Editoriales

Postureo de Iglesias, también en Exteriores

Los brindis al sol con el Sáhara no se deben hacer desde el Gobierno de España.

Si hay una causa que cuenta con la general simpatía de los españoles es la saharaui, como demuestran los millares de hogares que cada verano acogen a los niños que viven en los campamentos de refugiados de Argelia como si fueran propios, gracias a una nutrida de red de asociaciones locales extendida por todo el territorio nacional. Pero, más allá de este movimiento solidario, son las formaciones más próximas a la izquierda comunista , en sus diversas formulaciones, las que sostienen políticamente al Frente Polisario, movimiento de una ideología socialista superviviente de la guerra fría, y mantienen viva la reivindicación de un Sáhara occidental independiente de Marruecos, bajo la premisa del mandato de Naciones Unidas que exige un referéndum de autodeterminación en condiciones, dicho sea de paso, que la realidad hace imposible y cuya sola enunciación provoca la más enérgica reacción de Marruecos, que considera a la ex provincia española como parte de su territorio soberano.

De ahí que, prácticamente, todos los gobiernos que se han sucedido en España desde la Transición hayan mantenido una posición muy circunspecta respecto al asunto que nos ocupa, buscando un equilibrio siempre incómodo entre el fuero que representan los dictámenes de Naciones Unidas y el mayor interés, que pocos discutirán, que tiene para España mantener unas buenas relaciones con nuestro vecino del sur. Todo ello, con independencia de las calurosas declaraciones de apoyo al pueblo saharaui que nuestros representantes políticos, especialmente los de la izquierda, suelen hacer cuando están en la oposición, pero que olvidan cuando llegan al poder.

De ahí que sea una pasmosa novedad que un vicepresidente del Gobierno español, cargo no menor, precisamente, como es Pablo Iglesias, se descuelgue con la reclamación del referéndum y lo haga, además, en un momento de grave tensión entre Rabat y el Frente Polisario, que amenaza con provocar indeseables consecuencias militares, y que, naturalmente, las autoridades marroquíes sólo pueden interpretar como un gesto de hostilidad por parte del Ejecutivo español. Una ruptura del status quo que rige entre los dos países desde hace ya más de treinta años. Estamos, por supuesto, ante un nuevo gesto de irresponsabilidad del líder de Unidas Podemos, que se permite un postureo con el que marcar diferencias con su socios del PSOE a costa de la política exterior de España, que esperemos no traiga mayores represalias de Rabat que el habitual relajamiento de la vigilancia fronteriza y el celo en la inspección del tráfico comercial con Ceuta y Melilla. Porque hay brindis al sol que por mucho que gusten a tus votantes no pueden hacerse desde el Gobierno.