Grecia
Los desencantados de Syriza
Los votantes de un barrio de Atenas con un 70% de paro creen que sólo ha traído inestabilidad y más daño a la economía. El respaldo al Gobierno de Tsipras ha caído del 36 al 31% en cinco meses
Los votantes de un barrio de Atenas con un 70% de paro creen que sólo ha traído inestabilidad y más daño a la economía. El respaldo al Gobierno de Tsipras ha caído del 36 al 31% en cinco meses
En el bar de María, un hombre vocifera hacia la puerta cuando uno de los perros de la calle quiere entrar. El resto de parroquianos fuman pasivos. Este local de Pérama, un barrio en el extrarradio de Atenas y uno de los más pobres de Grecia, todavía no se ha quitado el olor a rancio. La crisis dejó un 70% de parados, casi el triple de la media del país. Por la televisión desfilan unas rubias de bote que poco tienen que ver con el estereotipo griego.
Hace poco más de cuatro meses, el mismo televisor emitía en directo aquella tensa rueda de prensa del ministro de Finanzas heleno, Yanis Varufakis, y el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. Los presentes en la taberna celebraban a gritos los desplantes de su representante, como si de goles se tratara. Aquellas imágenes han pasado a la historia, igual que la euforia que invadió a los griegos las primeras semanas del nuevo Gobierno.
«Bla, bla, bla», bromea Stamatis sobre lo que considera palabrería del Ejecutivo izquierdista. Hoy, uno de los pocos motivos de alegría es la terraza que permite respirar aire fresco. El retraso para alcanzar un acuerdo está mermando la paciencia de parte de los griegos. El 47% desaprueba la estrategia negociadora de Atenas, según una encuesta reciente de Alco, mientras que en febrero ese apoyo ascendía al 70%.
«Este Gobierno pasará a la historia por ser el que destruyó la confianza de nuestros socios», apunta Yannos Mitsos, asesor de la Federación Griega de Empresas. Cuando el primer ministro italiano, Matteo Renzi, regaló una corbata a su homólogo griego, Alexis Tsipras, o cuando el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, le cogió de la mano, «querían decir: sé como nosotros y ven con nosotros, ahora eres uno de los nuestros y te vamos a ayudar», interpreta Mitsos. El Ejecutivo de Tsipras, sin embargo, dinamitó esa entente a las primeras de cambio y jugó con la posibilidad de salir del euro como baza en las negociaciones, aunque apenas un 18% de los griegos son partidarios de abandonar la moneda única. Para Yannos, la amenaza de volver al dracma «es la única diferencia de Syriza respecto a los anteriores Gobiernos». Con eso sólo consiguen aumentar la incertidumbre y «no hay nada peor para los negocios. La estabilidad es la clave». Desde la llegada al poder de los izquierdistas se ha producido una desbandada de inversores, como muestra la caída de un 54% de la Bolsa ateniense y la subida en 221 puntos de la prima de riesgo.
La Coalición de Izquierda, según Yannos, ha cometido los mismos errores que los partidos tradicionales: «mentir, proteger al sector público y caer en el estatismo». Entre otras, el nuevo Gobierno ha mantenido intacto el presupuesto de Defensa, el más elevado de los países de la Unión Europea. En cuanto a mimar el sector público, Yannos explica que una vasta mayoría de los votantes de Syriza proviene del Pasok, que amasó su base electoral gracias a la contratación masiva de funcionarios durante los ochenta del siglo pasado.
Sofia Tsagaropoulou ha sido una de las beneficiadas de la recontratación de 3.900 trabajadores públicos, una de las medidas que ha aprobado el Ejecutivo heleno en el marco de la lucha contra la austeridad. Esta mujer de 60 años formó parte de la mediática «protesta de las limpiadoras», que acamparon frente al Ministerio de Finanzas durante un año. Sofia apoya a Syriza y tiene claro que es la única alternativa para salir de la crisis: «es una guerra dentro y fuera de Grecia. Ellos luchan por lo mejor».
