El déficit no se va

Aunque la situación actual es menos crítica que hace un año, la política fiscal se encuentra en uno de los peores años de la historia reciente de las finanzas públicas, con un déficit que se resiste a desaparecer y un endeudamiento del Estado que sigue aumentando. ¿Son sólidos los cimientos de la recuperación económica? ¿Cuáles son los riesgos? ¿Podría la deuda creciente poner en peligro la recuperación? Estamos ante una crisis de balanza de pagos y elevado déficit comercial, desatada cuando los flujos de capitales que financiaban el exceso de consumo y la deuda hipotecaria se frenaron en seco, y es difícil prever sin embargo una recuperación sólida hasta que este déficit externo y los desequilibrios financieros sean reconducidos. Sólo entonces regresará el necesario flujo de capital.

Es alentador el incipiente superávit para pensar que al menos la recuperación –si bien es cierto que excesivamente lenta– , no se interrumpirá como sucedió hace dos años. Sería ingenuo considerar que las medidas ya tomadas cubren todas las eventualidades. Es necesario seguir avanzando en los cambios estructurales, especialmente si tenemos en cuenta que es al inicio de una recuperación económica cuando el riesgo de una recaída es mayor. España está todavía lejos de la velocidad de crucero que necesita para avanzar en la estabilización de la deuda pública y reducir el desempleo masivo, que son los dos grandes obstáculos para las perspectivas de crecimiento. No caigamos en la complacencia ni esperemos a que sea la sensación de urgencia la que motive tomar medidas. La tentación de ir más despacio en las reformas o en el saneamiento de las finanzas públicas es ahora fuerte, pero la deuda creciente debe ser un toque de atención si tenemos en cuenta que los mercados financieros proporcionan casi la mitad de los ingresos del Estado, muy por delante de los ingresos proporcionados por los ciudadanos, y con capacidad por lo tanto de negar al Estado la financiación. Hay que acabar con esa dependencia.