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Ministerio de Economía

Nadia Calviño, la ministra «invisible» que ahora tiene que dar la cara

En un segundo plano, el frenazo económico la obliga ahora a dar la cara por el Gobierno de Sánchez

La ministra de Economía y Empresa, Nadia Calviño / Reuters
La ministra de Economía y Empresa, Nadia Calviño / Reuterslarazon

En un segundo plano, el frenazo económico la obliga ahora a dar la cara por el Gobierno de Sánchez

Nadia Calviño (La Coruña, 1968), ministra de Economía, es una de las integrantes del Gobierno de Pedro Sánchez que, hasta ahora, ha pasado más inadvertida. El equipo del presidente, con la preocupación permanente de la imagen –siempre en campaña– tuvo que darle un toque cariñoso los primeros días del curso para que adquiriera algún protagonismo y arrimara el hombro. Los primeros datos económicos «regulares» –paro, descenso del consumo y caída de las exportaciones– exigían una respuesta. Llegó en forma de dos mensajes. Uno, lógico: «El crecimiento seguirá siendo robusto en los próximos meses». Y otro, que sorprendió a quiénes celebraron su nombramiento por ser una economista con fama de rigurosa y con gran prestigio en las instituciones europeas, ya que plantea como objetivo del Gobierno «recuperar el gasto público para reconstruir un modelo de sociedad con más cohesión».

Ese día –el jueves pasado– el comisario de Economía de la Unión Europea, Pierre Moscovici, que estuvo en Madrid y con quien coincidió en un acto, insistía en que «el Gobierno debe procurar que no se repitan los errores del pasado. España debe seguir reduciendo su déficit». A las autoridades de Bruselas, de quienes tanto dependen las cuentas de España, no les importa si el déficit se corrige con más ingresos o menos gastos, pero sí es innegociable que el déficit no se desmande. Y cuando Moscovici hablaba de errores pasados, recordaba –sin citarlo, claro– la etapa Zapatero. Es la teórica y complicada tarea de la ministra Calviño que, por otra parte, tiene sus propias ambiciones.

La historia se repite en algunas ocasiones. Zapatero eligió a un vicepresidente y comisario, Pedro Solbes, como garante de la ortodoxia europea. Fracasó y, al final, dejó el Gobierno por la puerta de atrás, con un déficit y una deuda monstruosas. Sánchez nombró a Calviño como coartada ante la UE, como ministra garante si no de una ortodoxia, sí de que España no cometería disparates. Con mucho prestigio en Europa –era directora general de Presupuestos en la Comisión– enseguida demostró sus habilidades al lograr unas décimas más de margen para el déficit español en 2019, algo que puede quedar en nada si no salen adelante los Presupuestos.

A partir de ahí, y con la llegada del verano, la ministra pasó a un muy segundo plano, hasta que ahora empieza a tener que sacar la cara por el Gobierno y prepararse para tiempos complicados. La desacelaración económica es un hecho, como lo atestiguan desde los datos del propio ministerio hasta el último informe del Círculo de Empresarios. Economistas independientes incluso barajan un crecimiento del PIB para 2019 que no llegaría al 2%, lo que significaría el adiós a la creación de empleo y posibles problemas de financiación. Una de las tareas más importantes de la ministra es mantener el prestigio y la credibilidad de España en los mercados, sobre todo ahora que el Banco Central Europeo dejará de comprar deuda y porque en 2019 España tiene que volver a pedir prestados 200.000 millones de euros. El funcionamiento de la administración, los sueldos de los funcionarios, la sanidad e incluso las pensiones dependen de que se consigan y a un precio razonable.

Calviño tiene que combinar el apoyo a los anuncios de alegría en el gasto de Sánchez –espoleado por Iglesias– con la reducción del déficit. Debe obediencia al presidente y, además, se juega su futuro y sus ambiciones. El gran objetivo de la ministra es ser comisaria europea a finales de 2019 cuando, tras las elecciones de la primavera, cambie la Comisión Europea, en donde España tiene derecho a un puesto que ahora ocupa Miguel Arias Cañete. Cada país elige a su candidato y para que Sánchez la designe a ella tiene que facilitarle las cosas en España hasta entonces. Y si eso significa ir algo más allá de la ortodoxia económica, lo hará. La ministra, que tiene un carácter fuerte, tiene que lidiar con su compañera de gabinete, María Jesús Montero, ministra de Hacienda. Los Gobiernos de Rajoy se caracterizaron por la pugna entre los ministros de Hacienda –Cristóbal Montoro– y de Economía –Luis de Guindos–, enfrentados con frecuencia, en escenario permitido por el presidente. La historia, aquí sí, se repite. Sánchez, consciente o inconscientemente, ha mantenido el diseño de Gobierno, con la única diferencia de que ahora la pugna Hacienda-Economía lo es de dos mujeres, ambas con criterio propio y acostumbradas a imponer el suyo, lo que garantiza que –aunque intenten llevarlo bien– salten chispas a menudo entre ellas. No hay que olvidar que una, Calviño, es Técnica Comercial del Estado, y la otra, Montero, médica. Puede parecer una nimiedad, pero es algo más que eso.

Ahora, el primer gran desafío de la ministra de Economía es que España cumpla el compromiso de finalizar el año con un déficit del 2,7%, y está en el aire. Era un compromiso de Rajoy pero, como sabe Calviño, Europa y los mercados se fijarán en el resultado final. Ella, que domina los entresijos europeos, puede lograr algo de flexibilidad, pero sabe que tiene por delante meses difíciles. Eso sí, si París bien valía una misa, ser comisaria europea vale cualquier sacrificio y sapo que haya que tragar por el camino, incluidos los que Iglesias deje para que se atraganten otros.