Editoriales
Turbulencias inútiles, marca Cayetana
Aunque Álvarez de Toledo haya perdido la perspectiva, como representante electa del pueblo español ni puede actuar como una polemista de argumentación gruesa ni le ampara la euforia pasajera de la barra de un bar.
Que la vicesecretaria general de Política Social del PP, Cuca Gamarra, tuviera que salir a defender públicamente lo que, al menos hasta ahora, parecía una obviedad, que el Partido Popular defiende la libertad de expresión y la libertad de Prensa, demuestra hasta qué punto la facundia, con un punto inocultable de suficiencia, de Cayetana Álvarez de Toledo crea inútiles turbulencias a su partido, como si la situación política por la que atraviesa España no fuera ya lo suficientemente compleja como para incluir el número del francotirador radical desde una formación a la que no le cuadra en absoluto, porque no son así la mayoría de sus votantes, la mala copia del maximalismo de la izquierda.
Demasiadas palabras gruesas, demasiadas expresiones altisonantes, demasiados juicios de intenciones están llevando a nuestra opinión pública por una deriva de enfrentamiento sectario que nada tiene de bueno y al que no queremos contribuir en lo más mínimo. Se nos dirá, y es cierto, que han sido la izquierda radical y los nacionalismos periféricos quienes han recurrido a la dialéctica maniquea, pero ello no justifica en modo alguno el recurso a los mismos medios. Y mucho menos, si se justifica en una estrategia de réplica a la supuesta superioridad moral de la izquierda, que cae en lo mismo que se quiere combatir.
Entendemos la frustración de la señora Álvarez de Toledo, de cuya solvencia intelectual y sólida formación cultural no podemos dudar, ante su incapacidad para trasladar sus convicciones a la generalidad de una opinión pública que, por más que le pese, se conforma desde fuentes de influencia muy distintas, incluidos, claro, los medios de comunicación y los periodistas que en ellos trabajan. La libertad Prensa es, si así lo prefiere la señora Álvarez de Toledo, una servidumbre de las verdaderas democracias y uno de los rasgos que las caracterizan, y, por lo tanto, un bien preciado, por lo escaso, en cuya defensa todos los ciudadanos deberían estar concernidos, mucho más si se dedican a la política.
Así, que la portavoz parlamentaria de un partido constitucionalista acuse en Onda Cero a La Sexta de lucrarse «con la erosión de los valores democráticos de nuestro país» no tiene un pase. Porque aunque la señora Álvarez de Toledo haya perdido la perspectiva, como representante electa del pueblo español, ni puede seguir actuando como una polemista de argumentación gruesa ni le ampara la euforia pasajera de la barra de un bar. La acusación es, por otra parte, grave y ofensiva, con independencia de los marcos ideológicos, y, precisamente por ello, ni siquiera estamos en disposición de otorgar la coartada de la casuística a la señora Álvarez de Toledo, puesto que ha hecho una acusación general, por demás, insostenible.
Nuestro sistema de libertades, que opera bajo el imperio de la Ley, ya está bastante acosado por los adversarios de las modernas heterodoxias como para que tengamos que admitir nuevas inquisiciones. Con una nota al margen, que no escapará, sin embargo, a la inteligencia de los votantes del Partido Popular: para acabar en la misma línea que Podemos, denunciando conspiraciones cloaqueras de todos aquellos que no comulgan con su marxismo de pose y su voracidad presupuestaria, no hace falta tal muestra de presumida intelectualidad. Hay políticos, lo saben perfectamente los populares, que nunca acaban de entender que en el juego de la opinión pública, los periodistas son un actor más, importante si se quiere, pero no más determinantes que otros miembros del cuerpo social. Y que la percepción ciudadana de la acción política viene, simplemente, determinada por sus principales protagonistas, entre los que, hoy por hoy, hay que incluir a Cayetana Álvarez de Toledo.
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