Restringido
Sombras chinescas: ¿ante un nuevo modelo de desarrollo?
Desde hace muchos años, la cosa empezó con el propio Mao: a estas alturas del verano, el politburó del Partido Comunista de China (PCCh), junto con una serie de equipos especializados del mismo, se reúnen en un resort turístico en la bahía de Bo Hai, para hacer el balance del ejercicio anterior y planear toda una serie de cuestiones de seguimiento de la política que anualmente se aprueba por el Comité Central del PCCh. Una reunión que este año tendrá mucho material para considerar y discutir. Sobre todo, porque el presidente Xi Jinping está en el empeño de recentralizar las decisiones y recuperar una disciplina de partido que se vio debilitada en los últimos tiempos del presidente previo, Hu Jintao.
Todo eso, en la fase actual en China se conoce oficialmente como normalización de la economía; lo que equivale a reconocer que el país ya no podrá crecer a un velocidad de dos dígitos, y que habrá de adaptarse a una expansión en torno al 7,5%. Algo bastante lógico, teniendo en cuenta los graves excesos cometidos en la inmobiliaria y la sobrecapacidad en una serie de industrias. Amén de la fuerte caída de la demanda exterior por la crisis, que empezó en 2008 y que aún no se ha terminado en buena parte del planeta, o que incluso está entrando en nuevos ciclos de declive.
En paralelo a esas decisiones, Xi Jinping se ha pronunciado en varias ocasiones, tras las importantes reformas adoptadas en noviembre de 2013, en la idea de seguir una política en pro del mercado como rector de las múltiples funciones económicas; muy especialmente en los aspectos financieros, de la banca, la bolsa, y con mayor atención en las finanzas públicas, el fuerte endeudamiento del Estado y de las regiones. Con el anuncio, en paralelo, de una campaña de lucha contra la corrupción prácticamente ubicua y cada vez más criticada.
Pero desde el final de la primavera para acá, lo que parecía estar encarrilándose ha recibido la visita de varios «cisnes negros». Esto es, una serie de sucesos inesperados, que han requerido de urgentes medidas gubernamentales, que tienen bastante poco que ver con el libre mercado que tan altisonantemente se preconiza.
Primero, llegaron los problemas de las tres bolsas de valores de la República Popular; Hong Kong, Shanghái y Schénzhen. Tres centros de cotización de empresas públicas y privadas, que en los últimos meses habían experimentado alzas formidables por la entrada en los mercados, se calcula, de 90 millones de especuladores: grandes, pequeños y medianos tan aficionados, pero todos ellos dispuestos a apostar por unas u otras acciones, como si estuvieran en verdaderas timbas enloquecidas. De modo que, al final, pasó lo que tenía que pasar: con una economía enfriándose, un buen día, los valores empezaron a bajar, con no pocos recordatorios del jueves negro de Nueva York en octubre de 1929. Y lo más discutible del caso: para intentar salvar la situación, el Gobierno decidió financiar la recuperación bursátil, transfiriendo unos 150.000 millones de dólares, en poco más de un mes, a los «markets makers». A pesar de lo cual, sigue la caída...
El segundo episodio de las conmociones que China está provocando en la economía mundial en estos últimos meses proviene de la célebre devaluación del 11 de agosto, que en varios días ha llegado a reducir el valor del reminbi en un 4%. Y Según manifestaciones oficiales, esa decisión se adoptó para utilizar el mercado como referencia a efectos de cifrar, día a día, el cambio de la moneda. Si bien, por detrás de esa explicación hay una devaluación competitiva, inducida por el hecho de que en los últimos doce meses las exportaciones chinas han bajado un 7%, lo que ha creado no poca alarma. Con el factor adicional de que dando a entender que China va a la convertibilidad de su moneda, el FMI podría decidirse a incluirla en la cesta de divisas con que se forma los derechos especiales de giro (DEG): ya se sabe, la «IFM currency», que dispone el Fondo para facilitar préstamos a los Estados miembros en dificultades.
Por lo demás, la caída bursátil de estos días en la bolsa es una muestra de que el banco central puede haberse decidido a no seguir intentando mantener las cotizaciones para que éstas se sitúen en donde deberían estar. Y en cuanto al tipo de cambio exterior, si se deja intervenir, como sería lo lógico, puede suceder otro tanto, llegándose a una devaluación no lejos del 10%.
Y por si fuera poco con los problemas ya mencionados, llegó la gran explosión, trágica y de gran impacto, del puerto de Tianjin. Lo que ha venido a demostrar, una vez más, ahora con caracteres de verdadera tragedia, la situación de insuficiente regulación industrial, corrupciones generalizadas y poca transparencia en las intervenciones del Estado.
Para no alargar más este artículo de urgencia, yo diría que dentro de la tónica de una crisis mundial que no se ha resuelto –ni mucho menos– lo que en China está produciéndose es una serie de sucesiones que hacen prever la necesidad de cambiar el modelo de desarrollo seguido desde 1978 según el diseño de Deng Xiaoping, que está quedando obsoleto por razones políticas: ¿Puede haber un capitalismo que funcione con la superestructura autoritaria de un partido leninista?. Habría que intentar contestarlo.
*Catedrático honoris causa de la Universidad de Asuntos Extranjeros de Pekín y autor del libro «China, tercer milenio».
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