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Hollande se aferra a su reforma laboral pese a las protestas

La llamada de los sindicatos no consigue llenar las calles de Francia, lo que alienta al presidente

Agentes antidisturbios de la Gendarmería francesa atacados con un coctel molotov durante los disturbios
Agentes antidisturbios de la Gendarmería francesa atacados con un coctel molotov durante los disturbioslarazon

La llamada de los sindicatos no consigue llenar las calles de Francia, lo que alienta al presidente

Las protestas en contra de la reforma laboral del presidente, François Hollande, que tuvieron lugar en Francia terminaron con enfrentamientos entre grupos violentos y las fuerzas del orden en varias ciudades. «Si yo no estoy, si la izquierda no es reelegida, ganará la derecha o la extrema derecha», aseguró ayer François Hollande. Él no quiere decir hasta diciembre si se presentará a su reelección o no como presidente de la República, pero en su mente no se dibuja otro escenario, y el subconsciente le traiciona, como ayer en la entrevista que concedió a Europe1, avisando de que la única alternativa a él será un triunfo de la oposición. Hollande ha iniciado la reconquista de su electorado, que ayer estaba de nuevo en la calle para exigirle que retire el proyecto de ley de reforma del código de trabajo. Para el jefe de Estado galo, el crecimiento económico está de regreso, el paro disminuye, el déficit público se reduce y el poder adquisitivo de los franceses aumenta. Lo que, a sus ojos, son motivos más que suficientes para volver a pedir la confianza de los franceses, aunque, de momento, insiste en decir que no tomará su decisión hasta diciembre.

A los que dentro de la izquierda contestan su legitimidad, entre los socialistas, ecologistas y comunistas, Hollande les advirtió ayer de que «no hay alternativa de izquierda, en el sentido de que no hay un movimiento hoy que pueda acceder a la segunda vuelta de la elección presidencial y conducir, sin nuestro apoyo, los destinos de Francia». Lo que Hollande quiere evitar a toda costa es que los suyos le sometan a unas primarias, como exigen los diputados socialistas «rebeldes», alentados por pesos pesados como Martine Aubry, la dama de las 35 horas semanales. De ahí que intente retrasar al máximo el anuncio oficial de su candidatura. Si algo podría entorpecer sus planes para presentarse a su sucesión sería perder el pulso que le han echado los sindicatos en torno a la reforma laboral. Si Hollande abandonara la ley laboral, como hizo con la reforma constitucional anunciada tras los atentados de París de noviembre, podría poner una cruz y raya a sus ambiciones presidenciales para 2017.

Pero el presidente galo observa que la mayoría del pueblo francés no está en la calle protestando, aunque los sondeos indiquen que una gran parte está contra la reforma laboral. En París, el 31 de marzo salieron a la calle 27.000 personas (según la Policía), ayer eran entre 11.000 y 12.000. Son menos de la mitad, pero con la determinación intacta y el objetivo único: «la retirada del proyecto de ley». Philippe Martínez, líder de la CGT, insistió en que, como hasta ahora no han sido escuchados, «vamos a hacernos oir más fuerte aún». Lo que sí se repitieron fueron las escenas de violencia, tanto en la capital como en otras ciudades como Nantes, Lyon, Burdeos o Toulouse. Manifestantes encapuchados y con el rostro cubierto arrojaron numerosos proyectiles a las fuerzas del orden, que respondieron a su vez con el uso de gases lacrimógenos.

En toda Francia fueron detenidas 87 personas, la decena de los arrestados en París lo fueron por portar armas prohibidas.

Tanto Hollande como el primer ministro, Manuel Valls, insistieron ayer en que eran inadmisibles estos actos de violencia. Para el presidente francés, «manifestarse es un derecho, degradar es un delito», y su primer ministro insistió en defender la libertad de manifestación, pero calificó de «intolerables» los destrozos de mobiliario urbano y los ataques a las sedes de parlamentarios socialistas, así como los ataques «a policías o gendarmes, a veces con la voluntad de matar».

Y si alguna duda quedaba sobre las intenciones de Hollande respecto a 2017, ayer las despejó todas lanzando puyas a diestro y siniestro, contra sus posibles adversarios. Criticó el programa de todos los conservadores sin pronunciar el nombre de ninguno de ellos. Del gran favorito de los sondeos, Alain Juppé, criticó su propuesta de abolir el impuesto sobre la fortuna y subir el IVA. «Sinceramente –ironizó Hollande–, decir a los franceses que va a bajar el impuesto de los más ricos y aumentar el impuesto de todos con el IVA, voy a hacerles la promoción». De la extrema derecha dijo que «no necesita hablar, le basta con dejar a los demás hacer y crear miedo». En cuanto a las alternativas que surgen dentro de su propio campo, tal y como ayer hizo Arnaud Montebourg, el presidente francés dijo sin rodeos que «no hay alternativa fuera de la línea que yo represento».