de maniobra del próximo gobierno y la pagarán las generaciones futuras

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Monedas y billeteslarazonEUROPA PRESS - ARCHIVO

John Quincy Adams (1797-1848), abolicionista, fue el sexto presidente de los Estados Unidos (1825-1829). Las elecciones las ganó Andrew Jackson (1767-1845), pero sin la mayoría necesaria de votos electorales y la presidencia, fruto de alianzas y de rencillas, recayó en Adams, que perdería los siguientes comicios y la poltrona. Adams, que fue el primer presidente –hasta Trump– en tener una mujer no nacida en los Estados Unidos, quizá fue oportunista, pero era sensato. Explicaba que «hay dos forma de esclavizar a una nación. Una es la espada. La otra es la deuda». Nada nuevo bajo el sol. Otro americano, el poeta satírico Ogden Nash (1902-1971), apuntaba que «las deudas son divertidas cuando las estás adquiriendo, pero ninguna es divertida cuando comienzas a pagarlas».

El Banco de España, que gobierna Pablo Hernández de Cos, al que algunos señalan –y le hacen un flaco, flaquísimo favor– como ministro de Economía de un hipotético Gobierno de Feijóo, certificó ayer, según el calendario previsto hace meses, que la deuda de las Administraciones Públicas alcanzó en mayo los 1,54 billones con «b» de barbaridad. Es un nuevo récord absoluto, aunque en porcentaje del PIB esté por debajo de los máximos alcanzados hace algunos meses. La cifra, en cualquier caso, es estratosférica y condicionará, sea el que sea, el margen de maniobra del próximo gobierno que, ahora sí, tendría que coger a ese toro por los cuernos, por muy astifinos que sean. Herbert Clark Hoover (1874-1960), el presidente americano al que le estalló la Gran Depresión de 1929, que también arruinó su mandato, proclamaba, desde el cinismo distante del que se ha resignado ante la catástrofe: «bienaventurados los jóvenes, porque ellos heredarán la deuda nacional». La economía española, aunque es algo que está fuera del debate electoral –y nadie quiere abordar un tema tan espinoso como el de las pensiones–, está hipotecada para décadas. Es cierto, es «divertido» y rentable para los gobernantes de turno aumentar la deuda para gastar más y contentar a propios y extraños. Nadie lo dice, pero España necesita pedir todos los años 250.000 millones de créditos para que el país el país funcione. Lo pagarán las generaciones futuras, esclavizadas por la deuda, como ya advirtió hace dos siglos Quincy Adams.