Opinión

Iglesias, lo importante es salvar vidas

En estas circunstancias trágicas, tratar de explotar aquello que puede separar a los ciudadanos y que alimenta la confrontación ideológica es, simplemente, deleznable.

La mayor parte de la opinión pública asiste entre estupefacta y asombrada a la batalla digna de mejor causa que libra el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, para conseguir protagonismo político en la gestión de la crisis sanitaria, tras unos comienzos poco airosos, en los que se vio superado por los acontecimientos y, todo hay que decirlo, por las consecuencias fatales de las movilizaciones del 8 de marzo, que habían sido jaleadas intensamente por Unidas Podemos.

El último episodio de esta pugna interna por hacerse con el futuro relato de la mayor emergencia ciudadana vivida por los españoles desde que hay memoria, tuvo lugar ayer, cuando Iglesias, sin papel en el equipo de crisis organizado por el Gobierno, se hizo invitar a la habitual rueda de prensa del ministro de Sanidad, Salvador Illa, en La Moncloa, lo que se tradujo en una desmesurada, también por lo extensa, intervención del líder de la extrema izquierda que, por momentos, se asemejaba a un mitin electoral y con la que pretendió apropiarse del «giro social» del paquete de medidas económicas de emergencia. Hasta aquí, nada que debiera inquietar demasiado a los ciudadanos, conscientes de que nos hallamos ante un avezado propagandista de lo suyo.

Sin embargo, en la campaña de Unidas Podemos por hacerse con ese relato al que nos referíamos, hay dos líneas de acción de las que es preciso guardarse. Si la primera, instalar en el imaginario público que los problemas del sistema sanitario se deben a los «recortes» del PP, en una técnica clásica de foto fija, no tiene demasiado recorrido, puesto que todo el mundo es consciente del esfuerzo extraordinario al que está sometida en estos momentos la sanidad pública; la segunda línea de acción toca directamente a la estabilidad institucional.

En efecto, Unidas Podemos, y su líder, Iglesias, lo reconoció ayer implícitamente, está detrás de la campaña pública contra el Rey Don Juan Carlos y contra la Jefatura del Estado, en oportuna concomitancia con los partidos independentistas catalanes, que buscan el desgaste de las Instituciones desde una demagogia burda, si se quiere, pero que incide en un momento de zozobra social y de máxima inquietud, mientras que, a medida que no acercamos al pico de los contagios, sobre los ciudadanos cae el goteo de nuevas infecciones y las noticias del aumento inexorable de víctimas mortales del coronavirus, En estas circunstancias, tratar de explotar aquello que puede separar a los ciudadanos y que alimenta la confrontación ideológica, aunque está dentro del manual del buen marxista, es, simplemente, deleznable y acabará por pasar factura a sus responsables. Confirma, además, la extendida percepción de que no hay una unidad de propósito en el seno del Gobierno de la nación, sino dos facciones con objetivos políticos divergentes y, al menos una de ellas, dispuesta a todo por ganar ventaja con la vista puesta en el día después de la epidemia.

Pero, a pesar de las palabras gastadas, de lo que se trata es de salvar el mayor número de vidas posible y, para ello, es imprescindible ese cierre de filas, esa unidad y ese espíritu de decisión y energía que reclamaba Su Majestad en su alocución del pasado miércoles. El comportamiento de la sociedad española está siendo encomiable y mucho más cercano a la línea de actuación que nos marcó el Rey y que vemos reflejado en el respaldo de los partidos de la oposición a la labor del Ejecutivo, que a la explotación de la discordia que buscan otros. Y, ahora, cuando se avecinan días y semanas de mayor temor, porque dada la dinámica de la epidemia las cifras de contagios se multiplicarán, es cuando debemos reafirmarnos en que España acabará por superar la crisis sanitaria y, entonces, tocará trabajar y esforzarse por reconstruir social y económicamente el país. Mejor, sin sectarios.