Editoriales
La hora de Cataluña Suma
El 14 de diciembre de 2003 se firmó el llamado Pacto del Tinell entre PSC, ERC y ICV. De ahí salió el «tripartito» presidido por Pasqual Maragall que arrebató el gobierno de Cataluña a CiU, pese a haber ganado las elecciones, y de esa coalición también partió la propuesta para elaborar un nuevo Estatuto, que fue el principio del posterior desastre del «proceso». Aquel acuerdo tenía una condición: marginar al PP en la política catalana. Se partía de una idea asumida por el nacionalismo y sus diferentes variedades: en Cataluña sólo pueden hacer política los partidos que proceden del catalanismo, venga de la derecha más fundamentalista o del izquierdismo de estricta observancia «abertzale». Todo, menos que un partido que crea que los derechos de los catalanes son los que emanan de la Constitución y el Estatuto y no de unos privilegios históricos cultivados con esmero por un victimismo sin sentido de su tiempo y del ridículo. El PP ha tenido que abrirse paso en un medio hostil dirigido desde los medios de comunicación públicos hasta niveles bochornosos. Lo mismo le ha sucedido a Cs, que surgió en gran medida por el hartazgo del votante socialista ante el seguimiento de la doctrina nacionalista del PSC, y ha sido demonizado como si fuera un cuerpo extraño en el «oasis catalán».
Que Cataluña vive una situación excepcional, sólo hay que comprobarlo repasando la vulneración constante de la legalidad, la apropiación que el nacionalismo ha hecho de las instituciones y la marginación que sufre una parte importante de la ciudadanía que no comparte el ideario nacionalista en el ejercicio de sus derechos públicos. En estas circunstancias, Cs y PP deberían dialogar seriamente para articular la candidatura Cataluña Suma. Por un lado, se trata de rentabilizar al máximo el voto y, por otro, de dar voz a un amplio espectro de la sociedad que quiere romper con la hegemonía nacionalista y que no se ve representada por los partidos que hoy forman parte de un verdadero régimen, ni siquiera por el PSC. El partido de Miquel Iceta está entregado a mantener un diálogo con los condenados por sedición sobre los mismos principios por los que fueron condenados y la perspectiva de reeditar un tripartito con los mismos actores que en 2003. Lo correcto sería que Cs y PP se presentasen con sus propias siglas, programas y candidatos, pero en la situación de anormalidad en la que vive Cataluña, con una asfixiante presión del nacionalismo y una ocupación de todas las instituciones, tiene sentido una plataforma que sume todos los esfuerzos para revertir una situación que está llevando a que los sectores más alejados de la ortodoxia nacionalista sea considerada como ciudadanos de segunda, algo de lo que ya hay suficientes muestras. Sin duda, la deriva que ha emprendido el socialismo español de la mano de Pedro Sánchez al apoyarse en un partido como ERC para mantenerse en La Moncloa no es la mejor vía: reconocer como socios a los que han sido condenados por sedición por declarar la independencia sólo sirve para dejar al margen de cualquier consenso a los millones de ciudadanos catalanes que asisten perplejos a los abusos del nacionalismo, y que Sociedad Civil Catalana ha sabido dar voz y visibilizar en multitudinarias manifestaciones.
PP y Cs deben valorar con responsabilidad la opción de la candidatura Cataluña Suma, de la que Pablo Casado es favorable e Inés Arrimadas también empieza a contemplar como viable. Es una opción que debe estar arropada por amplios sectores de la sociedad y encabezada por un candidato idóneo, con capacidad de liderazgo, experiencia y solvencia política. Es evidente que las terminales del nacionalismo la destrozarán desde el primer momento utilizando los recursos más grotescos, pero se debe partir de la evidencia de que es posible otra Cataluña.
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