Editoriales
Por fin, un motivo para la esperanza
La entrada en Fase-2 del ensayo de una vacuna contra el Covid-19, en tan corto tiempo, demuestra que sólo con una industria farmacéutica fuerte, volcada en la investigación, puede la humanidad enfrentarse a la enfermedad
El anuncio que hizo ayer el ministro de Sanidad, Salvador Illa, de que tres hospitales españoles se incorporaban a la pruebas de ensayo en Fase-2, es decir, en humanos, de la vacuna contra el Covid-19 que desarrolla una multinacional farmacéutica, es, sin duda alguna, motivo de esperanza, que nos habla de hasta qué punto el hombre es capaz de dar lo mejor de sí mismo cuando se ve confrontado a un gran desafío. Y, créanlo, la lucha por conseguir una vacuna contra uno de los virus más complejos e imprevisibles con los que se ha encontrado la ciencia no es ni fácil ni corta. De hecho, si se obtiene el éxito en un lapso de tiempo tan escaso, menos de dos años, nos encontraremos ante un episodio extraordinario, como pocos tienen la suerte de ver muchas generaciones.
Basta con pensar en las décadas de investigaciones dedicadas a buscar infructuosamente la inmunidad contra otras enfermedades, como las que produce el VIH o el plasmodio de la malaria, que causan centenares de miles de muertes cada año, para comprender la enormidad del desafío. De ahí, que no convenga lanzar la campanas al vuelo, más en unos momentos donde la infección vuelve a extenderse y se abren inquietantes escenarios de casos de reinfección, ni, mucho menos, bajar los brazos como si ya todo estuviera conseguido. Pero, también es cierto que hay motivos para el optimismo y que el hecho de que España, su sanidad pública, forme parte directa de estos esfuerzos, con la participación de los hospitales de La Paz y La Princesa, en Madrid, y el hospital Marqués de Valdecilla, en Santander, junto con centros de Alemania y Bélgica, hablan bien de nuestro sistema sanitario y de sus profesionales, exigidos por encima del límite de sus fuerzas cuando estalló la pandemia del coronavirus, y nos interpelan como sociedad por la elección de un modelo que, sin distinción de colores políticos, ha primado el ahorro de costes, y no sólo cuando la crisis financiera internacional se nos vino encima, sobre la excelencia. Porque la realidad, tozuda, demuestra que sólo con una industria farmacéutica fuerte, volcada en la investigación, puede enfrentarse a la enfermedad. Hoy, en España, es la multinacional Janssen (una compañía de Johnson&Johnson) la que ya ha obtenido la aquiescencia de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) para comenzar los ensayos clínicos, pero, en breve, también se autorizará a otra multinacional, el grupo farmacéutico AstraZeneca, que trabaja junto a la Universidad de Oxford, para que lleve a cabo las pruebas de la Fase-2 de su vacuna.
Son muchos los laboratorios públicos incursos en esta nueva carrera por la vida, pero es el sector privado, tan denostado desde posiciones ideológicas que rayan en el obscurantismo, el que más y mejores medios dedica a la labor, aunque sólo sea porque son quienes están en primera línea de batalla. De ahí que sea necesario plantearnos, junto con otras grandes cuestiones que nos ha traído la pandemia, si es económica y socialmente rentable para un país del primer mundo, como el nuestro, mantener esas políticas de reducción del gasto en medicamentos, que es el que, a la postre, financia las nuevas investigaciones, y que termina con la deslocalización de las industrias occidentales, incapaces de competir con las firmas de la India o de China, que venden a precios bajos las fórmulas farmacéuticas que no han investigado. No se trata, por supuesto, de negar medicinas a quienes no pueden pagarse los tratamientos más modernos, pero ese concepto, a nuestro juicio equivocado, que se pretende humanitarista, y que ha sido el caballo de batalla de la OMS, acaba por desincentivar muchas líneas de investigación que, desafortunadamente, nunca acaban de suplir con la necesaria eficacia los laboratorios de titularidad pública.
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