Bolsa
Vuelven los lobos de Wall Street
El presidente de EE UU, Donald Trump, ofreció este pasado martes su primer discurso ante el Congreso. Se trataba de un acontecimiento esperado para comprobar cuál iba a ser el fondo y la forma de su mensaje ante una institución que en el imaginario colectivo representa la soberanía del pueblo estadounidense. Y, a la luz de la reacción que tuvieron los mercados bursátiles tras escuchar sus palabras, parece que éstas ilusionaron más de lo que decepcionaron. No en vano, el Dow Jones registró un nuevo máximo histórico (superando los 21.000 puntos) y el resto de plazas occidentales cogieron un impulso igualmente notable (la bolsa de Londres también marcó su máximo histórico y el Ibex cerró en su nivel más alto desde 2015).
En las formas, Trump se mostró más conciliador y sereno de lo habitual: lejos de las estridencias y de las provocaciones que suelen caracterizar su estrategia negociadora, el republicano apostó por pedir unidad e imbuir a los ciudadanos con ilusión acerca de su potencial. Como ya sucediera con sus primeras palabras tras derrotar a Clinton, los inversores se sienten reconfortados de que, más allá de la peculiar personalidad de cada gobernante, los más altos cargos de la administración respeten las instituciones y se sometan a los procedimientos propios del Estado de Derecho.
Pero, desde luego, los aspectos sustantivos del discurso de Trump no se hallaron en el envoltorio, sino en su contenido. El republicano aprovechó para recordar sus principales promesas electorales en materia económica: tanto aquellas que, en caso de aplicarse correctamente, supondrían un muy notable impulso para la economía estadounidense, cuanto aquellas otras que amenazan con ser un auténtico desastre.
Entre las primeras, destaca especialmente la enérgica reducción del Impuesto sobre Sociedades desde el actual 35% del beneficio a un proyectado 15%. La medida afectará de un modo muy apreciable a los beneficios de las compañías estadounidenses: por ejemplo, si hoy las ganancias antes de impuestos de una compañía radicada en EE UU son de 100 dólares, este tributo las rebaja a 65 dólares; pero, tras la reforma propuesta por Trump, aumentarán a 85 dólares, lo que equivale a una revalorización de más del 30%. Dado que los valores bursátiles recogen las expectativas de beneficios futuros de las distintas empresas cotizadas, no es sorprendente que cuanta más credibilidad logre la promesa fiscal de Trump, más tenderá a acercarse la bolsa a esta apreciación esperada del 30%. Adicionalmente, Trump también reiteró su compromiso con la reforma del Estado de Bienestar basado en la derogación del «Obamacare» y en la implantación de la libertad de elección en materia educacional.
Entre las malas propuestas que, de momento, siguen sin ejercer una influencia negativa sobre la bolsa se hallan su frontal rechazo al libre comercio –el republicano adoptó la jerga típica del movimiento antiglobalización señalando que sólo aceptaría un «comercio justo»– y su retórica anti-inmigración. Dado que, por ahora, Trump todavía no ha pasado de sus inquietantes palabras a normativas específicamente nocivas –y los tribunales le han tumbado aquellas pocas órdenes que ha aprobado en estos asuntos–, es difícil anticipar cuánto daño puede llegar a causar esta indeterminada parte de su programa.
En todo caso, y precisamente por todo ello, deberíamos ser prudentes a la hora de echar las campanas al vuelo sobre su gestión económica: por un lado, los riesgos desglobalizadores son demasiado elevados como para apartarlos a un segundo plano. Por otro, las promesas de moderación tributaria son demasiado indefinidas como para creerlas a pies juntillas (habida cuenta de la nula concreción sobre qué partidas de gasto tendrá que recortar para sufragarla). En suma, el discurso no empeoró en absoluto la imagen que podíamos tener de Trump, pero desde luego tampoco aportó verdaderas novedades como para mejorarla de una forma apreciable.
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