Editoriales
Iglesias, un virtuoso del doble rasero
Llegan tiempos difíciles para el conjunto de los españoles, y no parece que sea, precisamente, la máquina de tender cortinas de humo y de fabricar falsos debates lo que necesita España para salir adelante»
Es un hecho que, desde siempre, la izquierda maneja con virtuosismo digno de mejor causa la doble vara de medir, pero con Unidas Podemos la opinión pública española está asistiendo a un recital que se antoja de difícil superación. Ayer, bajo la peregrina argumentación de que el «caso Dina» no afectaba a las funciones propias del vicepresidente segundo del Gobierno, la mesa del Congreso dominada por el PSOE y sus socios morados, rechazaron una comparecencia monográfica de Pablo Iglesias ante la Diputación Permanente, de la que pudiera en su caso derivarse a una comisión de investigación parlamentaria.
Es más, ajenos al rubor que produciría en cualquiera la exhibición desnuda de las propias contradicciones, el diputado Gerardo Pisarello, que ejerce de secretario primero de la Mesa, ha instado a abrir una investigación sobre las relaciones de España y Arabia Saudí, y el papel de Don Juan Carlos en las mismas, obviando, tal vez porque ni siquiera es consciente de la realidad, que su jefe de filas ha mantenido una estrecha relación de padrinazgo económico con la República Islámica de Irán, país actualmente involucrado en un abierto enfrentamiento con los saudíes. Pero, como hemos señalado, esa «pequeña» circunstancia que, en cualquier otra democracia, obligaría a dar muchas explicaciones a un miembro del gobierno sospechoso de haber adquiridos compromisos exteriores, simplemente, no chirría lo más mínimo en el argumentario del señor Pisarello.
Sin duda, podríamos extendernos en los ejemplos de un paradigma moral tan esquinado, desde el que se lanzaban anatemas inquisitoriales contra los «políticos de la casta», pero, sinceramente, no creemos que sea necesario, aunque sólo sea porque es la propia ciudadanía la que, elección tras elección, va dictando su veredicto. Así, Unidas Podemos, que perdió 650.000 votos en la última repetición de las elecciones generales, ya ha desaparecido como fuerza parlamentaria de Cantabria, Castilla-La Mancha y Galicia, además de haber sufrido un varapalo notable en el País Vasco. Y no puede Pablo Iglesias echarle la culpa a nadie, ya que acumula en su persona y en las de su más próximo entorno todo el poder decisorio de la formación, en un caso de «democracia interna» perfectamente descriptible.
Ante el escándalo de la tarjeta del móvil, su línea de defensa, de la que hemos hablado en otras ocasiones, consiste en extender la sospecha y trasladar la responsabilidad a evanescentes fuerzas ocultas, cuando lo único probado, incluso, por él mismo reconocido, es que guardó durante muchos meses un elemento de prueba en un caso bajo investigación judicial, ocultando hechos relevantes para la instrucción que llevaba a cabo la Audiencia Nacional. Si mentir, por intereses propios, a la Justicia no es un comportamiento que afecte al desarrollo de las funciones de un representante público, es que la práctica del doble rasero ha entrado en fase de delirio. En efecto, Pablo Iglesias tiene muchos problemas derivados de su concepción del liderazgo político, sí, pero también de una manera muy personal de manejar asuntos que rozan peligrosamente lo público. Ya hemos asistido a demasiados episodios de caza de brujas, impulsados por quienes se ponen de perfil sin el menor gesto cuando son ellos los cuestionados, como para aventar más juicios previos, que siempre nacen del interés partidista más descarnado. Llegan tiempos difíciles para el conjunto de los españoles, ya lo son para los cuatro millones que han perdido sus negocios o sus empleos, y no parece que sea, precisamente, la máquina de tender cortinas de humo y de fabricar falsos debates lo que necesita la sociedad española para salir adelante. Comparezca o no el vicepresidente Iglesias, al final, habrá deslinde de sus responsabilidades.
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