Internacional

Italia busca un nuevo gobierno que la despierte de su letargo

Luigi di Maio, candidato del Movimiento Cinco Estrellas, destacado en las encuestas
Luigi di Maio, candidato del Movimiento Cinco Estrellas, destacado en las encuestaslarazon

La inestabilidad política nunca es un buen síntoma para un país, y menos ante los ojos de Europa, pero Italia está ya acostumbrada a esta situación. La falta de un candidato fuerte durante el tiempo que ha durado la campaña electoral italiana no había tenido repercusión en los mercados. Sin embargo, el escaso liderazgo de los candidatos electorales en la última semana de campaña; así como las palabras del presidente de la Comisión europea Jean Claude Juncker, «hay que prepararse para el peor escenario posible. Italia sin un Gobierno operativo y la posible reacción de los mercados en la segunda mitad de marzo», han provocado alguna que otra sacudida en la Bolsa italiana, a pesar de que, de momento, los inversores extranjeros se encuentren más centrados en Estados Unidos que en el país con forma de bota. Italia es en la actualidad la tercera economía más grande de la eurozona, pero a la vez, la que menos crece y la que más endeudada se encuentra. Sin embargo, parece vivir un momento de relativa tranquilidad económica, mientras los partidos prometen frenar el paro juvenil, reformar las pensiones y fijar una tarifa plana en lo referente a los impuestos Lo cierto es que el país busca alternativas para sanear sus cuentas y encaminar su futuro hacia los retos de una nación cuya inestabilidad en el terreno político pone de manifiesto la clara volatilidad que sufre.

La realidad es que el país está asistiendo a una recuperación paulatina y su situación económica es mucho más saludable que en los anteriores comicios. El millón y medio de empleos creados en la última legislatura, la tasa de paro más baja en los últimos cinco años y sus 14 trimestres consecutivos al alza dan muestras de su mejoría. Pero la elevada deuda y la lenta recuperación de su PIB continúan siendo su talón de Aquiles.

El último informe publicado por el Banco de Italia estima que, a pesar de los tímidos brotes verdes que se han visto en su economía, el crecimiento bajará al 1,4% en 2018 y al 1,2% en 2019 y 2020, por lo que Europa continúa mirándola con recelo, más aún ante la ola de euroescepticismo y antimoneda única que algunos partidos han apoyado durante la campaña.

Las estimaciones del cuarto trimestre del pasado 2017 muestran un crecimiento del PIB de alrededor de un 0,4%, lo que significa que, aunque aún se encuentra por debajo de la media europea y quede trabajo por hacer, el país transalpino está asistiendo a una tendencia favorable con respecto al histórico de los últimos años. Un aumento éste, que habría incidido especialmente en el sector servicio y en el industrial y del que los especialistas en economía interpretan como una mejoría para la acumulación de capital y el aumento de confianza empresarial. Una afirmación, además, refrendada por el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, quien considera que el país está inmerso en una coyuntura económica positiva. Números aparte, al país aún le quedan deberes pendientes para conseguir remontar su posición con respecto a otras naciones. Al próximo gobierno le esperan no pocos retos para demostrar que las palabras de su primer ministro eran ciertas y que el clima económico está dando muestras de su lenta, pero paulatina, mejoría. Uno de los problemas que más interesa a los italianos es el empleo. Italia cuenta actualmente con una población envejecida, unos jóvenes formados con dificultad para encontrar trabajo y promesas electorales, especialmente en el sur del país. La tasa de paro es del 10,8%, y del 32,2% entre los jóvenes de 15 a 24 años, muy por encima del promedio de los demás países de la zona euro. La falta de oportunidades y, por consiguiente, la fuga de cerebros preocupa al país transalpino que cuenta con el segundo índice más bajo de recién graduados que han entrado en el mundo laboral de la Unión Europea.

Las pensiones constituirán otro de los quebraderos de cabeza para el próximo primer ministro. Los datos reflejan que es un problema endémico en el país. Precisamente, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OSCE) vertía más información al respecto en su último informe. De continuar así, en 2050 Italia será el tercer país con más ancianos del mundo, sólo por detrás de Japón y España. Según el Instituto de Estadística italiano (ISTAT) este país con forma de bota tiene más de 16 millones de jubilados, cuya pensión media es de unos 700 euros. Lo que se traduce en una inversión muy alta en Tercera Edad por parte del Estado, donde cada vez hay menos nacimientos y mayor precariedad laboral.

Entrando ya en materia puramente económica. El lento crecimiento económico es otro de los problemas que sufre el país. Entre 2012 al 2017, Italia se posicionó en el puesto número 46 en el índice del Banco Mundial para hacer negocio, una posición muy superior a la 87 que había llegado a ocupar años atrás. Sin embargo, y a pesar de que haya aumentado la confianza de inversores y empresarios, el crecimiento productivo sigue siendo uno de los más bajos en Europa y aunque su PIB haya aumentado un 4% con respecto a años anteriores, no consigue situarse en índices previos a la crisis.

La deuda pública es un problema más que añadir a la lista. Las cautelosas medidas fiscales llevadas a cabo en los últimos años por el Partido Democrático, así como el tímido crecimiento del PIB y las políticas austeras han permitido que, poco a poco, en términos financieros el país respire con cierta tranquilidad, que no los italianos. Sin embargo, Italia cuenta con la tercera deuda pública más alta de los 34 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Una situación que deja poco margen de maniobra para posibles recortes fiscales o aumento en el gasto, un caballo de batalla utilizado por todas las formaciones políticas en campaña. El tema bancario ha pasado de puntillas en la campaña electoral, quizás porque es más estable que en los anteriores comicios legislativos. La mejoría en la economía y las reformas en las inversiones han servido para mejorar el estado de salud de los bancos, sumidos en millonarias deudas. Sin embargo, el entramado financiero italiano aún cuenta con gran cantidad de créditos tóxicos que debe ir subsanando. Aunque desde el gobierno se muestras esperanzados, tal como afirmaba el ministro de Finanzas italiano, Pier Carlo Padoan, al medio alemán «Deutsche Welle» hace unos días: «El cuento de los créditos tóxicos va a tener un final feliz: hoy, la tasa de los créditos tóxicos es un 25% más baja que hace un año».

La suerte está ya echada y se espera que haya una gran tasa de abstención (alrededor de un 40%). Sean cuantos sean, los italianos que vayan a votar decidirán en manos de quien quedará el país. Será entonces cuando Italia se tope con la realidad y solicite que se cumplan las promesas electorales que han estado repitiendo hasta la saciedad los candidatos en una campaña completamente mediatizada: reducciones fiscales, pensiones de 1.000 euros a las amas de casa, la modificación de ley Fornero que establece las pensiones y medidas para frenar el paro son algunas de ellas.

Sin embargo, no solo los italianos estarán pendientes del resultado, Europa también tendrá sus ojos puestos en el país transalpino, porque de ganar los populistas, tanto de derechas (Liga del Norte) como de izquierdas (Movimiento Cinco Estrellas) Bruselas no sólo tendrá que combatir con el estado de cuenta de Italia, sino que tendrá frente a sí un problema añadido: el sentimiento antieuropeo que es cada vez más habitual en el Viejo Continente.