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El eterno problema de la productividad

Las empresas tienen dificultades para ser productivas/dreamstime
Las empresas tienen dificultades para ser productivas/dreamstimelarazon

España cerrará, este año y el próximo, con un aumento del 0,3% de productividad. Cifras muy pobres para un país como el nuestro, que está desaprovechando su potencial de crecimiento. Tenemos demasiadas dolencias estructurales como el pequeño tamaño de nuestras empresas, la falta de innovación, la escasez de empleo cualificado o el precio de la electricidad. Además, los españoles somos los europeos menos satisfechos con nuestro trabajo, lo que influye en el rendimiento.

La economía española nunca puede presumir del todo. Aunque, a veces, se hayan obrado «milagros» o nos orgullezcamonos de determinados sectores, la baja productividad permanece como un error estructural de nuestro sistema. Las cifras no son las que deberían en un ciclo favorable. Según Funcas, entre 2014 y 2016, aumentó sólo un 0,2%; en 2017, un 0,1%; y, en 2018 y 2019, prevé que cierre con un 0,3% de crecimiento interanual.

España está a la cola en productividad, que depende de la organización de la economía, de la innovación tecnológica y, sobre todo, del capital humano, señala el economista jefe del «think thank» Civismo, Javier Santacruz. Y en los tres aspectos tenemos deficiencias importantes. En el primero de ellos, destaca la composición del tejido empresarial.

La mayor parte la forman autónomos sin asalariados (53,99%), y las microcompañías (entre uno y nueve) ocupan el 39,62%, indica el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo. Obviamente, cuanto mayor sea una empresa, tendrá más capacidad de inversión, de creación de empleo y, en definitiva, de productividad. «La economía Alemana que tiene un número mucho mayor de empresas medianas y grandes es más productivo, más innovador y más internacionalizado que la española. Además, las de mayor tamaño no solo son más productivas, sino que son más resistentes a ciclos adversos, tienen personal más cualificado y son más innovadoras», destaca la secretaria general del Instituto de Estudios Económicos, Almudena Semur.

No sólo se cuestiona el tamaño de las empresas, también el sector al que pertenecen. Hace tiempo que los datos indican que la industria está perdiendo peso frente al aumento de los servicios, que han pasado de representar el 68,63% del empleo español en 2008 al 75,15% en el tercer trimestre de 2018. Esta tendencia se ha criticado pues, «el valor añadido que genera la industria repercute en mayor productividad y ejerce de tractor sobre el resto de la economía, y los puestos de trabajo generados por este sector tienen una calidad superior a la media», afirma Semur.

Pero, para Santacruz, la relevancia de la industria es «un mito», sobre todo porque cuando nos referimos al sector lo hacemos pensando en las actividades tradicionales ya maduras, con menos recorrido por delante para innovar, como la automoción y la construcción, o las que están desapareciendo casi por obligación, como la minería, que ha lastrado la productividad muchos años porque mantenerla cuesta demasiados millones al año a los ciudadanos.

La productividad que generan estos nichos es poca, pero como son tan relevantes para la economía española, tapan a otros más pequeños pero que sí enriquecen lo que se espera de ellos. Por ejemplo, Santacruz destaca los componentes del automóvil, en los que España «es un referente a nivel global porque somos realmente innovadores y estamos cualificados». Gestamp o Cie Automotive dan buena cuenta de sus palabras. Tampoco hay que olvidar la industria alimentaria menos tradicional, los servicios hoteleros, la ingeniería, la consultoría o la química, sectores con una gran capacidad de inversión en I+D y, de esta manera, se debería fomentar que ganen peso en la economía.

Textil y farmacia

De hecho, gracias a sus exportaciones «se ha conseguido que, por primera vez nuestro país, pase un periodo expansivo registrando superávit en sus cuentas con respecto al resto del mundo», comenta Santacruz. En este sentido, han jugado un papel importante el textil y la farmacia, dos actividades muy productivas (que le pregunten a Inditex o a Laboratorios Esteve lo que ganan por expandir un nuevo diseño o un nuevo fármaco) que no computan como bienes industriales cuando, de facto, lo son. Así, es necesaria una redefinición de la industria, atribuirle al sector lo que es suyo y observar que tiene mayor relevancia en nuestra economía que lo que dice la oficialidad. Por lo tanto, su escaso peso no puede usarse como excusa de nuestra baja productividad.

Otro mal, casi endémico, es el de la dificultad para conseguir dinero. El crédito bancario ha sido la vía tradicional para lograrla y, a día de hoy, sigue siendo la preferida, aunque empieza a ofrecerse otras alternativas. Sin embargo, el propio gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Coz, ha subrayado recientemente la necesidad de buscar otras opciones para reaccionar mejor a posibles crisis financieras. Entre ellas se encuentran el «crowdlending» (un grupo de particulares o sociedades invierten en la compañía), las novedosas ofertas de las «fintech» o los préstamos P2P, entre particulares. También «se puede seguir el ejemplo de las empresas italianas en las que existe una cultura y practica de la colaboración empresarial que facilita el acceso a recursos compartidos que permiten mejorar la productividad», sostiene Semur.

Facilitar a las empresas el acceso a la financiación es imprescindible para que puedan invertir en incorporar los avances tecnológicos, uno de los pilares decisivos de la productividad. No obstante, el proceso de digitalización en España está siendo lento. Sólo el 43% de las grandes compañías (las que más posibilidades poseen) ha concretado cómo será su transformación y el 81% del total de ellas aseguran no contar con trabajadores especializados, según la consultora Minsait.

Y como se ha señalado anteriormente, el capital humano es lo más importante para obtener productividad. No obstante, Santacruz admite que necesitamos empleados más cualificados y apunta que eso «no se mide por títulos universitarios, sino por número de patentes registradas, por la innovación tecnológica que haces efectiva, por que seas una persona organizada, tengas una mecánica que te permita tomar decisiones o puedas poner en marcha negocios. Esto en el conjunto de la economia escasea y aquello de la generación preparada era un mito, sólo se refería a lo académico».

La falta de cualificación es sólo uno de los motivos para creer en una preocupante cifra de CaixaBank Research: el 78% de los empleos creados a partir de 2013 tiene una productividad menor a la media. El motivo es sencillo, han accedido a sueldos un poco más elevados y, sin embargo, su rendimiento no es tan alto como deberían. El desencanto postcrisis puede ser el motivo personal de cada uno. Pero también los jóvenes que acceden, por primera vez, al mercado de trabajo han adquirido unos conocimientos menos tradicionales, más orientados a la digitalización y la robotización. Y, como se ha dicho reiteradamente, las empresas todavía no han realizado esos procesos para aprovechar del todo a sus nuevos empleados.

Energía

La piedra con la que la productividad española choca una y otra vez es el precio de la electricidad. Eurostat confirma que España es el quinto país europeo con el coste más elevado, 0,22 kw/h. En Alemania, país que comparte el liderato junto a Dinamarca, alcanza los 0,30 kw/h. Seguramente, el lector se preguntará, ¿entonces, por qué el país germano tiene fama de ser tan productivos y nosotros todo lo contrario? Pues por todo lo que ha leído anteriormente. Alemania puede soportar un precio de la electricidad más elevado porque lo demás funciona correctamente. En España, el coste de la luz agrava todos los problemas de los que se ha hablado anteriormente. Se trata sólo la mecha de una bomba de errores que, en casos de crisis, explota en la cara de los empresarios y trabajadores.