No obstante, para algunos, especialmente para los seguidores más críticos con Syriza, ese puñado de medidas, «no significan un cambio», como prometieron. «Uno de los principales ejes del programa era perseguir a los ricos para que pagasen más y así repartir la carga de la crisis económica. Eso no lo han hecho todavía, ni siquiera un amago. Y esas medidas no dependen del retraso en el acuerdo o la asfixia de los acreedores, porque no tienen coste. Hay una falta de voluntad política», asegura molesto Petros Markopoulos, un estudiante y miembro de las juventudes izquierdistas desde hace seis años, al que este diario encontró en la carpa de Syriza como voluntario durante la campaña electoral.
Ese mismo descontento comparte Rika Rodaki, de 50 años, que antes votaba al KKE o a los anticapitalistas de Antarsya, pero que en los últimos comicios dio su apoyo a los izquierdistas con la idea de lograr un «cambio verdadero».
«Al final, el nuevo Gobierno, por sus contradicciones y desorganización, está alimentando el miedo. La misma estrategia que jugaron los partidos tradicionales y que tanto habían criticado», afirma Rika. Ese «miedo», según ella, es el que ha propiciado la fuga de capitales. Desde el anuncio de elecciones anticipadas se calcula que la retirada de dinero de los particulares supera los 30.000 millones de euros. Esta propietaria de una pequeña tienda de alimentación cuenta que el viernes, debido al discurso de Tsipras en el Parlamento, sólo entraron tres clientes aunque fuese principios de mes.
Además, es posible que el Ejecutivo ceda ante los acreedores y aplique incluso en algunos medicamentos el tipo máximo del 23% del IVA, «algo que ni los conservadores aceptaron». La subida de ese tributo, aparte de a los más desfavorecidos, también afectaría al sector turístico, que aporta un 20% del PIB del país. Así lo señala el presidente de la Asociación de Hoteleros de Atenas, Yiannis Retsos, quien apunta que sería «un desastre nacional», pues se trata de un sector primordial para la economía y el empleo. El varapalo sería mayor en las islas. La semana pasada se celebró una protesta en Mykonos contra el aumento del IVA reducido del 6% del que ahora gozan las islas. La inestabilidad, para Retsos, también daña al turismo, «sensible al estado de ánimo de un territorio».
Pérdida de apoyo
Los motivos para el entusiasmo se han ido desvaneciendo con el calvario de las negociaciones. El deterioro del apoyo a Syriza se ha acelerado en la última semana y, según la encuesta de Alco a principios de este mes, la intención de voto ha caído hasta el 31,3%, cinco puntos por debajo de los resultados obtenidos en enero y muy alejado del 40% recabado los primeros días en el poder.
Las previsibles concesiones que el Gobierno deba realizar para alcanzar un acuerdo también han ensanchado la brecha interna en Syriza y han disparado los rumores sobre una posible división por parte del ala más radical, encabezada por el ministro de Industria, Panagiotis Lafazanis, quien todavía defiende la paralización de las privatizaciones, cuando éstas ya forman parte de las cesiones del Ejecutivo ante los acreedores.
Precisamente el alcalde de Pérama, el izquierdista Yannis Lagoudakis, secunda la dureza de esa facción crítica en el seno de Syriza y también se opone a la venta de las posesiones estatales, entre otras, la del puerto del Pireo. Mientras Varufakis se llevaba la mano al bolsillo para saludar con chulería al holandés Dijsselbloem, Lagoudakis sonreía orgulloso en el bar de María, donde almorzaba. En Holanda se entiende como un gesto de muy mala educación dejar la mano izquierda en el bolsillo mientras se saluda. Pero eso no lo sabían en la taberna del barrio de astilleros a las afueras de Atenas. O no les importaba. Y quizá tampoco lo sabía Varufakis. O sí. Son esas dudas y esas diferencias con los socios europeos las que están deteriorando la credibilidad del Gobierno izquierdista de Tsipras, y por extensión la de Grecia, un país que se ha cansado de ser sinónimo de crisis.
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