Actualidad

Tribunales

El ocaso de un soberbio

Imagen de archivo de Miguel Blesa
Imagen de archivo de Miguel Blesalarazon

El pasado mes de noviembre, en su comparecencia ante la Comisión de Economía del Congreso, Miguel Blesa puso un punto final en su vida. Citado para explicar la crisis de Bankia, utilizó un tono altanero y retador, incluso con el portavoz del PP, Vicente Martínez Pujalte. Se consumaba la ruptura de un hombre que lo tuvo todo, aupado por el poder, que no supo administrar, y cayó víctima de su propio carácter. En los últimos meses, tras su salida de la emblemática caja madrileña, el ex banquero malhumorado soltaba sapos y culebras contra sus antiguos amigos, entre ellos quienes más le demostraron amistad, como José María Aznar y Esperanza Aguirre.

Miguel Blesa de la Parra nació en Linares, Jaén, y como tantos jóvenes andaluces estudió Derecho en la Universidad de Granada e hizo las oposiciones a Inspector Financiero y Tributario del Estado. Su primera plaza en Logroño, le hizo coincidir con el matrimonio Aznar, entonces también allí destinados. Fue el comienzo de una estrecha amistad que le llevaría, años después, con la victoria electoral del PP, a la cúpula de Caja Madrid. Ambicioso y siempre altivo, ocupó numerosos puestos importantes en los Consejos de Iberia, Endesa, Dragados o Telemadrid, acumulando un enorme poder. La historia se torció cuando, al separarse de su primera esposa, hubo un distanciamiento personal con Aznar y Ana Botella.

Su mandato en la caja le incrementó un talante soberbio y una cierta impunidad a la hora de tomar decisiones de calado. Curiosamente, ello le granjeó enemistad con quien había sido una de sus grandes defensoras, la recién desaparecida y magnífica persona, Mercedes de la Merced, largo tiempo en el «núcleo duro» del consejo de la entidad. Y también con Esperanza Aguirre, con quien mantuvo duros enfrentamientos, olvidando el apoyo antes recibido. Fue su historia la de un gran desagradecido, rodeado por unos cuantos aduladores que le lisonjeaban por interés y le aconsejaban arremeter contra los periodistas que le eran críticos. Con algunos, las tuvo finas y amenazantes en los tribunales.

El estallido de la crisis de Bankia, las presuntas irregularidades ahora detectadas por el juez, le avinagraron el semblante. Se le veía por lujosos locales de Madrid en compañía de su nueva pareja, treinta años más joven, mientras sus antiguos compañeros recordaban con rubor sus insólitas declaraciones en el Congreso: esa mansión de Miami que consideraba «poca cosa», o el coche oficial de la caja con «mala climatización». Todos en el PP, le dieron de lado y ahora se ha visto el final.

La caída de un poderoso que no supo serlo. El ocaso de un soberbio, sin remedio.