Editoriales

Sánchez e Iglesias, un mismo destino

La última crisis de Gobierno se salda con otra victoria de Podemos, aunque consentida

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y la secretaria de Estado para la agenda 2030, Ione Belarra
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y la secretaria de Estado para la agenda 2030, Ione BelarraDani Gago

La última crisis entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha tenido fácil y rápida solución: si el conflicto era formar parte de una comisión interministerial, se suprime la comisión y resuelto el problema. Es decir, muerto el perro se acabó la rabia. Pero la rabia continúa y es consustancial a este Gobierno. El vicepresidente segundo no estaba incluido en el órgano encargado de controlar los fondos europeos destinados a la recuperación por la pandemia, y sí los ministros cuyos departamentos van a estar implicado de manera directa en esta gestión. Iglesias ha entendido que su no presencia era un intento de restarle poder y protagonismo y, como viene haciendo desde que se firmó el Gobierno de coalición, forzó la situación hasta que Sánchez se ha visto obligado a rectificar.

En este caso, se enmarca en la enésima batalla que mantiene con el grupo económico del Ejecutivo y especialmente con la titular de Economía, Nadia Calviño, que no esconde su temor a que estos fondos no sean aprovechados con visión de futuro. La mirada de Iglesias es demasiado corta, tanto que nos ha dado sobradas pistas de que su estrategia pasa casi exclusivamente por rentabilizar como sea su paso por el Gobierno, porque fuera de él todo indica que ya no será el mismo líder de la calle. En Europa son conscientes, como lo es Calviño, de que el problema de España es la inestabilidad política y que, con Iglesias interviniendo en la administración de los fondos, impedirá que haya una comunicación institucional con PP y Cs, de la misma manera que ha impedido que en los presupuestos se abriese otra vía que no fuese la de ERC y Bildu. Evitar el consenso es la piedra angular de la estrategia de Iglesias, y en ella parece participar con gusto o sumiso Sánchez. El problema, además, se agudiza por el plan de reformas que presentó el presidente del Gobierno en Bruselas el mes pasado: el único mensaje que quedó claro es que en tres años se crearían 800.000 puestos de trabajo, pero no se sabe cómo. Iglesias, tampoco. Una creación de empleo que está vinculada a proyectos y reformas estructurales que todavía son vagas consignas y a la llegada de los primeros 72.000 millones de euros.

Ayer, Iglesias volvió a ganarle la partida suprimiendo la comisión interministerial y llevando las decisiones al Consejo de Ministros, dirigido directamente por el gabinete económico de Moncloa, lo que indica que Sánchez tampoco sale tan mal parado de esta crisis. Estas son las cartas con las que tiene que jugar. Él querría excluir a Iglesias, pero no puede porque su dependencia es demasiado fuerte. La llave de la legislatura la tiene Podemos, pero también tiene el arma para practicarse un harakiri político. Sánchez lo sabía, él mismo anunció que tendría problemas que le quitarían el sueño, pero también comprendió que era la única manera de llegar a La Moncloa y seguir conservando el poder. Puede decirse que los dos están encerrados con el mismo juguete.