Editoriales

La deriva de Sánchez castiga al PSOE

Desde las elecciones de noviembre, los sondeos detectan una caída de voto socialista, más significativa, si cabe, porque no la compensa el hecho de estar al frente del Gobierno de la nación.

Comité Federal del PSOE
El presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, durante su intervención en el Comité Federal de febreroBallesterosEFE

A tenor de lo que nos dicen los sondeos electorales, haría bien el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en atender las preocupaciones de algunos de sus dirigentes más críticos con la estrategia en Cataluña, como son los presidentes autonómicos Guillermo Fernández Vara, Javier Lambán y Emiliano García Page, que vienen alertando del alto coste que puede tener para su partido la política de cesiones a los separatistas catalanes.

Y haría bien porque, contra lo que viene siendo habitual, al menos, en el mundo de la demoscopia, el PSOE, que, no lo olvidemos, apenas está en los primeros compases de la legislatura, no deja de perder apoyos en los sondeos. El más reciente, elaborado por «NC Report» para LA RAZÓN, acusa un descenso del voto socialista cifrado en 600.000 sufragios que, traducido a escaños, supone obtener entre 4 y 6 diputados menos, prácticamente los mismos que, de celebrarse hoy las elecciones, recuperaría el Partido Popular. Se nos dirá que el descenso de votantes afecta a todo el bloque de la izquierda y no sólo al PSOE, pero la encuesta detecta que es entre el electorado socialista, después del de Ciudadanos, claro, donde más crece la abstención, ya que un 6,1 por ciento de quienes declaran haber votado a Pedro Sánchez en noviembre afirman que se abstendría en la urnas, por tan solo el 2,8 por ciento de los simpatizantes de Unidas Podemos.

En realidad, las tres formaciones que sostienen la actual situación, PSOE, Podemos y ERC, descienden en la intención de voto, aunque los republicanos catalanes y los radicales de izquierda sufren el desgaste en menor medida que los socialistas. Es más, mientras que el PP de Pablo Casado recupera hasta un 8,1 por ciento de los antiguos votantes de Ciudadanos –formación que sigue en caída libre, con una pérdida, según la encuesta, de 360.000 votos y 2 escaños–, y los populistas de VOX suben ligeramente en voto popular y sumarían hasta 4 diputados más, el PSOE apenas recibe apoyos desde otros partidos, ni siquiera de los votantes de centro izquierda que se atribuían a la formación naranja.

Sin duda, el hecho de la fragmentación política en el centro derecha español, que, en conjunto, y a día de hoy, superaría por tres puntos de voto popular al bloque de izquierdas –44,1 por ciento frente al 41,7–, no sólo relativiza los malos resultados electorales del partido socialista, sino que crea un espejismo de victoria que la propaganda de la izquierda ha sabido explotar en su provecho. Pero lo cierto es que el PSOE, bajo la dirección de Pedro Sánchez, y con su mejor resultado, el de las elecciones de abril de 2019, apenas ha conseguido mantener el suelo de su anterior secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, y sus expectativas de crecimiento no dejan de bajar, a pesar del plus que supone estar al frente del Gobierno de la nación.

De ahí que, a poco que se tuerzan las cosas en el escenario catalán, donde sus aliados de circunstancias de ERC ven cómo el partido del fugado Carles Puigdemont sube en las encuestas, o se produzca un deterioro mayor de la situación económica española, cuyo mercado laboral da muestras ciertas de fatiga, el PSOE pueda verse castigado por un sector de sus electores que, si bien no tiene representación en los actuales órganos de dirección del partido, no ve con buenos ojos ni la deriva hacia la desigualdad territorial ni la influencia creciente, de momento en el discurso, de una ultraizquierda que plantea las mismas fórmulas que llevaron a España a sufrir en mayor medida las consecuencias de la crisis. Tal vez, las voces críticas en el PSOE, que advierten contra la actual política de alianzas, no tengan la menor posibilidad de imponerse, pero eso no significa que no tengan razones de peso. Sólo la vuelta a la centralidad puede conjurar el riesgo de que el socialismo español acabe en la irrelevancia.