Internacional
Negociaciones: el problema no es Donald Trump
Pekín ha intentado atribuir a Trump el fracaso de las negociaciones comerciales. Sus errores de comunicación y el conflicto de las políticas populistas del americano con las del «establishment», habrían sido terreno fértil para convencer a la opinión pública que de la postura china era la adecuada, culpando así a EE UU de la próxima recesión económica mundial.
Sin embargo, por mucho que se empeñen en la CNN, los demócratas y los grupos de presión chinos en Washington, el escollo a la consecución de un acuerdo comercial entre EEUU y China no es, ni mucho menos, la impopularidad del presidente norteamericano. Además, unos aranceles temporales de hasta 65.000 millones de dólares a productos chinos, difícilmente puedan dañar a la economía americana, de 19 billones de dólares, o a la China, de 22 billones.
Con todo, acorralar a la plana mayor de Xi Jin Ping frente a las cámaras de televisión internacional, forzando la firma de unos acuerdos que China no es que no quiera, es que no puede aplicar a corto, no es la mejor forma de obtener concesiones en Pekín. Siendo China un macropaís altamente autoritario, controlar la puesta en marcha de reformas radicales rápidas, es un empeño fútil, dados su baja capacidad administrativa, altísimos niveles de corrupción y falta de transparencia.
Los hábiles negociadores chinos se enfrentaron a un equipo americano que no habría sabido leer bien las señales: El Imperio de la Ley occidental compitió con la Ley de los Hombres del Imperio Medio, una cultura altamente pragmática y protocolaria donde las apariencias lo son todo. Cuando los chinos decían «sí», no significaba se fueran a firmar acuerdos, simplemente no se quería ofender a la contraparte. Además, como decía Lee Kuan Yew, «no se puede ridiculizar a un gran líder en Oriente», y menos en público. La firma de unos segundos acuerdos comerciales lesivos para China forzada por anglosajones, habría revivido la memoria de la Guerra del Opio: las terribles condiciones impuestas al Imperio Medio, así como el colonialismo en las Concesiones Extranjeras en suelo chino en el siglo XIX y XX. Se habría entendido como una humillación intolerable.
El problema es la inserción de la economía china en la global, prioridades muy distintas a las americanas: existirían ciertas zonas especiales muy avanzadas en lo económico y tecnológico, pero la mayor parte de la población china es pobre. Pekín promueve pues una economía de alto crecimiento para mejorar la condición de sus ciudadanos, luego saltarse las reglas del comercio mundial no es el problema: sin crecimiento económico, la legitimidad del Partido Comunista sería cuestionada.
La China de las ciudades fantasma con millones de viviendas vacías gracias a su sistema financiero disfuncional, altamente intervenido, una vez saturados los mercados domésticos, se ve impelida a exportar a toda costa aquellos bienes y servicios en los que destaca. Prueba de ello son situaciones de neocolonialismo en países en desarrollo, como demuestra el proyecto de la Ruta de la Seda, que acarrea situaciones de «deudas por bancarrota»: la de aquellos gobiernos endeudados con China para construir infraestructuras grandiosas, sin estudios de coste beneficio.
Estados Unidos despierta tarde y sus prioridades son claramente políticas: teme escenarios de colonización dados los enormes y crecientes déficits la cuenta corriente y de capital con China. Lógicamente, tanto las empresas americanas en Asia como los consumidores en EE UU se van a ver afectados por estas medidas y las represalias de Pekín, si esto no induce ulteriores disputas entre otros bloques comerciales.
Conducta china
Sea con aranceles sobre productos chinos o restricciones a la compra de equipos informáticos en Estados Unidos de Huawei (privándoles de actualizaciones del sistema Android en sus dispositivos), el gigante norteamericano tiene pocas opciones para modelar la conducta del Gobierno chino y sus empresas, para que respeten las leyes del comercio internacional, y no dañen fuertemente a los negocios occidentales.
Finalmente, sea en forma de «dumping» social y medioambiental, o en forma de piratería de la propiedad intelectual e industrial de empresas americanas en China, y/o subsidios a ilegales a clones chinos competidores (con aplicaciones tecnológicas y militares), la Guerra Comercial es un hecho cierto: apoya las prioridades geopolíticas de Pekín a través de su proyecto de Ruta de la Seda, su posicionamiento en el Mar de China y la red de bases militares e inversión en puertos estratégicos extranjeros del Collar de Perlas: Djibuti, Gwadar, Sri Lanka o El Pireo.
México, el último damnificado
El viernes por la mañana los españoles nos levantamos con una nueva noticia concerniente a la guerra comercial. Estados Unidos había anunciado un arancel general del 5% (que entrará en vigor el próximo 10 de junio) a las importaciones procedentes de México. Si el argumento para imponer los aranceles con China suele ser «seguridad nacional», con su país vecino ha sido el de castigar la inmigración regular. Si el problema persiste, afirma la Casa Blanca, los aranceles podrían alcanzar hasta el 25%. El presidente mexicano, López Obrador, ha achado a Trump el intentar acabar con una circunstancia social a través de una herramienta económica.
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