Opinión
La economía donde no se ponía el sol
La España que llegó a ser la octava economía mundial en 2007 queda en el recuerdo. Ahora, cada español genera 28.500 euros de PIB, pero debe unos 32.700 euros, es decir, se destruye riqueza y somos líderes de paro en la UE
Ha terminado el año y toca hacer balance de la evolución de nuestra economía, donde la inflación ha sido, una vez más, la reina de una fiesta que se encuentra en proceso de desaceleración con problemas estructurales de productividad, a pesar de los fondos europeos y de haber aumentado la recaudación fiscal en 58.000 millones en los últimos 5 años y, a pesar de haber incrementado la deuda pública en casi 73.000 millones de euros, con unos tipos de interés al alza, lo que implica mayor déficit estructural y que cada español debe, sin saberlo, unos 1.500 euros más que hace un año.
Lejos queda ya el recuerdo de esa economía que llegó a ser la octava mundial en 2007 que se codeaba con los países más avanzados del planeta y soñábamos con entrar en el prestigioso club del G8, consiguiendo que nuestro PIB per cápita se situase en 23.780 euros mientras que la deuda por ciudadano era de 8.423 euros, es decir, el 35,8%, al igual que la tasa de paro que rozaba el 8% y la juvenil el 18%.
Tras la crisis financiera posterior y a pesar de que algunos veían brotes verdes por todas partes, la situación fue empeorando hasta el punto de que, si vemos los datos 16 años más tarde, cada español generamos 28.500 euros de PIB, pero debemos unos 32.700 euros, lo que en román paladino significa que destruimos riqueza y que no estamos en una economía productiva sino fuertemente intubada a la máquina de la deuda que el BCE puso en funcionamiento tras la pandemia. Y del paro, no bajamos del 12% en la tasa general y del 28% el juvenil , sin contabilizar los fijos discontinuos.
En definitiva, que hemos pasado de jugar en la “Champions League” de la economía mundial a estar actualmente en la posición 15 con bastantes papeletas de situarnos en la 16 en 2028, tras México e Indonesia. Sin embargo, los países de nuestro entorno como Alemania, Reino Unido, Francia o Italia mantienen una posición relativa más estabilizada en la clasificación mundial.
Y ahora se anuncia una nueva batería de medidas anticrisis para 2024, algo que por su propio nombre no cuadra con el discurso de que nuestra economía es la que mayor crecimiento mantiene de la UE y que no deja de ser más pan y circo para mantener un Estado cada vez más todopoderoso cuyos tentáculos penetran por los capilares de nuestra sociedad y que condiciona las decisiones de los ciudadanos y de las empresas que ven como se erosionan los pilares en los que se apoya cualquier economía, la propiedad privada, la libertad de mercado y la seguridad jurídica, como ejes impulsores de la productividad y el crecimiento económico.
Todo ello hay que conjugarlo con el regreso de la disciplina fiscal , con nuevas reglas, quizás algo descafeinadas, que obligarán a que muchos países deban ponerse a dieta para equilibrar tanto el déficit como la reducción de la elevada deuda pública donde el BCE ha puesto fecha de caducidad, pues anuncia el fin de la renovación de la deuda vencida en 2025, con lo que tendremos que buscar nuevos pretendientes en los mercados internacionales con una prima de riesgo contenida actualmente.
Y hablando de seguridad jurídica, aparte del impuesto extraordinario a la banca y las energéticas, que ya son permanentes, la otra espada de Damocles que se nos viene encima son las reclamaciones pendientes de inversores internacionales por los pleitos de las renovables que se estiman alrededor de los 10.000 millones de euros, algunas de ellas con sentencia firme y con procesos internacionales de embargo, situando a nuestro país en pérdida de confianza entre los inversores por la negativa a afrontar el pago de los laudos dictados por los tribunales de arbitraje internacional. Esperemos que vuelva a salir el sol y que vuelva a iluminar con fuerza nuestra economía.
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